Produce vergüenza y rechazo, pero es vital para bajar la temperatura de nuestro cuerpo. En exceso puede ser una patología que tiene diferentes tratamientos y no huele: el olor se debe a la microbiota: las bacterias de nuestra piel
NotMid 14/08/2022
Ciencia y Tecnología
Pocas cosas tienen tan mala prensa como el sudor. Ver a alguien a quien se le caen los goterones por la cara o con esos típicos cercos en las axilas que en 2002, tras el Mundial de Corea-Japón, quedaron bautizados como camachos en honor al seleccionador de la Roja, es una imagen que nos hace sentir incómodos. A pesar de ser algo absolutamente natural -y necesario-, provoca malestar y vergüenza al que lo sufre y cierto rechazo en quien ve esas manchas en la ropa que delatan la transpiración.
Quizá se deba a que puede resultar un poco antiestético (incluso las frases ‘sudar como un cerdo’ o ‘sudar como un pollo’ evocan una imagen poco sugerente) o porque evidencia que estamos nerviosos o estresados en determinadas situaciones o porque lo asociamos a mal olor y falta de higiene, algo que no tiene por qué ser así: la higiene no afecta a la cantidad de sudor ni ésta condiciona su ‘fragancia’.
También porque desde el inicio de los tiempos con aquel castigo divino del “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” lo asociamos a trabajo y esfuerzo por conseguir algo: sudar sangre o sudar tinta, sudar la gota gorda… (curiosamente, sin embargo, que algo ‘te la sude’ es que no te importe nada). Hasta el miedo en ciertas situaciones se manifiesta como unos sudores fríos que recorren nuestra espalda.
Dejando a un lado las fantasías del lenguaje, y nos guste o no, lo cierto es que sudar es vital para el ser humano. “La sudoración tiene varias funciones en nuestro cuerpo. La primera y principal es la termorregulación, es decir, el control de la temperatura corporal. Tiene una función emocional (cuando sentimos miedo, estrés, tensión), una función excretora para eliminar los productos de desecho que se producen del metabolismo corporal, y otras funciones más secundarias”, explica la especialista en Dermatología Nuria Rodríguez Garijo, de la Clínica Universidad de Navarra (CUN).
Centrándonos en la función principal, la temperatura media del cuerpo es de 36-37 grados, aunque puede variar según la hora del día (es menor por la mañana o mientras dormimos) o a lo largo de la vida (sube en algunas fases del ciclo menstrual o en la menopausia). Se incrementa cuando realizamos ejercicio físico o cuando suben las temperaturas (este verano con tanta ola de calor estamos experimentando lo que es sudar la gota gorda). También por exceso de peso o por algunos alimentos, como los picantes. Esa subida de temperatura es detectada por el centro de la termorregulación en nuestro cerebro, que es el hipotálamo, y éste envía mensajes a través de las neuronas del sistema nervioso simpático hasta los millones de glándulas sudoríparas que tenemos para que produzcan más sudor. Ese sudor en la superficie de nuestra piel se evapora y es lo que nos enfría.
¿Cuál es esa temperatura a partir de la cual se dispara nuestro sistema refrigerante? Depende de la persona. “No es matemático, no hay una temperatura a partir de la cual se activa, al menos que se sepa. Es cuando interpreta que tu cuerpo está caliente, que la temperatura exterior es mucha. Pero hay gente que ante la misma circunstancia suda más y otra que suda menos, es una cuestión genética“, apunta Paloma Borregón, dermatóloga de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV).
Sí, es una cuestión de genética, de suerte pueden pensar algunos. Lo cierto es que por exceso o por defecto, en ambos casos hay inconvenientes. Así, los que sudan mucho corren más riesgo de deshidratarse en veranos como el que estamos viviendo, por lo que estas personas deben beber agua incluso aunque no tengan sensación de sed (que no es inmediata). Haciendo ejercicio intenso se pueden perder de 1,5 a 3,5 litros de sudor por hora, por lo que además de agua hay que reponer los electrolitos que perdemos (sodio, potasio, magnesio…) ya que puede ser peligroso para nuestro cerebro.
Por contra, los que sudan poco y recurriendo de nuevo como ejemplo a este verano de olas de calor infernales, “tienen más opciones de sufrir un golpe de calor porque este mecanismo de enfriamiento del cuerpo lo tienen totalmente anulado”, indica la doctora Rodríguez Garijo. “Gente que suda poco suelen ser los niños pequeños porque todavía tienen todo este sistema inmaduro, los pacientes mayores y los enfermos crónicos. Luego también en determinadas enfermedades genéticas muy específicas no se tiene desarrollado todo el sistema de termorregulación”, añade la especialista. De ahí que se lleve avisando todo este verano de que son los colectivos más vulnerables -junto a las embarazadas, que tienen mayor temperatura basal, entre otros factores- ante los golpes de calor.
