La guerra que el año pasado era un problema ahora impulsa la campaña del presidente
NotMid 23/02/2024
MUNDO
Con el avance de la guerra, los países olvidan la paz. En febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania desde el norte, el este y el sur para controlar todo el país mediante una ocupación militar y un gobierno títere. No lo lograron, y ahí empezó una guerra de conquista más convencional: lenta, cara, cruenta y controvertida en casa. Pero durante ese tiempo, Vladimir Putin ha puesto a su país en pie de guerra y ha fortalecido su control del poder rebasando límites pretéritos en represión y crueldad. La aniquilación de Alexei Navalny en prisión es el más reciente hito, pero queda mucho año por delante.
La madre del opositor ruso, Lyudmila Navalnaya, confirmó este jueves que ya ha visto el cadáver de su hijo y que le han mostrado su certificado de defunción. El equipo de Navalny señala que el certificado indica que murió por causas naturales. Desde el gobierno pujan por un entierro secreto, que no empañe la marcha triunfal hacia la entronización eterna de Putin en las elecciones del mes que viene.
La guerra que el año pasado era un problema ahora impulsa la campaña del presidente, que ha adoptado una simple V —la misma que sobresale en el punto medio de las siglas en ruso de Operación Militar Especial— como lema de campaña. El mensaje es rudimentario: Putin es la guerra, pero la victoria es Putin. Lo pueden decir porque la contraofensiva de Ucrania se ha estancado. Y las fuerzas rusas se han cobrado una nueva pieza aunque con gran coste: más de 900 hombres por día en la batalla por tomar Avdivka. Putin dijo esta semana a sus hombres que pronto irán más allá.
“El presidente ruso percibe el año 2024 como un año crucial y lo ve como una ventana de oportunidad para que Rusia cambie potencialmente la dinámica de la guerra a su favor”, explica la analista de R.Politik Tatiana Stanovaya.
La guerra ha demostrado que el liderazgo ruso es muy propenso al riesgo. Es un poder sólido y obsesionado con Ucrania. Al contrario que en 2023, en el que los reveses el el frente causaron tensiones entre sus brazos armados —desembocando en el motín de Wagner y otros roces más discreto— Putin se adentra en su tercer año de guerra con la vista puesta más en las oportunidades que en los problemas.
Moscú ya percibe un bajón —tal vez sólo temporal, pero aun así con consecuencias— en el apoyo militar occidental a Ucrania. Es probable que la producción de municiones aumente, pero sólo a principios de 2025. Hasta entonces, todo van a ser baches para Kiev. La cita electoral estadounidense puede devolver al primer plano a la opción aislacionista e imprevisible favorita del Kremlin: Donald Trump. O renovar a un presidente Biden demasiado mayor que será cada año más vulnerable. Y mientras, la Unión Europea sigue envuelta en sus interminables debates internos. El eslabón más débil, confía Moscú, puede ser Ucrania: por Kiev asoman ya desafíos políticos internos, especialmente con la anticipada destitución de Valery Zaluzhny, pero también por los escándalos que han ido desgastando al presidente Volodimir Zelensky.
Putin lo ha apostado todo a la guerra. Y cree que a pesar de todo tiene buenas cartas. Sabe que el ruso medio es más duro que el prototipo Occidental. Con quien se impaciente, ya sabe cómo tratar.
“Mi impresión es que están aferrados a la guerra, no les interesa que termine ahora mismo ni con una victoria”, explica un diplomático europeo afincado en Moscú. El viraje hacia la producción de armamento sostiene ahora la economía, que no se podrá liberar de las sanciones durante mucho tiempo. Ese circuito cerrado se puede sostener mientras haya dinero circulando.
La parte líquida del Fondo Nacional de Riqueza (un fondo de emergencia de ingresos por la venta de hidrocarburos a lo largo de los años) se ha reducido a más de la mitad, cayendo en 53.000 millones de euros desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022. El gobierno utilizó el dinero para financiar su déficit presupuestario y apoyar a las empresas estatales. Pero los expertos coinciden en que los ahorros pueden durar lo suficiente para por lo menos garantizar un 2024 tranquilo. Todas las conquistas son caras. Y si Kiev cae algún día, en el Kremlin sabrán hacer caja.
No es una guerra defensiva, sino de sometimiento. Por eso el putinismo está dispuesto a sacrificar tanto por el camino. Pero en el plano interno, hay otro factor que empuja a Putin a la guerra fue “el paso del tiempo”, explica Mark Galeotti, autor de ‘Una historia breve de Rusia. Cómo entender la nación más compleja del mundo’. “No es que simplemente se haya hecho viejo, sino que cambia su marco temporal, su noción sobre cuánto le queda por delante”. Putin estaba acostumbrado a pensar que va a durar más que los líderes occidentales: “Todos pasan, hasta Angela Merkel, pero su sentido del tiempo ha cambiado, lo cual le hace actuar de manera más arriesgada”.
Rusia está en una posición más fuerte. Tiene más drones y proyectiles de artillería. Su férreo régimen político hace que un número sideral de bajas sea asumible (el Pentágono calcula que el número de muertos rusos asciende a unos 60.000 y el de heridos a tres o cuatro veces esa cifra)
El Kremlin ha intentado convencer a los rusos de que están atrapados en una lucha por la supervivencia contra Occidente, pero la calle se ha dividido entre la indiferencia y el miedo. Ningún ruso esperaba esta guerra, una mayoría no la quiere perder, pocos la deseaban, y sobre todo nadie quiere ir a luchar al frente. La élite ha salido perdiendo en cuanto a viajes y propiedades el extranjero, pero ha reforzado su control sobre la economía y está ganando mucho dinero. La rapiña del fin de la URSS tiene ahora una segunda convocatoria: el asalto a los activos de las empresas que se fueron. Igual que Crimea, es otro regalo inesperado del putinismo.
Agencias