NotMid 20/05/2023
OPINIÓN
La intervención, en mayo de 2016, del entonces presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, Fernando Grande-Marlaska, para que la cúpula del Ministerio del Interior implicada en la operación Kitchen diera trato de favor a un policía de su confianza añade un trazo más al retrato oscuro de un ministro lastrado por sus actuaciones contrarias a la ética pública, cuando no a la ley. El episodio desacredita totalmente su pretendida lucha contra la corrupción de la etapa popular. Aquellas cloacas existieron, pero su denuncia resulta obscena en boca de quien intentó utilizarlas para promocionar a un conocido en el momento en que precisamente presidía la Sala donde acabarían las distintas investigaciones judiciales que amenazaban al PP.
Grande-Marlaska presionó al número dos de Interior, Francisco Martínez, para que ayudara a un policía a lograr una plaza en un una embajada, muy codiciada por su alta remuneración. «Estas cosas no me gustan mucho, pero personalmente me veo en la necesidad de trasladarte lo excepcional que es como persona y como profesional el inspector jefe Rafa», le escribió. A continuación, admitió lo inadecuado de su mensaje: «Espero no molestarte con ello».
La petición del hoy ministro revela una cercanía con la anterior cúpula de Interior que echa por tierra la retórica de higiene democrática que el ministro emplea cada vez que se ve acorralado. Qué legitimidad tiene para denunciar los escándalos de Jorge Fernández Díaz y su mano derecha quien les solicitó un favor de estas características medio año después de destaparse que el Ministerio había orquestado un plan de espionaje al tesorero Luis Bárcenas para controlar los documentos que pudieran comprometer al PP.
El movimiento de Marlaska denota también una forma de actuar poco compatible con la separación de poderes. El juez, además, reincidió, pues, como publicamos hoy, seis meses antes ya había pedido al mismo secretario de Estado de Seguridad una medalla policial para otro amigo: un procurador que organizaba cursos para jueces y fiscales en los que él mismo participó como conferenciante. Marlaska envió el mensaje desde su móvil del Consejo General del Poder Judicial, donde ejercía como vocal a propuesta del PP.
Tras una carrera en la que Marlaska procuró medrar de la mano del PP, Sánchez le nombró ministro. Desde entonces, su imagen de independencia ha quedado resquebrajada. En su historial destacan el fin de la dispersión de los presos de ETA en el marco de los pactos secretos con Bildu; su amparo a las agresiones a Cs en el Orgullo Gay; sus mentiras tras la muerte de 23 inmigrantes en Melilla; el duro golpe del Supremo por el cese de Pérez de los Cobos; el caso Cuarteles o la dimisión de la directora general de la Guardia Civil. Con su descrédito Marlaska está arrastrando al Ministerio a un deterioro irremediable.