No, Puigdemont no huyó en el maletero de un coche, sino erguido en el asiento trasero y vestido con traje y corbata. Ahora, además, no será juzgado
NotMid 05/12/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Ha acertado parcialmente el presidente Sánchez al comparar su negociación suiza con los contactos que un Gobierno del Partido Popular entabló con Eta. En los dos casos se trata de una negociación entre un Gobierno democrático y un grupo de delincuentes nacionalistas. Pero la comparación no puede evadirse de la sustancial diferencia y es que aquella negociación con Eta resultó un fracaso y esta no lo será en absoluto. No lo digo, desde luego, porque de estas reuniones vaya a salir un referéndum de autodeterminación: tal referéndum está fuera del alcance incluso de Sánchez. Si la negociación suiza no será un fracaso es solo por su carácter de farsa. A cambio del poder, Sánchez ofreció a su interlocutor el borrado efectivo de sus delitos y este teatro pánico con el característico salvadoreño. El teatro supone una humillación del Estado español, pero este tipo de asuntos meramente poéticos le traen sin cuidado al presidente. Para que la humillación se produzca, el objeto agredido debe atesorar dignidad y orgullo, características, en abstracto, del Estado, pero ajenas por completo a Sánchez. No quiero añadirle un insulto más: solo es que él trabaja en una longitud de onda donde la dignidad, el orgullo y otras verticalidades no se sintonizan. Y, desde luego, piensa que el Estado debería aprender de él, convencido como está de que el daño de la farsa va a ser simbólico, es decir, irrelevante.
Carles Puigdemont y su programa político -y, en realidad, el programa de su vida- fracasaron estrepitosamente el año 2017. Su nombre no tiene mayor posibilidad de quedar unido a la libertad o a la prosperidad de Cataluña, sino a la derrota y a la decadencia. Para más dolor, creo que es uno de los pocos líderes nacionalistas que sabe hasta qué punto les falló el pueblo y hasta qué punto ello es una condena sin remisión alguna. Este verano, sin embargo, el azar le dio una posibilidad de sanar su orgullo herido. Solo el orgullo, pero le bastaba. La amnistía liquidaba el momento humillado de responder a las preguntas de Pablo Llarena, su implacable némesis. Y le situaba unos dedos por encima de todos aquellos, con Oriol Junqueras en primer plano, que contrariando su estrategia no se avinieron a ir al exilio. No, Puigdemont no huyó en el maletero de un coche, sino erguido en el asiento trasero y vestido con traje y corbata. Ahora, además, no será juzgado. La sanación se completa con la evidencia de que el Estado que odia sufre a sus manos la verificada humillación suiza.
Uno no conoce la dignidad y al otro es lo único que le queda. ¡Cómo no iban a intercambiar favores!