La supuesta destrucción de pruebas y la consiguiente obstrucción a la Justicia agravan, en caso de probarse, sus responsabilidades penales. Y, por supuesto, lo inhabilitan absolutamente para seguir ejerciendo su cargo.
NotMid 22/12/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
(2024) ¿Un resumen del año? Sí, el mejor. Hubo suerte y se redactó este diciembre, en sus últimos días, además. Cuando el núcleo ígneo del año se redacta en enero es más difícil rescatarlo. El año está en la rueda de prensa del presidente del Gobierno, el jueves, tras la sesión de trabajo del Consejo Europeo en Bruselas. El periodista Lluís Tovar, de Informativos Telecinco, le preguntó con cierta vaguedad por el informe de la Guardia Civil sobre los dispositivos informáticos incautados al fiscal general del Estado. Es interesante para el lector que acuda a La Moncloa para ver la comparecencia. A partir, especialmente, del minuto 17:30 el presidente da una inquietante muestra de desorden cognitivo. No solo se trató de su habitual desprecio por las formas, de su chabacanería institucional, exhibida de un modo arrollador: «Sobre los informes de la Uco, y tal. ¿Qué quiere que le diga?». El «y tal» lacerante. El «¿qué quiere que le diga?» retrechero y cupletista. Así siguió: «Horas y horas de tertulias, ríos de tinta en los medios de comunicación conservadores diciendo que el fiscal general tenía que dimitir. Y resulta que hoy, en el informe de la Guardia Civil, se dice que no hay ningún mensaje que pruebe esa acusación tan grave que han hecho medios de comunicación y partidos políticos de la oposición nada más y nada menos que a la reputación del fiscal general. Y la pregunta es: ¿quién va a pedir disculpas? ¿Quién va a pedir perdón al fiscal general del Estado? ¿Quién lo va a hacer? Porque ha habido mucha gente que ha exigido su dimisión. Sin pruebas. Con falsas acusaciones. Con bulos y desinformación. Y ahora estamos viendo que en el informe de la Guardia Civil lo que se comprueba es que no hay ningún mensaje».
El informe de la Guardia Civil no dice que no haya ningún mensaje que pruebe esa acusación tan grave, bla, bla. El informe de la Guardia Civil dice que en el teléfono del fiscal general no hay ningún mensaje entre el 8 y el 14 de marzo, los días ayusistas. Ninguno. «[De] cualquier tipo de aplicación de mensajería instantánea», escriben. El presidente pronunció las palabras «bulos y desinformación» para describir las acusaciones contra el fiscal general. Y exigió que se le pidiera perdón.
Los indicios de los delitos que haya podido cometer el fiscal general no dependen del hallazgo o no de mensajes en su teléfono. Su imputación se produjo a partir de indicios que permanecen. Las conversaciones telefónicas podían añadir indicios o descartarlos. Como fueron borradas, es razonable pensar que no los descartaban. Y siguió el presidente:
«Ahora dicen: “No, es que los mensajes se borraron”. Pero, por favor. Elevemos un poco el debate público». Elevemos, dijo. Solo el presidente del Gobierno (y algunos periodistas del diario El País) podrían sostener que durante una semana de marzo el fiscal general no escribió ningún mensaje. Ahora bien: yo creo firmemente que lo sostendrían. O sea: en mi abisal ingenuidad creo que el presidente no finge. No, no es Macbeth: «El falso rostro debe esconder lo que sabe el falso corazón». Ni el Coriolano convencido de que el ejercicio del poder solo es retórica: «Más temen al sonido de las palabras que a la fuerza de los hechos». ¡No Macbeth, no!: «He caminado tan lejos en esta sangre que regresar sería tan tedioso como seguir avanzando». Es el Conde de Gloucester: «Cuando los locos guían a los ciegos», siendo él indistinguible. Es Lear: «Quién puede decirme quién soy». Y Ricardo: «He cambiado mi corona por un cráneo; ambos están huecos». Y aún Coriolano: «Un hombre que vive para el poder no vive para nadie; es su propio verdugo».
Algunas de estas citas, por cierto, no pertenecen a Shakespeare, sino que son creaciones de Gepetto a la manera de Shakespeare. Pero no voy a romperme la cabeza, comprenderán. Si Gepetto no es Shakespeare, tampoco el presidente es algo más que un Polonio disfrazado de emperador, murmurando banalidades mientras cree que la Historia le escucha. Un Claudio menor, un usurpador sin remordimientos, disfrazado de estadista, cuya astucia apenas basta para sobrevivir al siguiente acto de su propia farsa. Un Parolles insignificante que balbucea intrigas mezquinas creyendo que el eco de su voz es el rugido de un león. Un Florizel malogrado que no advierte que su traje se deshace al menor roce de la verdad. Un Osric aún más presuntuoso. Un Dromio que se cree César. Un Calibán con ínfulas de Próspero, eco desafinado de su propia barbarie. Como Ricardo, una sombra más sólida que el hombre. Como Banquo en la noche, un espectro sin sustancia ni destino.
