NotMid 13/05/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Nadie olvide lo que han sido estas elecciones autonómicas catalanas. Un prófugo de la Justicia era uno de sus candidatos y no un candidato cualquiera. Sin embargo, esta anomalía no se ha encaminado por su derrotero más brutal: la primera y mejor noticia electoral es que el prófugo Carles Puigdemont no volverá a ser presidente. Y deberá cumplir, si es hombre, su promesa de abandonar la política. La segunda noticia es de verificación algo más compleja, pero perfectamente posible: Salvador Illa puede ser presidente de la Generalidad con los votos del Partido Popular y los Comunes. No hay mayoría de bloqueo posible con la suma de todas las fuerzas independentistas. O sea con Junts, Esquerra, la Cup y Aliança Catalana. El papel de Vox en estas sumas es cómodo y claro y es la abstención.
Luego hay otra cuestión de interés sumarísimo.
Sin asomo de pudor, ni siquiera de falso pudor, voy a citar la columna que escribí en este periódico el 4 de abril. Sus primeras líneas: «Yo seré el primero en rendirle honores. Si Salvador Illa es presidente de la Generalidad, la estrategia política de Pedro Sánchez habrá resultado un éxito. Hasta el punto de que, incluso, su grave mentira de hoy, esto es, que su Gobierno ha logrado la pacificación de Cataluña, puede convertirse en una indiscutible verdad de orden práctico. Para que eso suceda, Illa ha de ganar las elecciones, desde luego. Pero lo más importante es que la suma de Junts, Esquerra y la Cup no sea superior a la de Psc, Comuns, Pp y Ciutadans. Es decir, que pueda reproducirse la situación que dio la mayoría a Jaume Collboni para convertirse en el alcalde de Barcelona».
Esta es la suma principal que ha dejado las elecciones y todas las demás palidecen. El independentismo ha perdido la capacidad de sumar y también la de restar y ni siquiera la adición del racismo ripollés puede enmendar su dramática certidumbre.
Se adviene una negociación complicada. Tan complicada como la que llevó a Jaume Collboni al Ayuntamiento de Barcelona. Pasará, sobre todo, por la generosidad obligada del Partido Popular, que ya desde esta misma noche en la que escribo debió mostrarse (y no lo hicieron ni su candidato Alejandro Fernández ni tampoco su líder Alberto Núñez Feijóo) dispuesto a renunciar a cualquier otro beneficio que no fuera el de la llegada de Illa a la Presidencia de la Generalidad.
Este próximo gobierno catalán no va a ser ni puede ser el gobierno del Partido Popular, pero es el gobierno que el Partido Popular tiene la obligación de ofrecer y facilitar.
Como advertía en abril, estos resultados dan un ganador brillante e indiscutible. Casi solemne. Y es el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Nadie, salvo Ciudadanos (y ahí está su indebido resultado), ha osado mencionarle en la campaña su inmoral iniciativa por la amnistía. Y, desde luego, tampoco lo han hecho los ciudadanos. La estrategia de Sánchez ha obtenido un clamoroso asentimiento en Cataluña y ahora está a un paso de encarnarse en el vidrioso Illa.
El presidente del Gobierno encontrará dificultades en el Congreso si sus planes salen adelante y la Generalidad tiene, por vez primera desde el inicio del Proceso, un presidente contrario al ejercicio del derecho a la autodeterminación. Ni Esquerra Republicana ni Junts le harán la vida fácil a la delicada mayoría socialista. Pero Sánchez podrá trampear hasta unas nuevas elecciones generales que puede convocar, naturalmente, en el momento que le parezca más idóneo. Y a las que acudirá con un Psc que ha vuelto a convertirse en el partido central de Cataluña y cuya renovada fortaleza política -a la altura de la que tuvo en 1988 o 2003- es un seguro de vida para la oferta socialista española. Elecciones, presumiblemente, no demasiado lejanas. Una de las frases vertebrales que pronunciará entonces el candidato Sánchez tendrá una enunciación simple: «Yo acabé con el Proceso». Y será la primera de sus mentiras que tenga una cierta pretensión de verdad.