Cada Año Nuevo chino, miles de personas viajan a celebrar la principal fiesta del gigante asiático a su tierra de origen; este año, las autoridades esperan un récord de 9.000 millones de desplazamientos, la mayoría por carretera
NotMid 27/01/2025
ASIA
La estación de tren de Hongqiao, al oeste de Shanghai, permanece envuelta en un frío manto de neblina. Hay farolillos rojos colgados en la entrada. Fuera apremia un silencio interrumpido constantemente por el trasiego de taxis y maletas. Los fumadores apuran las últimas caladas mientras contemplan a lo lejos una ciudad que duerme, que carga su batería para poder aguantar el ritmo de sus más de 27 millones de habitantes. La sobriedad de la intemperie en esta madrugada de enero se sacude nada más poner un pie dentro de una estación en la que los andenes vibran con el eco de los pasos apresurados de la marea humana que está protagonizando el movimiento migratorio anual más grande del mundo.
Son las 2:45 horas de la madrugada y miles de personas abarrotan el vasto complejo ferroviario. No quedan asientos libres prácticamente en ninguno de los trenes que salen los próximos cinco días desde Shanghai a otros puntos de China. Ni siquiera hay billetes disponibles para ir de pie en los espacios que conectan los vagones, donde suelen estar los baños y el dispensador de agua caliente que los pasajeros usan para prepararse sus sopas de fideos instantáneos.
Esta es la fotografía habitual en cada chunyun, como se conoce al periodo de viajes masivos por el Año Nuevo Chino, que arranca el próximo 29 de enero con la serpiente como animal del zodiaco. Las autoridades han dicho que esperan un récord de más de 9.000 millones de desplazamientos nacionales. La mayoría de todo este movimiento se hace por carretera. Pero son cientos de millones de trabajadores chinos los que también se suben a los trenes para llegar hasta sus lugares de origen por los 100.000 kilómetros de infraestructura ferroviaria que tiene el gigante asiático.
Nuestro viaje nocturno en un tren convencional suma siete horas y media desde Shanghai hasta la ciudad portuaria de Yantai, en la provincia de Shandong, frente a Corea del Norte. Un billete de ida cuesta alrededor de 40 euros. La opción más rápida, alrededor de hora y media, era coger un avión, pero en estas fechas los precios están disparados: la conexión aérea Shanghai-Yantai estaba al cambio por encima de los 500 euros.
En el vagón 5, la mayoría de los pasajeros caen rápido en un profundo sueño. Funcionarios del Ministerio de Seguridad Pública, que siempre suelen formar parte del paisaje interior en estos viajes, pasean varias veces por el pasillo central que separa las filas de asientos con una diminuta cámara enganchada al pecho, asegurándose de capturar cada rostro.
Según va amaneciendo y el tren avanza hacia el Norte, el contraste es abismal entre el calor humano dentro del vagón y las heladas del exterior. Los campos interminables de arroz y los pueblos con rascacielos deslizan sombras de los extraordinarios cambios y contrastes de un país que ha pasado en muy poco tiempo de la extrema pobreza a ser una superpotencia económica y tecnológica. Una mirada por la ventana desnuda un paisaje lleno de construcciones faraónicas en medio de la nada, de una fiebre por levantar en masa bloques de edificios alineados en filas, de entre 20 y 50 pisos, que destacan por su uniformidad, colores neutros y que se basan en lo práctico más que en lo estético: el diseño está optimizado para alojar a la mayor cantidad de personas posible.
Desde bien temprano -el sol comienza a salir a las 6:00 horas- muchos pasajeros del tren se preparan sus fideos con agua hirviendo para desayunar. En el vagón, que había estado plácidamente mudo durante unas pocas horas de sueño, ahora reina un sonido ambiente de ruidosas bocas absorbiendo sus sopas. Entre los viajeros hay padres con niños pequeños que van a pasar las fiestas de Año Nuevo a la tierra de sus abuelos. También parejas jóvenes e inquietos trabajadores migrantes muy humildes que para ellos estas fechas son más especiales porque es la única vez al año que pueden volver a sus casas y reencontrarse con sus familias.
La estampa al llegar a media mañana a Yantai es similar a la de Shanghai: ríos de gente con maletas por todas partes. La estación luce colorida con carteles con dibujos de serpientes, un animal que en la cultura occidental cristiana se ha asociado con la tentación, pero que en China tiene un simbolismo variado que va desde la procreación, espiritualidad o la astucia. En la astrología china, los 12 signos del zodíaco poseen distintas cualidades y los animales que los representan se emparejan con uno de los cinco elementos (oro, madera, agua, fuego y tierra) para promover el equilibrio del mundo natural.
Este 2025 toca celebrar el año de la serpiente de madera, que entra en conflicto, según el zodiaco chino, con el signo del cerdo. Por ello, en una cultura tan supersticiosa, muchos de los nacidos bajo ese signo creen que se les avecina un periodo oscuro de agitación. Es habitual que, justo antes del Año Nuevo, muchos cerdos visiten los templos para pedir protección y llenen sus casas con amuletos para atraer a la buena suerte.
Entre los creyentes más extremos hay quienes incluso se van lo más lejos posible de China durante estas fiestas porque dicen que para librarse de los malos augurios hay que alejarse del lugar de nacimiento.
Antes de pisar un país lejano, algunos de estos viajeros probablemente hayan leído la advertencia que ha publicado la principal agencia anti espionaje china, el Ministerio de Seguridad del Estado: “Al viajar al extranjero, deben proteger los secretos de Estado y abstenerse de participar o ayudar en cualquier comportamiento que pueda dañar los intereses nacionales”. Es decir, que los supersticiosos viajeros chinos que escapan de la maldición del año de la serpiente, no pueden disfrutar tranquilos de sus vacaciones porque deben estar en alerta por si algún espía extranjero intenta reclutarlos.
Agencias