Viaja por primera vez a la reunión de la base de Ramstein para presionar a sus aliados
NotMid 07/09/2024
MUNDO
Los movimientos del propio presidente ucraniano Volodimir Zelensky en las últimas semanas revelan que estamos ante un momento decisivo de la guerra. De los frutos que se obtengan estos meses de otoño puede ganarse una mejor posición negociadora en invierno, siempre que Trump gane las elecciones, que Rusia se siente y siempre que China presione para que así sea. De ese escenario quiere cubrirse Zelenski. Para ello ha decidido realizar todos los movimientos importantes él mismo.
Esa mentalidad le llevó este viernes a Ramstein, la base aérea alemana en la que se reúnen los aliados de Ucrania, fijan estrategia común de ayuda y marcan las líneas rojas de su intervención contra Rusia para evitar movimientos escalatorios. Pues bien, es precisamente eso, las líneas rojas, lo que Zelenski pretende diluir en este viaje, el primero en el que se incorpora a este formato.
En Kiev creen que, si consiguen romper el veto de Estados Unidos, defendido sobre todo por Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, pueden asestar varios golpes a la logística, la aviación y las lanzaderas de misiles rusas que obligaría al régimen de Putin a reconsiderar su idea de no negociar con Ucrania en estas condiciones. ¿Y cuáles son las condiciones actuales? Desde hace un mes, la invasión de Rusia a Ucrania ha sumado la invasión de Ucrania a Rusia, al menos en la región de Kursk, algo que sentó bastante mal al autócrata ruso, que trató el asunto como si fuera una incursión terrorista y no como lo que es: una devolución (en frío) de la misma moneda.
«Queremos poner fin a esta guerra», dijo Zelenski al llegar a la base. «Vladimir Putin es el que no quiere la paz y está obsesionado con la conquista de nuestro territorio. Quiere nuestras ciudades o lo que quede de ellas. Entre todos tenemos que forzar a Rusia a la paz».
Mano atada a la espalda
Desde que comenzó la invasión, Ucrania ha tenido el enorme desafío de enfrentarse a una potencia nuclear, poseedora de los gigantescos recursos militares de la antigua URSS, y lo ha hecho con una mano atada a la espalda. El material enviado para ello por sus aliados ha sido muy limitado, anticuado en muchos casos y casi siempre ha llegado con meses de tardanza. Cada peldaño de subida en la ayuda, tanto para enviar carros de combate, misiles o ahora cazas, se ha demorado tanto que ha dado tiempo a Rusia a prepararse contra cada nueva arma o nueva munición enviada. Además, cuando Washington se ha decidido a enviar algún elemento, como los misiles de medio alcance ATACSM o o los propios misiles antiaéreos Patriot, lo ha hecho con restricciones: prohibido usarlos en suelo o cielo ruso. El objetivo ahora es que ese veto desaparezca.
Rusia sabe a la perfección que, si Ucrania logra convencer a EEUU, la amenaza para sus bases, lanzaderas, almacenes y nudos de comunicación sería grande. Por eso el propio Sergei Lavrov, ministro de Exteriores, se apresuró el pasado jueves a explicar que Washington «conoce perfectamente, porque ha sido informado de ello, que eso sería una línea roja para Rusia». Pero las líneas rojas han ido cayendo durante la guerra al ritmo que la propia Rusia también las ha ido deshaciendo: en estos momentos, Moscú usa misiles balísticos de Corea del Norte para atacar las ciudades ucranianas, otra práctica que hace tres años parecía impensable. Zelenski asegura que, si Rusia puede usar armamento de Pyongyang, él puede usar el de sus aliados.
De momento, EEUU ha presentado un paquete de ayuda valorado en 250 millones de dólares, Alemania ha anunciado el suyo y España, por boca de la ministra de Defensa Margarita Robles enviará una batería antiaérea Hawk «con carácter inmediato». Rumanía se unió con otra batería Patriot, las más efectivas contra los misiles rusos.
Agencias