Alemania no da señal alguna de querer prescindir del suministro ruso
NotMid 16704/2022
OPINIÓN
VICTORIA CARVAJAL
Cuando algunos líderes me preguntan qué armas necesito, aguardo un momento para calmarme porque es la misma pregunta que respondí la semana anterior. Es El Día de la Marmota. Me siento como Bill Murray». Volodymyr Zelensky definía en estos términos la frustración que le produce la llegada lenta y deficitaria de ayuda militar por parte de sus aliados occidentales. En una entrevista concedida a The Atlantic, cuya lectura recomiendo, el presidente ucraniano explica a Anne Applebaum y Jeffrey Goldberg lo que su país necesita para sobrevivir y el precio que está pagando para defenderse de la agresión rusa.
No sólo se trata de que la ayuda militar llegue más rápidamente, especialmente ahora que las tropas rusas han decidido concentrarse en el Donbás y se abre una pequeña ventana de oportunidad para Ucrania, la imposición cuanto antes del embargo del gas y petróleo rusos es necesaria para asestar un duro golpe a las vías de financiación de Putin. Para hacerlo, se necesita voluntad de sacrificio y planes para proteger a los más afectados por la escalada de los precios de los combustibles. Fuimos capaces de hacer ambas cosas durante la pandemia, ¿lo seremos ahora que hay en juego no sólo la vida de los ucranianos y la soberanía de su país, sino la supervivencia del propio el modelo de las democracias liberales occidentales frente al autoritarismo de Rusia?
El mundo nos mira. Según The Economist Intelligence Unit, entre los países emergentes que se declaran neutrales en el conflicto, incluido India, por miedo a comprometer sus intereses económicos, y los que apoyan a Rusia, notablemente China, suman dos tercios de la población mundial. De la capacidad de Occidente, el otro tercio, de parar los pies a Putin depende también el modelo que se imponga en el futuro orden mundial. Es una guerra que nos atañe a todos.
Pero ¿están los ciudadanos de Europa o de Estados Unidos dispuestos sacrificar parte de su bienestar? Según distintas encuestas, el 75% de los estadounidenses y europeos apoyan el envío de ayuda militar a Ucrania y condenan el ataque ruso. La cuestión es si su apoyo llegaría tan lejos como para racionar su consumo de energía para así prescindir del suministro ruso. No es una propuesta fácil de digerir tras tres años de crisis tras crisis.
Al triple desafío sanitario, económico y social que provocó la pandemia de la covid-19, se sumó una crisis de escasez de materiales y combustibles por el fuerte aumento de la demanda que experimentaron las economías al salir del confinamiento, seguida por otra energética que ha disparado la inflación a las cotas más altas de los últimos 40 años. En España se sitúa al borde de los dos dígitos (9,8%). La guerra de Ucrania sólo ha empeorado esta situación. No es fácil ni popular para los dirigentes europeos o estadounidenses pedir a sus respectivas poblaciones, que apenas se han recuperado del reciente descalabro económico, que acepten una nueva subida de los precios de la energía y por tanto de la inflación, aunque sea de forma temporal.
Pero se trata de una cuestión moral. Si Europa y estados Unidos quieren sacudirse de la imagen decadente, egoísta e hipócrita con la que nos proyectan los enemigos de la democracia y las libertades y recuperar algo de autoridad moral, debe ser capaz de hacer eso que los japoneses llaman setsuden, la conservación colectiva de la energía, con la que demostraron su capacidad de sacrifico colectivo tras el accidente de Fukushima, y que Gillian Tett, columnista del Financial Times, nos recuerda con acierto.
El lento envío de vacunas a los países en desarrollo, la decepcionante ayuda prestada a los países en desarrollo para luchar contra el cambio climático del que son principalmente responsables los países ricos, el contraste en la gestión de la crisis de refugiados sirios frente a los ucranianos. Son decisiones que alimentan la imagen hipócrita de Occidente. Demostrar que somos capaces de hacer ese sacrificio colectivo, ¿podría servir para reparar algo de ese capital moral perdido?
El dilema lo planteó crudamente Mario Draghi: ¿queremos la paz o el aire acondicionado funcionando a tope este verano? Al igual que en la crisis del covid sacrificamos libertades para evitar el contagio y frenar el número de fallecidos, ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para ayudar a los ucranianos? El que en su función de presidente del BCE salvó al euro de su ruptura con su whatever it takes está demostrando ser el líder moralmente más solvente de la UE. Italia depende en un 40% del suministro ruso para satisfacer su consumo energético. Y se ha movido rápido para buscar suministradores alternativos. Así, mientras Pedro Sánchez se enemista con Argelia, nuestro principal proveedor de gas, Draghi cierra acuerdos preferenciales con ella.
En el lado opuesto está Alemania, que recibe el 55% de su gas y el 34% de su crudo de Rusia. La principal economía europea no da señal alguna de querer prescindir del suministro ruso. Es más, con los verdes en el gobierno tripartito, sigue con su política de cierre de centrales nucleares, que ofrecen una fuente de energía alternativa. Al mismo tiempo que manda armas a Ucrania y anuncia que aumentará su presupuesto militar hasta el 2% de su PIB, sigue financiando a Putin. El país de acogida más generoso en la crisis de los refugiados sirios con Ángela Merkel al frente, es ahora el que más se resiste a dar el golpe que puede desbaratar la financiación de la cruel guerra que libra Putin. Como bien se preguntan algunos: ¿qué hubiera pasado si los dependientes del gas ruso hubieran sido los países del Sur de Europa a quienes Berlín no dudó en imponer unas políticas de austeridad que prolongaron cinco años la crisis financiera de 2008?
Probablemente para corregir esa respuesta innecesariamente dolorosa a la Gran Recesión, Alemania fue el país que más impulsó el acuerdo sobre los Fondos de Reconstrucción Next Generation por valor de 750.000 millones de euros para hacer frente al socavón económico provocado por la pandemia. Los ERTE sostuvieron el empleo y las inversiones en transición energética e innovación previstas en los citados fondos han ayudado a impulsar el crecimiento. El embargo total del gas y petróleo rusos por parte de Europa agudizaría las tensiones inflacionistas y deprimiría el crecimiento. ¿Por qué no ampliar la financiación vía emisiones de deuda conjunta y la acción de estos recursos para ayudar a los sectores más afectados por la subida de los precios de los carburantes y dar ayudas directas a las familias más afectadas por la pérdida de poder adquisitivo? Sin descartar una bajada de impuestos a los alimentos y bienes de primera necesidad.
Lo hemos hecho hace poco más de dos años. ¿No lo podemos volver a hacer? Un sacrificio colectivo por la paz en Ucrania y por la defensa de nuestros valores. Para salir de este maldito y trágico Día de la Marmota.
TheObjective