En cualquier caso, sudar poco no se considera una patología, pero sudar mucho sí puede serlo. Se trata de la hiperhidrosis, que normalmente afecta a manos, pies, axilas o cara. “Es mucho más frecuente de lo que la gente piensa. Puede afectar hasta a un 3% de la población y las causas no están excesivamente estudiadas porque causa vergüenza o ha sido tabú, pero generalmente se produce por una hiperactivación del sistema nervioso simpático, que en determinadas circunstancias y en determinadas personas se activa más de lo que debería hacerlo en circunstancias normales”, señala María Rodríguez Pérez, especialista en Cirugía Torácica de la CUN.
“Las glándulas sudoríparas son más activas de lo normal, se activan sin necesidad de tener ese aumento de temperatura. No es que tengan necesidad de eliminar el sudor, sino que esas glándulas son más sensibles de lo normal al sistema nervioso, resumiendo un poco el mecanismo que sería más complicado”, arguye Borregón. “Lo que implica la hiperhidrosis es que condiciona en gran manera la vida de los pacientes, muchos no pueden realizar su trabajo con normalidad y afecta a sus relaciones sociales pues limita en gran medida su actividad”, agrega Rodríguez Pérez.
Las más frecuentes son la hiperhidrosis palmar y la plantar. Tenemos diferentes tipos de glándulas sudoríparas dependiendo de la localización. Las ecrinas son la mayoría de las glándulas sudoríparas que tenemos, se distribuyen por toda la superficie cutánea, especialmente en la cara, las palmas de las manos y las plantas de los pies (de ahí que sean las hiperhidrosis más frecuentes), son las que más contribuyen a la sudoración. Las apocrinas son menos numerosas y están sobre todo en las axilas, ingles y en los genitales. La hiperhidrosis puede ser primaria, que también tiene un componente psicológico (por ejemplo, situaciones que a uno lo pueden poner nervioso y estas personas no tienen una sudoración normal, sino incrementada), y secundaria, que puede estar relacionada con tumores y otro tipo de enfermedades, explica Rodríguez Pérez.
TRATAMIENTOS PARA LA HIPERHIDROSIS
Se suele tratar la primera, que suele estar localizada en una zona concreta y afecta más a los pacientes. Los tratamientos suelen ser escalonados, van de menos a más. Así, lo primero y quizá evidente es una buena higiene; el uso de desodorantes y antitranspirantes, así como cremas y pastillas, que actúan a nivel de los receptores de las glándulas sudoríparas; o la iontoforesis, que se incluye dentro de la electroterapia. Consiste en introducir las manos en un recipiente con agua y se hace pasar una corriente eléctrica continua de baja intensidad por los tejidos. “Se tienen las manos 10-15 minutos también se usa en fisioterapia para inflamación muscular y articular, no tiene muchos efectos adversos pero para la sudoración excesiva hay muy poca evidencia”, comenta Rodríguez Pérez. Además, solo sirve para las manos ya que es difícil introducir unas axilas y en las plantas de los pies los resultados no son tan buenos por la inervación más compleja de las plantas.
La toxina botulínica, más conocida como bótox, no solo sirve para evitar las arrugas, sino que relaja las glándulas sudoríparas, las duerme. Se inyecta en axilas, manos y pies y es bastante efectiva pero el efecto tiene una duración limitada: hay que reinyectar cada seis meses o un año, y su duración es cada vez menor porque va perdiendo efectividad. “Imaginemos un sistema de comunicación y tenemos que cortarle el paso. Puedes cortarlo en el final del sistema, entre la neurona y la glándula, inyectando bótox, o en el principio del sistema, en el nervio, mediante una cirugía (simpatectomía) que se hace desde el tórax. Sin estímulo nervioso la glándula sudorípara no puede funcionar”, analiza la doctora Borregón.
“En esta cirugía cortamos la cadena nerviosa simpática que va por dentro del tórax paralela a la columna vertebral, a distintos niveles de las costillas, según se trate de las manos, los pies o la cara. Cuanto más arriba se hace, más riesgo hay. Hacemos unas incisiones muy pequeñas, de cinco milímetros. Mucha gente tiene miedo a la cirugía, pero hablamos de una intervención ambulatoria que se hace en el día”, subraya Rodríguez Pérez.
La especialista en Cirugía Torácica de la CUN recalca que es muy importante seleccionar bien a los pacientes “que hayan probado otros tratamientos y que la hiperhidrosis efectivamente les condicione la vida”. “Cuando entran por la consulta es muy fácil identificarlos porque son pacientes a los que les chorrean las manos, literalmente. Las dejan apoyadas en la mesa y dejan gotas de sudor o no pueden coger un papel porque se les deshace o se les corre la tinta. Yo tenía el caso de un electricista que se electrocutaba, no podía realizar su trabajo por la humedad que tenía en las manos. Además, es gente que tiene las manos excesivamente frías”.
