Ya lo dijo Groucho Marx, el gurú del socialismo actual español: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados»
NotMid 28/12/2022
OPINIÓN
GABRIEL TORTELLA
A pesar de sus errores, obsesiones y exageraciones, y de los rasgos desagradables de su personalidad, Karl (Carlos en el mundo hispánico) Marx fue un gran pensador, cuya obra tuvo fuerte impacto en el desarrollo de las ciencias sociales. Aunque su teoría económica tenía defectos muy serios -Luis Ángel Rojo, que fue gobernador del Banco de España (1992-2000) y catedrático de Teoría Económica en la Universidad Complutense, demostró matemáticamente las inconsistencias de la economía marxista-, su visión sociológica e histórica -lo que el propio Marx llamó, con ampulosidad lapidaria, el «materialismo histórico»- renovó los fundamentos de la ciencia social, destacando la importancia del sustrato económico no sólo en el desarrollo y evolución de las sociedades, sino también en la formación de las mentalidades. Si Adam Smith puso de relieve cómo los intereses económicos, encarnados en el omnipresente afán de lucro, son el motor principal de la actividad económica en general y en especial del progreso de la técnica y, por ende, de la productividad; Marx mostró cómo esos mismos intereses económicos moldean la conducta y el pensamiento humanos. A esto podría añadirse un matiz importante, que ya advirtió mucho antes Nicolás Maquiavelo: aunque los seres humanos se muevan en gran parte por motivos económicos, eso no significa que siempre entiendan claramente cómo se concretan esos intereses; a menudo los individuos y los grupos sociales se equivocan o se dejan engañar. «Son tan simples los hombres -dice el florentino- y obedecen tanto a las necesidades presentes, que el que quiera engañar siempre encontrará a quien se deje». Esto se aplica a todos, los poderosos y la multitud. Muchos escritores piensan que ni unos ni otros se equivocan nunca sobre lo que les conviene, y no es así. Los ricos se arruinan y las multitudes votan a políticos que les engañan; no siempre se dan estos casos, pero ocurren con sorprendente frecuencia.
Yo creo que Marx se dio cuenta de que su teoría económica tenía graves defectos que no supo corregir, y por eso nunca publicó entero El Capital, su incompleta obra magna, a pesar de haber vivido 17 años tras la publicación del primer volumen y de haber dejado manuscritos los borradores de dos volúmenes más. También tuvo que advertir que sus apocalípticas profecías acerca del derrumbamiento del capitalismo no tenían visos de cumplirse. Si cuando se formaron sus ideas y se publicó el Manifiesto Comunista, en torno a la gran crisis de 1848, las desigualdades sociales y la miseria de las clases trabajadoras parecían inamovibles, a lo largo de su vida un observador tan perspicaz como él tuvo que percibir que el nivel de vida de los obreros ingleses mejoraba y que la estructura social inglesa, aunque muy lentamente, se adaptaba al progreso de la economía.
Poco después de la muerte de Marx se produjo la escisión socialdemócrata (reforma frente a revolución), que a la larga fue la que triunfó. España fue uno de los primeros países donde se fundó un partido de inspiración marxista, el PSOE, en 1879. El socialismo español, sin embargo, no se distinguió por su sutileza teórica. Entre sus fundadores y primeros afiliados los conocedores a fondo de la doctrina marxista serían contados. Sólo el médico Jaime Vera, uno de los fundadores del partido, escribió un informe sobre las ideas socialistas que revelaba una comprensión profunda del esquema marxista, incluyendo, por supuesto, los errores que ya vimos. Más adelante, tras la Revolución rusa, tuvo lugar la escisión comunista, pero la gran mayoría del PSOE permaneció en la línea de la Segunda Internacional, la socialdemócrata. Pese a ello, seguramente en parte por su falta de análisis riguroso, pronto experimentó fuertes vaivenes ideológicos, pasando de colaborar con la dictadura de Primo de Rivera hasta proclamarse, durante la República, una sección importante del partido favorable a la «dictadura del proletariado», llegando a organizar el desgraciado levantamiento de octubre de 1934, que fue el principio del fin de la República.
