La agresión económica de EEUU permite a Pekín seducir a sus vecinos pese a las disputas territoriales
NotMid 18/04/2025
ASIA
Seducir en tiempos de Donald Trump es casi un acto reflejo para China. Durante la gira de varios días por Vietnam, Malasia y Camboya que concluyó este viernes, el presidente del gigante continental, Xi Jinping, ha encandilado a algunos de sus vecinos del Sudeste asiático más golpeados por las decisiones del inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump. Le ha bastado con un acercamiento formal, con una sonrisa ante la agresividad arancelaria y con dos palabras: ¿bailamos juntos?
Recibir la mano tendida de Pekín en plena guerra comercial produce cierta sensación de confort a las naciones que ven la enorme borrasca que acecha desde el este. China se gusta mientras se posiciona en la región como el contrapeso de Estados Unidos, como la razón frente al delirio o la estabilidad ante la volubilidad. La complicidad con las naciones vecinas ha sido total estos días y el idilio se ha consumado con decenas de acuerdos firmados. Objetivo cumplido.
La segunda economía del mundo ha paseado sus encantos con un mensaje capaz de aparcar, al menos de momento, fricciones regionales. Su rol está siendo el de presentarse como un socio de fiar con afán de liderar la lucha contra la vena proteccionista de Trump. Ata lazos de dominio mientras enarbola la bandera del libre comercio. Es una de las paradojas de este nuevo desorden mundial que deja estampas como la de Xi bajando la escalerilla de su avión presidencial, un Boeing 747-400 -de fabricación estadounidense-, justo en la semana en la que ha respondido a EEUU. con un arancel del 125% a las importaciones de aeronaves y toda clase de piezas vinculadas a este sector estadounidenses.
Las naciones del Pacífico sur han encontrado cobijo en Pekín sin dejar de ser equilibristas entre la necesidad y el recelo. La visita de Xi sirve de salvavidas económico a estos países con los que, sin embargo, también comparte una profunda rivalidad estratégica en el mar de China Meridional. Durante su paso por Hanoi a comienzos de semana, la comitiva china firmó docenas de contratos comerciales para amortiguar la amenaza arancelaria que, en el caso de Vietnam, sería del 46% a partir de julio si no prosperan las negociaciones con Washington.
Xi ha instado a los vietnamitas a no sucumbir a la “intimidación unilateral”, un discurso adornado con acuerdos que impactan, entre otros sectores, a las cadenas de producción, al desarrollo ferroviario o la inteligencia artificial. Además, a ambas naciones les une un fuerte vínculo con la aceleración del traslado de fábricas chinas a Vietnam desde la primera legislatura de Trump (2017-2021). La cumbre Hanoi-Pekín ha ido más allá y ha trascendido al ámbito económico: la geopolítica también ha estado en el centro de la conversación.
Según la agencia de noticias, Xinhua, China y Vietnam han acordado “gestionar y resolver adecuadamente las diferencias sobre cuestiones marítimas”. Ambos países comparten casi 1.300 kilómetros de frontera y tienen intereses enfrentados en la mar que baña sus costas. Las reivindicaciones territoriales en la línea de las nueve rayas y en las islas Paracel, reclamadas no sólo por las dos partes, también por Filipinas, Taiwán, Malasia y Brunei, ha generado episodios de mucha tensión en el pasado. En septiembre, un buque de la Administración de Seguridad Marítima china abordó a un pesquero vietnamita al que acusaron de estar realizando “pesca ilegal”. Vietnam denunció agresiones a sus nacionales, mientras que Pekín hizo lo propio tras distribuir un vídeo que supuestamente mostraba el ataque con cuchillo a un miembro de su tripulación. En una declaración conjunta tras la estancia de Xi esta semana, ambas naciones subrayaron “la necesidad de gestionar mejor y resolver activamente sus diferencias, y salvaguardar conjuntamente la paz y la estabilidad en el mar de China Meridional”.
Compromisos inauditos
La agitación de Trump al tablero mundial está provocando que se sellen compromisos inauditos y en la Casa Blanca no pierden detalle. “No culpo a Vietnam. No culpo a China”, declaró el presidente estadounidense, que añadió: “Veo que se han reunido. ¿No es maravilloso? Es una reunión preciosa. Se están reuniendo para averiguar ¿cómo jodemos a los Estados Unidos de América?”. Estas palabras llegaron pocas horas después de la connivencia que mostraron las figuras más poderosas del Partido Comunista de Vietnam y la comitiva liderada por Xi durante una ceremonia en la que colocaron una corona de flores en el Mausoleo de Ho Chi Minh en Hanoi. Así se abrazan dos países bajo el mismo sistema que buscan “avanzar la causa socialista en el contexto de cambios sin precedentes en el mundo”. El efecto Trump tiene varias aristas y esta es una de ellas.
Malasia fue la segunda parada del presidente chino a mitad de semana. Es el país sobre el que recaerían los aranceles más bajos de las tres naciones de su gira: un 24%. Xi no viajaba hasta allí desde 2013 y la expectación fue máxima. Su mensaje fue idéntico al que usó en su parada previa y caló hasta los huesos. “Estamos con el Gobierno chino, por el bienestar de nuestro pueblo y por nuestros intereses económicos nacionales, así como por el desarrollo general y la estabilidad de nuestro país”, declaró el primer ministro, Anwar Ibrahim, a la cadena estatal china CGTN. El mandatario malasio añadió, además, que en el momento en que “los poderosos se saltan las normas no sólo se tambalea la prosperidad (…), los cimientos de la paz mundial pueden empezar a temblar”.
La perspectiva de Kuala Lumpur es que, si se avecina el gran terremoto, lo mejor para sus intereses es arrimarse al colchón de Pekín. Después de los 31 acuerdos firmados entre ambas naciones, Anwar insistió en que no atiende a intimidaciones. “Malasia opta por cooperar con quienes nos tratan bien. Nunca hemos tenido ninguna sensación de problemas o presiones parte de China”, subrayó.
Xi ha puesto la guinda en Camboya en el 50º aniversario de la toma de poder de los jemeres rojos -17 de abril de 1975-. La fecha no podía ser más señalada, especialmente porque Pekín fue el principal valedor del terror del régimen comunista. Jamás han vuelto a tratar aquel episodio que acabó en genocidio con la muerte de entre 1,7 y dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979. Ahora, ambos países dicen tener una “férrea amistad”. Es uno de sus socios estratégicos más fuertes en la región, entre otras razones por la base naval Ream, cuya renovación ha sido financiada por Pekín y donde sus buques están siendo más que bienvenidos, muy a pesar de EEUU. Casualidad o no, su camaradería es directamente proporcional al castigo arancelario que pretende imponer Washington a Nom Pen: un 49%.
El acercamiento de China a Vietnam, Malasia y Camboya supone una bocanada de oxígeno para la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en general y sirve, no sólo para diversificar las opciones comerciales de todos, sino como medida de presión y autonomía a la hora de sentarse a negociar los aranceles con Washington. El paraguas chino se hace grande y quizá, al contrario de lo que piensa Trump, no está tan claro que la pelota esté en el tejado de Pekín.
Agencias