También, añade la doctora, “que acepten los posibles efectos secundarios que puede haber, como hipersudoración compensatoria“: lo que no se suda por las manos o las axilas, al final se puede sudar por otras partes del cuerpo, como en el tronco, espalda y muslos, las zonas donde más se da esa hipersudoración compensatoria tras la cirugía. “No hay nada que nos sirva para predecir qué pacientes la van a presentar o no, pero generalmente los índices de satisfacción tras la cirugía son altísimos, es gente a la que le cambia la vida por completo”, dice la especialista.
A este respecto, el director del departamento de Cirugía Torácica de la CUN, Miguel Mesa, comenta: “Uno de los elementos principales de la vanguardia en la nueva técnica quirúrgica es la posibilidad de en esa cirugía mínimamente invasiva, en vez de cortar, hacer un clipaje a través de clips de titanio aislando el ganglio de la cadena simpática. Frente a esta hiperhidrosis compensatoria que puede existir y si es grave puede hacer que el paciente esté arrepentido por la cirugía, este clipaje permitiría una reversibilidad del procedimiento. No hay evidencias muy sólidas porque en pocos casos ha sido necesaria la retirada de un clip, pero en mi experiencia personal y de muchos otros equipos que están trabajando con mucho volumen de pacientes, esta cirugía con clipaje permite la reversibilidad”.
Mesa resalta que el beneficio de esta cirugía es evaluado en base al grado de satisfacción. “El grado de satisfacción está por encima del 85-90% en casi todas las series. Aunque la sudoración compensatoria alcance en general inclusive el 60% -la grave solo un 3-5%-, el paciente está feliz porque el cambio de vida es radical, ya que a muchas personas les limita mucho”.
Otra posible complicación es en el caso de hipersudoración en la cara o rubor facial excesivo. “La cadena simpática también enerva la musculatura autónoma del ojo y produce la secreción que lo mantiene hidratado, entonces si se corta la cadena simpática muy arriba y se afecta al ganglio del que salen las terminaciones que pueden ir al ojo, produce el denominado síndrome de Horner que hace que el párpado se caiga, el ojo y esa mitad de la cara se sequen y la pupila se contraiga. En algunas series el riesgo del síndrome de Horner va hasta el 20%, si son secciones muy altas, pero son series antiguas. Para la hiperhidrosis en manos y axilas, que son series más modernas, el riesgo es menor del 1%”, indica Rodríguez Pérez.
¿A QUÉ HUELE EL SUDOR?
Aunque sea una cuestión controvertida, lo cierto es que el sudor no huele a nada. El sudor es 99% agua con desechos del metabolismo, minerales como sodio, cloro, potasio o urea (la sustancia de la orina), pero básicamente es agua con cloruro de sodio (sal). Lo que provoca el mal olor que tienen algunos más que otros es la microbiota, o lo que es lo mismo: la flora endógena de la piel. “Son bacterias, hongos, hasta parásitos que se distribuyen de manera distinta. En las axilas tenemos unas bacterias diferentes de las que tenemos en la cara o en otros sitios, por eso el olor de unas zonas es diferente al de otras”, señala la doctora Borregón.
La dermatóloga Ana Molina siempre dice con mucho humor que “esas bacterias comen, se tiran pedos y hacen caquita. Se alimentan de productos presentes en nuestro sudor y generan moléculas olorosas, como amoniaco y ácidos grasos de cadena corta”. Resumiendo: nuestra piel huele a caca de bacteria (las que cada uno tenga).
“Ese mal olor o bromhidrosis se puede deber también a algunos fármacos, por ejemplo para el Parkinson. Algunos alimentos también pueden incrementarlo y algunas patologías, por ejemplo, la trimetilaminuria, que es que los pacientes tienen una especie de olor a pescado y esto se debe a una mala absorción de diferentes sustancias de la dieta que se metabolizan de forma alterada en el tubo gastrointestinal y producen este mal olor. Eliminando de la dieta ciertos compuestos, estos pacientes mejoran”, indica la dermatóloga de la CUN Nuria Rodríguez Garijo.
Estas bacterias no permanecen siempre igual, también cambian con la edad (por eso no olemos lo mismo de niños que de adultos). La flora se puede ver alterada por ejemplo al tomar antibióticos, lo que podría alterar el olor “y cambia también la genética con las razas, otras razas nos huelen diferente, a veces muy fuerte, porque tienen distinta composición, nuestras bacterias son diferentes. De todas formas eso es muy subjetivo y no es oler mal ni depende de lo que sudes”, asegura Borregón.
El tema de la microbiota cutánea está muy de moda ahora mismo, está en pleno desarrollo y es que se ha visto que la carga de microorganismos que tenemos en nuestra piel (que se pueden alterar con modificaciones de la dieta, los hábitos higiénicos y otros parámetros) influye en patologías dermatológicas, en otras patologías de nuestro organismo y también por supuesto en la hiperhidrosis y la bromhidrosis”, remata Rodríguez Garijo.
Agencias