NotMid 14/05/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La madre de un niño asesinado hace seis años por su madrastra ha traído a España una discusión que lleva tiempo dándose en América: la legitimidad moral del true crime. Este fin de semana, y ante la posibilidad de que se esté filmando una serie sobre el caso, la madre convocó una rueda de prensa: «Lo nuestro no es una serie, no somos actores. Lo nuestro es nuestra vida». Y repitió con otras palabras lo que el familiar de una víctima acertó a sintetizar como lema en la discusión americana: «Mi trauma no es tu entretenimiento»
Se comprende la desesperación, pero ese tipo de traumas lleva entreteniendo a la Humanidad desde que se dio el primero. Y por dos razones fundamentales. Primero, porque a descargo de la pesada de Arendt cualquiera no puede ser Eichmann. En el mundo, al sabio decir de Raphael, hay mucho, mucho más amor que odio, / más besos y caricias que mala voluntad y la atención que despierta el psicópata viene por contraste. Luego hay un topos narrativo adictivo e infalible: quién hizo algo y cómo. Esta síntesis es lo que algunos espíritus dudosos llaman el morbo.
La madre del niño asesinado replantea con especial emoción el asunto de los cadáveres públicos. Pero solo puede dársele consuelo. Guardando siempre las debidas proporciones, es el mismo que cabría ofrecer a la queja dolorida de la familia Kennedy después de que sus true crimes se hubieran convertido en una industria cultural próspera. Los hechos tienen sus autores, pero a estos no les protege ningún derecho. Tampoco el derecho de veto. Otra cosa es la repugnancia que inspiren algunas prácticas narrativas, aún más devastadoras por vertirse como lava sobre seres humanos. Un Dr. Phil McGraw, que comenta casos criminales en un famoso talk show de la televisión americana, recuerda una de las más lacerantes: «La vida no tiene banda sonora». No digamos la muerte.
El mayor crimen del true crime quedó definido hace muchos años en estas palabras de Janet Malcolm de El periodista y el asesino: «El escritor de no ficción es tan solo un inquilino que debe respetar las cláusulas de un contrato de alquiler que especifica que ha de dejar la casa -llamada Realidad- tal como la encontró». Pero la inmensa mayoría solo hace con ella las cerdadas del okupa.