El estereotipo de Sunak como un indio que superó todo tipo de barreras sociales y raciales, cuando en realidad forma parte de la selecta élite británica, nos ayuda a lavar nuestras conciencias
NotMid 28/10/2022
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
En una sociedad adicta al estupefaciente de la ficción, como refleja la importancia que adquirieron en el debate público las simplonas series televisivas o los vídeos y autorretratos con los que exhibimos en las redes sociales una realidad soñada, los medios de comunicación se integraron, sin apenas debate interno, en la industria del entretenimiento global: produciendo historias que conmueven y reafirman los estereotipos de la corrección política dominante para tranquilidad de los usuarios.
La última ficción en incorporarse al catálogo de consumo inmediato es la ascensión del nuevo primer ministro británico, Rishi Sunak, presentada como la lucha contra los estigmas raciales y sociales debido a su origen indio. La celebrada venganza de la colonia en el corazón del blanco imperio. Una historia perfecta para Netflix, basada en prejuicios racistas, al dar por hecho que la piel oscura condicionó negativamente su vida y que incumple el pacto sagrado con la verdad que debe obligar al periodismo decente.
Basta con repasar su biografía para entender que el nuevo líder conservador es un producto clásico de la elite británica. Un pijo: vástago de un médico y una farmacéutica, estudió en una de las escuelas privadas más prestigiosas del Reino Unido, Winchester (unos 58.000 euros anuales) y en las exclusivas universidades de Oxford y Stanford. Tuvo su primer trabajo en el banco Goldman Sachs y tras casarse con una multimillonaria, cuya fortuna ronda los 800 millones de dólares, descubrió su acomodada vocación política. Tampoco hay rastro de épica en el camino que le llevó a Downing Street: por descarte, tras apuñalar a su mentor Boris y perder las primarias con Truss. O sea, ni los suyos le han votado.
Halcón brexiter de entallados trajes caros, la propia composición de su Gobierno retrata la tribu a la que pertenece: el 62% de sus ministros han estudiado en instituciones privadas. Mientras que, por ejemplo, en el Gabinete conservador de Theresa May el porcentaje se situó en el 30% y un 32% en el del laborista de Tony Blair. Nada que reprochar, por supuesto, a Sunak, ya que una de las funciones naturales de la elite debe ser la de gobernar, pero su vida está muy alejada de la del «pobre chico indio» que llega a la cumbre.
En la trayectoria política y vital de Thatcher, o en las de Ayuso y Meloni, ninguna procedente de las cunas del poder, hay más material para escribir un guión sobre el ascensor social y la superación de limitaciones personales. Siempre y cuando, que no es el caso, sus perfiles se amoldarán a los clichés con los que blanqueamos gustosamente nuestras conciencias.