Al conflicto sirio, la crisis de refugiados, el hundimiento económico, el hambre y las penurias, se une ahora el sufrimiento por los seísmos
NotMid 07/02/2023
MUNDO
Edificios destruidos, hospitales colapsados, morgues repletas de cadáveres, familias a merced del frío intenso… La tragedia regresa y se ceba con una región que lleva más de una década sufriendo las arremetidas de múltiples tsunamis. El terremoto que ha sacudido el sureste de Turquía y el noroeste de Siria es la última crisis que tiene que superar su población, diezmada por la guerra, el esfuerzo humanitario, el hundimiento de la economía y las penurias de todo tipo.
“En todos estos años de guerra, nunca había sentido nada parecido. La situación es mucho más dura que las bombas”, confesaba Anas Habache, un residente de Alepo, una de las ciudades más golpeadas por el conflicto civil. Habache, de 37 años, vivía con su mujer embarazada y su hijo pequeño en un edificio de tres pisos alcanzado por el seísmo. “Descendimos las escaleras como locos y cuando llegamos a la calle, vimos a decenas de familias aterrorizadas”, declaraba a la agencia Afp. “Hubo quien se puso de rodillas para rezar, otros lloraban, como si se tratara del día del juicio final”, añadía traumatizado.
La devastación golpea a esta región una y otra vez. Siria es un país que lleva 12 años en guerra, un conflicto que había pasado a un segundo plano con la pandemia de coronavirus y la invasión rusa de Ucrania. Hoy, el mundo lo ha recordado. Pese al olvido, el conflicto que estalló en la primavera de 2011 sigue bien activo. Se estima que este tiempo, al menos 580.000 personas han muerto bajo las bombas y las balas, torturados en mazmorras inmundas o víctimas de desaparición forzosa o ejecuciones extrajudiciales. Además, 13 millones de civiles -más de la mitad de la población total antes de la guerra, unos 22 millones de personas- han sido forzados a abandonar sus hogares. Más de 6,7 millones se han convertido en refugiados en los países del entorno, sobre todo en Líbano y Turquía.
El Líbano acoge a casi dos millones de sirios, siendo este país el que más refugiados acoge en términos relativos: una de cada cuatro personas. En Turquía se han instalado 3,6 millones, según los registros de la ONU, lo que le convierte en el país con más refugiados del mundo en términos absolutos.
Y así, los refugiados sirios en el sureste de Turquía, donde se situó el epicentro del terremoto, se han visto sin casa y con las manos vacías de nuevo. Es ésta la zona de mayor concentración de sirios exiliados por la guerra de Turquía, con más de un tercio del total. Un área especialmente golpeada por los efectos del conflicto vecino dadas sus interconexiones económicas. Después de Estambul (con medio millón de sirios) , las provincias de Gaziantep, Sanliurfa, Hatay o Kilis son los distritos con la mayoría de acogidos, tanto en campamentos como en poblaciones urbanas. Más de 3.400 edificios se han venido abajo por la onda sísmica, según la agencia turca de Gestión de Desastres. Entre ellos, dos hospitales, uno en Hatay y otro en Iskenderun.
En Siria, el seísmo se ha sentido en zonas en manos de los rebeldes como Idlib, donde aún se producían combates. O en la ciudad de Alepo -situada a 100 kilómetros del epicentro del terremoto-, que sufrió una enorme destrucción en los primeros años de guerra. Los edificios que aún quedaban en pie tras los bombardeos en esta urbe tenían estructuras muy debilitadas y frágiles que se han venido abajo como castillos de naipes, causando más muertes. Su ciudadela, un tesoro del medievo, y su ciudad vieja, declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en Peligro en 2018, recibieron los zarpazos de los combates y ayer lo que aún quedaba en pie, como la cúpula del minarete de la mezquita ayubí, se derrumbó. Lo mismo experimentó la ciudad de Hama, al ver dañados los pocos edificios históricos que quedaban, Baniyas, donde resultó fracturado muros y una torre del antiguo castillo Margat. Es una muestra de cómo se ha destruido el patrimonio cultural.
El terremoto también se ha sentido con fuerza en el Líbano, un país que aún no se ha recuperado de la devastación sin precedentes que experimentó en 2020, cuando una gigantesca explosión destruyó barrios enteros de Beirut y tuvo un gran impacto en la seguridad alimentaria. Sus ciudadanos revivieron aquel trauma y salieron despavoridos de sus casas.
‘FATIGA HUMANITARIA’
La ‘fatiga humanitaria’ en la región y la falta de recursos para responder a una emergencia más multiplica las consecuencias de esta nueva catástrofe. Escasean los equipos como maquinaria y excavadoras para mover escombros; faltan personal médico, medicinas, alimentos y refugio. A ello se añade el clima: estamos en medio de una ola de frío, con fuertes lluvias y nieve.
Los rescatadores de los Cascos Blancos, cuyo arrojo salvando a supervivientes de entre las viviendas bombardeadas causó la admiración mundial, han vuelto a actuar, esta vez contra la ira de la naturaleza. “Al menos, ahora nadie nos va a bombardear mientras trabajamos”, expresaba el jefe de esta organización humanitaria, Raed al Saleh, en conversación con Reuters desde la provincia de Alepo. Al Saleh hacía referencia a la cruel táctica practicada por el ejército de Bashar Asad y las fuerzas rusas de Vladimir Putin.
A la sucesión de tsunamis se añade el peor escenario económico regional, con la lira turca, la libra siria y la libra libanesa hundidas. Ayer, la moneda turca alcanzó su récord más bajo de los últimos años. El jueves pasado, el Banco Central de Siria decidió una nueva devaluación de sus billetes frente al dolar. El dinero libanés ha perdido un 90% de su valor en dos años. La espiral financiera añade incertidumbre y dificultades a los más vulnerables, a lo que hay que sumar las consecuencias que ha tenido la invasión de Rusia a Ucrania en la subida de precios del combustible y los alimentos. Siria y los países vecinos son dependientes del grano que exportaban estos dos países.
“Doce años de conflicto en Siria ha dejado a las familias al borde del abismo”, señala Okke Bouwman, director de comunicación de Save the Children para Siria. “La economía se ha derrumbado y las familias ya estaban luchando para alimentar a sus hijos, mantenerlos abrigados este invierno y enviarlos a la escuela. Ahora los niños pueden quedar atrapados entre los escombros, separados de sus cuidadores o sin saber si tendrán un lugar cálido para dormir esta noche. Las réplicas continúan, trayendo más terror. Estos niños necesitan nuestro apoyo inmediato; la comunidad internacional debe dar un paso al frente para ayudarlos ahora”, añadía nada más conocerse la magnitud del desastre.
El día del juicio final se vive a diario en esta geografía instalada en la peor catástrofe humanitaria del planeta desde hace más de una década.
Agencias