Al concluir la larga dictadura de Franco, el PSOE resucitó después de decenios de precaria clandestinidad, cuando los votantes españoles le consagraron como el gran partido de la izquierda, a expensas de los comunistas y del Partido Socialista Popular de Tierno Galván. Seguidamente tuvo lugar otro episodio decisivo en la historia del PSOE, cuando su secretario general, Felipe González, dimitió en mayo de 1979 y logró que un congreso extraordinario celebrado el siguiente mes de septiembre renunciase a las tesis marxistas y asumiese los principios socialdemócratas con todas sus consecuencias. Así se puso fin a la peligrosa ambigüedad de un partido que había venido siendo a la vez reformista y revolucionario. Es muy probable que esa nueva claridad contribuyera al gran triunfo electoral de 1982 y a la larga permanencia del partido en el poder (14 años). España tenía mucho que recuperar y ponerse al día tras la dictadura. Los gobiernos del PSOE contribuyeron a la modernización y consolidación del estado de bienestar propio de la Europa contemporánea, pero hay que reconocer que la UCD de Adolfo Suárez les dejó el trabajo muy adelantado, algo que muchos olvidan. El hecho es que, en 1996, cuando el PP se estrenó en el gobierno, el estado asistencial propio de la socialdemocracia europea estaba plenamente consolidado. Era el momento de pasar a una política liberal, algo que los gobiernos de José María Aznar llevaron a cabo con éxito.
Este éxito chocó profundamente a los socialistas, que, después de la era González, se creían con título para gozar de un cuasi-monopolio del poder. La nueva generación en la dirección del PSOE realizó silenciosamente otro cambio de rumbo que ha tenido profundas consecuencias. En pocas palabras, Carlos Marx quedó arrumbado para siempre y fue sustituido por Groucho Marx, el popularizador de esta frase inmortal: «Estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros». Así, el PSOE, a quien su tradicional exigüidad intelectual le vedaba concebir un proyecto sugestivo en una sociedad plenamente socialdemócrata, pasó del igualitarismo a su antípoda: el nacionalismo identitario. En Cataluña y el País Vasco, especialmente, la clase obrera fue abandonada a su suerte y el socialismo se coaligó estrechamente con la burguesía nacionalista (algo que escandalizó en su día a uno de los pocos intelectuales serios del socialismo, Antonio Ramos Oliveira, hoy totalmente desconocido por sus correligionarios).
Otro de los terrenos en que el PSOE ha renegado de sus posiciones tradicionales es el de la educación. Para el socialismo la educación fue siempre considerada como la principal avenida de progreso social, a nivel tanto individual como colectivo. La educación aumenta las capacidades del individuo y le permite alcanzar mejores empleos y posición social; correlativamente, la mejora de las capacidades de la población constituye una inversión en capital humano que se traduce en un aumento de la renta y el bienestar general. El socialismo exigió tradicionalmente una generalización del acceso a la educación y un mantenimiento o mejora de la calidad de la educación, en aras tanto de la igualdad como del desarrollo económico. El PSOE de hoy desconfía del valor de la educación, lo cual no extraña en un partido cuyo líder se doctoró con una tesis que no había escrito ni leído y que ha hecho catedrática a su esposa sin exigir ninguno de los que ellos sin duda consideran requisitos académicos superfluos, como una licenciatura, un doctorado o una oposición. A tenor de la legislación reciente, la educación para el PSOE es un entretenimiento para pasar la infancia, la adolescencia y la juventud con el menor trauma posible, sin dañar la autoestima de los trabajadores del futuro. Así, se suprimen los exámenes y las notas numéricas, se aminoran los planes de estudios, se acorta y simplifica el estudio de la historia (y de casi todo lo demás). Hay que tener contentos a los estudiantes para que vayan agradecidos e ignorantes a las urnas. En cuanto a la guerra de clases, ha sido sustituida por la guerra de sexos.
En economía, el PSOE de hoy practica el populismo nominalista: si la renta no crece, no se cambia de política, sino de director del Instituto Nacional de Estadística; y si el paro aumenta, se bautiza a los parados «ocupados discontinuos» y se les borra de la estadística. Ya lo dijo Groucho Marx, el gurú del socialismo actual español: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».
Gabriel Tortella es economista e historiador. Su último libro (con Gloria Quiroga) es La semilla de la discordia. El nacionalismo en el siglo XXI (Marcial Pons). La tercera edición de su Capitalismo y Revolución (Gadir) es de aparición inminente