Sturgeon mostró su adhesión al monarca en plena campaña por otro referéndum de independencia
NotMid 11/09/2022
EDITORIAL
Aunque era rey de derecho desde el mismo instante en el que se apagó la vida de su madre, Carlos III fue formalmente proclamado ayer en una ceremonia que mantiene ritos y una liturgia prácticamente invariables desde hace más de tres siglos. Uno de los retos precisamente para el nuevo monarca al asumir su reinado, tras el «inigualable» protagonizado por Isabel II, como subrayó ayer en el solemne acto, es el de conjugar de un modo tan inmediato como bien perceptible la tradición y la pompa ceremonial consustanciales a una institución como la Corona con la necesaria renovación que en aspectos básicos exigen los ciudadanos del siglo XXI, en especial las generaciones más jóvenes. No es menor la preocupación de un rey que asume el trono a los 73 años por esta cuestión. Y, de hecho, en los dos discursos pronunciados entre el viernes y el sábado ha subrayado reiteradamente la época de cambios que vive la sociedad, incluida su propia familia, y su predisposición a encarnar una monarquía que también se adapte a los mismos. Sabido es que, como Príncipe de Gales, llevaba muchos años transmitiendo ideas para acometer reformas que doten a la Corona de mayor transparencia -cada vez más reclamado en asuntos como el de las finanzas de la dinastía-, racionalidad -con una proyectada reducción de la extensa familia real actual-, cercanía y adaptación a la sociedad multicultural y globalizada actual.
La Corona, con el rey en el vértice, debe en todo caso seguir siendo la institución medular y verdaderamente útil que dota de extraordinaria estabilidad al sistema británico. Carlos III habrá de adaptar a su estilo los poderes de moderación e influencia que con tanta habilidad ejerció Isabel II, sin lo que no se entiende, por ejemplo, el mantenimiento de una organización como la Commonwealth. El reconocimiento casi sin fisuras del soberano como clave de bóveda de todo el entramado institucional es asumido por el conjunto de la clase política británica con una ejemplaridad que no deja de producir envidia desde un país como España, nación que cuenta con otra de las monarquías más antiguas de Europa, y donde asistimos a diario al ejercicio de la deslealtad por parte de partidos que incluso integran el Gobierno, como Podemos. Aquí las legítimas aspiraciones republicanas se convierten en una conculcación sistemática de las reglas de juego que nos hemos dado entre todos y del necesario respeto a todas las instituciones, empezando por la jefatura del Estado.
Numerosos ex primeros ministros y cargos políticos arroparon ayer a Carlos III en su proclamación por el llamado Consejo de Ascensión. Entre ellos, la primera ministra de Escocia, la nacionalista Nicola Sturgeon, quien mostró su adhesión al nuevo rey. El gesto tiene importante trasfondo político, cuando la actual dirigente de una de las cuatro naciones que conforman el Reino Unido reclama desde hace meses un nuevo referéndum de independencia, tras la derrota del celebrado en 2014. La tensión disgregadora en un país tan polarizado y tan desunido como es hoy el Reino Unido es el trasfondo al que se enfrenta en sus primeros pasos un Carlos III que habrá de esforzarse para que la Corona siga ejerciendo su capacidad aglutinante.