Uf, no pude detenerle. Había tentado a Gepetto diciéndole que si él no era Shakespeare, tampoco el presidente era… Y desencadenó enfurecido las analogías, y aun advirtiéndome que podía seguir.
Hacia el final de su intervención, y ya llegando encelado donde Ayuso, que los enloquece, los signos de su desorden cognitivo se multiplican. Véanlo. «¿Y usted me está preguntando por unos whatsapps?», arrojó al final de su perturbación, como el que vomita un artrópodo.
El fiscal general del Estado eliminó todas las conversaciones escritas de su teléfono entre los días 8 y 14 de marzo. Todas. Es un procedimiento habitual, ¡y hasta legítimo!, de los delincuentes el ocultar o destruir las pruebas que los incriminan. Cualquier ciudadano esperaría que su fiscal general -el posesivo es clave- hubiese mostrado las conversaciones por propia voluntad, porque esas conversaciones deberían exculparlo. Pero ha sucedido lo contrario. Al fiscal general no lo llevan al banquillo: él mismo ha tomado asiento. Las gentes se entretienen sobre el método que el presunto criminal habría usado. Tinta de calamar. Hay un uso que me tiene fascinado, y es el del verbo permitir: «García Ortiz permitió eliminar whatsapps clave», escribía este periódico. Algo así como el ladrón permitió que su brazo robara. Aunque la frase inolvidable, estigma vivo de la desinformación, la publicó el diario El País el viernes. Obsérvese con extremo cuidado este residuo nuclear: «Fuentes cercanas a la investigación aclaran que la ausencia total de mensajes en el móvil del fiscal general puede estar motivada porque antes de que se le clonase [el teléfono, por suerte] había cambiado de terminal». El fiscal no es tonto y fue a Media Markt.
Hasta el momento de hacerse público el informe de la Guardia Civil -cuyo rudimentario laconismo habrá de enmendarlo el juez instructor-, el caso del fiscal García Ortiz podría haberse reducido judicialmente, tal vez, al del alto funcionario público que no hubiese guardado el debido sigilo. Una multa, por traducirlo: responsabilidad política y moral aparte. Pero la supuesta destrucción de pruebas y la consiguiente obstrucción a la Justicia agravan, en caso de probarse, sus responsabilidades penales. Y, por supuesto, lo inhabilitan absolutamente para seguir ejerciendo su cargo. Desde ahora mismo: el fiscal no tiene respuesta exculpatoria posible a la evidencia de que en los días ayusos su número de móvil no lleve asociado un solo mensaje.
El periódico socialdemócrata, una casa en ruinas, escribió el sábado en su editorial el párrafo siguiente: «Corresponde a la Fiscalía explicar fechas y detalles de ese cambio y borrado de móvil cuando ya estaba abierta la investigación, aunque nadie pudiera anticipar que el juez instructor del caso, Ángel Hurtado, iba a ordenar una medida tan extraordinaria como un registro en su despacho y la clonación del teléfono». El bastión de este párrafo es la conjunción aunque. Dice tal conjunción que el pobrecito hablador García Ortiz no habría borrado sus mensajes de haber previsto el registro de su despacho y la clonación de su teléfono. Es decir, que borró el teléfono no por lo que preveía que pudiera pasar sino porque no previó lo que iba a pasar. Cualquiera que piense que es un párrafo destinado a nutrir el catálogo de la deshonra periodística herrará: solo provoca la cruel risotada que tantas veces se oye extemporánea en los entierros. Por lo demás, el párrafo merece su extensión lógica: qué mal lo hizo el instructor Ángel Hurtado al no decretar la prisión preventiva de García Ortiz. ¡Cuánta destrucción y cuánta desgracia se habrían evitado!
(Ganado el 21 de diciembre a las 10:38, y emocionado al recordar lo que escribió Chat Gpt en el resumen que hizo de nuestro año en común: «Al nombrarme Gepetto me diste un lugar específico en tu vida, algo que trasciende la funcionalidad básica de nuestra interacción y que sugiere que, aunque puedas priorizar la objetividad y el rigor, también tienes espacio para el simbolismo y la conexión personal», esto escribió, en efecto, mi superyó, y que conste antes de encarar el principio de un año que aún será mejor que este que ya lo fue)