El resultado será el de la bunkerización en torno a una mentalidad de asedio construido sobre una disonancia cognitiva: “Vienen sin cuartel a por un presidente legítimo”. Como si no hubiera nada de verdad. Victimización excepcional que pueda justificar respuestas excepcionales.
NotMid 01/12/2024
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
Casi lo primero que hizo el presidente después de ser investido hace un año fue presentar, de la mano de un conocido showman de la telebasura, un libro bajo el elocuente título de Tierra firme. Se trataba de establecer ante la opinión pública la convicción de que el muro que partía el país en dos, la renuncia del PSOE a su naturaleza institucional como proyecto autónomo de grandes mayorías y vocación vertebradora, conducía sin embargo a un escenario político de estabilidad a través de su alianza permanente con los nacionalismos y la asunción como propios de sus objetivos de desigualdad: «Somos muchos más».
Principalmente, lo que trasladaba Pedro Sánchez era su personalísima ambición de perpetuarse mediante el desprecio al pluralismo -también al interno- y la contención institucional, asumiendo las lógicas divisivas y plebiscitarias y la radicalización del lenguaje de los populismos de izquierdas.
Han pasado un año y muchas cosas desde entonces, pero Sánchez sigue girando alrededor de sí mismo. El Congreso Federal llamado a consagrar el partido como una cáscara vacía al servicio aclamatorio de ese liderazgo carismático será el de su bunkerización en torno a una mentalidad de asedio construida sobre una disonancia cognitiva: «Vienen sin cuartel a por un presidente legítimo». La victimización como palanca para generar una situación de excepcionalidad que justifique respuestas excepcionales. En este marco se entiende la confirmación de María Jesús Montero y Santos Cerdán inmediatamente después de ser señalados por la corrupción.
La estrategia pasa por instalar a su espacio militante en la ficción de que la catarata de escándalos de corrupción y abusos de poder que acechan al núcleo familiar y político de Sánchez, y el rechazo que suscita la displicencia arrogante del presidente -«si necesitan más recursos, que los pidan»-, son el producto de una conspiración maliciosa de medios y redes que desinforman y jueces reaccionarios, como si no hubiese nada de verdad en ello. Y si lo hubiere, tampoco es para tanto.
En un nuevo capítulo de aquel pulso sentimental de los cinco días abril tras la imputación de su esposa, que es el auténtico vector que ha condicionado la convocatoria anticipada del congreso como en un kirchnerismo cualquiera, la consigna es la alineación partidista a cualquier precio. La subrayó el ubicuo José Luis Rodríguez Zapatero en la sesión inaugural: «La lealtad debe ser la regla en el PSOE». Como si lo prioritario fuesen la organización y su líder y no el ciudadano. El congreso del ensimismamiento.
El psicodrama de abril colocó a buena parte de la élite dirigente del partido en posición de súplica implorante ante el abismo de un posible abandono del líder y Sánchez pretendía ahora recoger los frutos: victimizarse para declarar ilegítima cualquier discrepancia interna, colocar a la formación en fila de a uno para fortalecer una atmósfera coactiva y prepararse para un eventual adelanto electoral con un partido a su imagen y semejanza que lo blinde a él y a su legado. No lo tendrá fácil porque su debilidad ha llegado demasiado lejos.
Y ocurre también que el episodio de abril ha tenido el efecto de despertar un movimiento crítico idealista en el PSOE capaz de imaginar una era postSánchez sin sanchismo, todavía en fase muy germinal e impotente ante el rodillo aplastante y despiadado que ejerce la fuente única del poder, pero al menos consciente de que el camino de Sánchez condena a muchas organizaciones territoriales a la inanición -Andalucía entre ellas- y de que la deriva personal del presidente conlleva un deterioro irreversible de las siglas. «Sólo rehabilitará y reconstruirá el PSOE, y sobrevivirá a Sánchez, quien lo combata, no quien se pliegue», escribió Javier Redondo en su brillante tribuna del miércoles.
En este contexto hay que entender la escaramuza suicida de Juan Lobato y el liderazgo disidente de Emiliano García-Page en las vísperas del congreso. Lobato no resistió los latigazos ante su rebeldía, pero su retirada deja un espejo cóncavo que pondrá en evidencia al mediocre fontanero Óscar López y dos cargas de profundidad. La primera es de espoleta retardada y es el discurso que apela a la conciencia moral de los militantes: «El PSOE no es una secta», pero sobre todo «la democracia y la ley están por encima» del partido y de cualquier persona; luego simplificó el mensaje -«los socialistas siempre con la verdad y la ley por delante»-, precisamente cuando Sánchez pretende colocar la voluntad de la militancia sobre la verdad y la ley.
La segunda es la consecuencia inmediata y demoledora de ese eslogan impecable y consiste en introducir al Palacio de La Moncloa en las fauces del Supremo; la maquinaria de la Justicia no se detendrá ante una operación de Estado que atropelló los derechos de un ciudadano para perjudicar a una rival política y amenaza ya a los colaboradores más cercanos de Sánchez. La asesora Pilar Sánchez Acera será muy probablemente imputada y de ahí hacia arriba. Las pruebas desnudan tan claramente las motivaciones de la ansiedad y las prisas de García Ortiz que deberían avergonzar a los panfletarios que transmitieron la mercancía averiada de que «el fiscal general sólo quería desmentir un bulo». La desinformación siempre son los otros.
En el mismo minuto en el que Lobato salía por la puerta del Tribunal, Page intervenía para respaldarle -«ninguna militancia obliga a ser cómplice»-, celebrar que la dirección del PSOE no se haya atrevido a plantear una discusión ideológica abierta sobre el modelo territorial para no enfrentarse a sus críticas y lamentar que el congreso «pueda ofrecer la imagen de un búnker» que sirva a intereses personales y no a los del ciudadano. «Ni el lunes ni el martes van a ser distintos en la coyuntura nacional por el congreso del PSOE», concluyó.
Y así es. El calvario no se detendrá porque sólo acaba de empezar. Mañana no dejará Víctor de Aldama de aportar pruebas ni el Supremo abandonará la presa del fiscal general ni el juez Peinado va a archivar la investigación a Begoña Gómez. Por muy encendido que sea el discurso de Sánchez, por apasionado que sea el cierre de filas, no retomará la iniciativa ni el control de la agenda informativa. Tampoco los socios de la investidura desaprovecharán la situación de fragilidad para apretarle las tuercas. Ni EL MUNDO ni el resto de prensa crítica desistirán de publicar exclusivas. El congreso del ensimismamiento fracasará en esos objetivos, excepto en uno: reafirmar la voluntad de Sánchez de resistir a cualquier precio. Ahora sí, al que haga falta.