Durante años una miríada de organismos se han dedicado a la producción de bullshit sexista hasta el punto de que la tarea ha representado, probablemente, su actividad principal
NotMid 12/03/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
El círculo moral) Los animales se matan entre sí. Supongo que de algún modo menos sangriento también lo hacen las plantas. La vida de los unos es posible por la muerte de los otros. Hasta donde me alcanza la vista es la primera vez que una especie animal -el hombre: esa especie de animal- puede sobrevivir sin matar animales. Al revés de lo que cree Peter Singer, premiado por el Bbva y entrevistado el viernes por el periódico, el hombre es un ser efectiva e indiscutiblemente superior no porque explote y domine a otras especies de animales -muchas otras especies dominan y explotan a otras especies-, sino porque ya puede sobrevivir sin hacerlo. Aunque por el momento necesite seguir arrancando zanahorias: yo consumo un manojo diario y me aterran las fabulaciones sobre sus gritos desgarradores en el momento que el agricultor ejecuta la suerte suprema. ¡Quia fabulaciones! Esto es lo que dice el científico Paco Calvo, director del Laboratorio de Inteligencia Mínima de la Universidad de Murcia (España), citado esta semana en un artículo en Nautilus. «Ser ciego para las plantas es no verlas como lo que realmente son: organismos cognitivos dotados de recuerdos, percepciones y sentimientos, capaces de aprender del pasado y anticipar el futuro, capaces de sentir y experimentar el mundo».
Nuestro filósofo Singer no incluye a las plantas en su ética. Comprendo que los problemas aumentarían exponencialmente. Por el momento declara que los animales tienen derechos y, entre ellos, obviamente, el de no ser asesinados. Pero solo la especie humana puede otorgárselos, sin que los animales -pobrecitos idiotas- los reclamen, porque solo el hombre conoce los derechos. En estos asuntos, mejor habría sido hablar estrictamente de las obligaciones morales de los humanos para con los animales y olvidarse de la cretinez de los derechos. Para evitar, entre otras, la pasmosa circunstancia jurídica de que Singer, tras enfatizar el derecho animal a no ser víctima del hombre, tenga que reconocer a los animales el derecho a matar y explotar a otros animales.
La nota que da cuenta de la concesión del premio cita el esfuerzo de Singer por ampliar a otras especies el perímetro moral que el hombre ha trazado en torno a sí mismo. En el periódico le piden detalles sobre el alcance de la ampliación. Y responde: «El límite apropiado de esa expansión es si un ser es capaz de sentir dolor o placer. Yo uso el término ‘sintiente’ para referirme a ello, y diría que debemos expandirlo a todos los seres sintientes. A todos los seres que tienen conciencia y pueden disfrutar de sus vidas o ser desgraciados… Hasta ahí debemos ampliar el círculo». El grave problema de la respuesta es que ni Singer ni nadie saben todavía lo que es un ser sintiente, porque como dijo de modo célebre Thomas Nagel nadie sabe lo que es ser un murciélago. Si los humanos han matado y matan animales por necesidad, o por placer, ha sido porque trazan una rígida frontera entre verdugos y víctimas basada en el dolor y su ausencia. La Ciencia ha removido los cimientos de esa frontera, pero la palabra sintiente no funda, de ningún modo, otra nueva.
Singer, además, debería ser especialmente cuidadoso con ese uso. Ni el banco patrocinador ni la entrevista del periódico abordan una cuestión clave de la ampliación del círculo moral a los sintientes. Desde hace años el filósofo defiende la legitimidad del aborto tardío cuando se descubran en el feto lacerantes malformaciones. No solo el aborto: si las malformaciones no se han descubierto en la etapa prenatal, o el acto de nacer ha provocado heridas profundas e irreversibles, es partidario del infanticidio. Su principal argumento para cruzar el umbral es que el umbral no existe y que no hay humanidad que distinga al feto tardío del recién nacido. Una postura, la de la continuidad, en la que coincide, paradójicamente, con los antiabortistas más severos. La discusión sobre el umbral es intimidatoria aunque puedo argumentar la objeción de las emociones -la emoción erecta que lo comenzó todo culmina con la emoción del abrazo al hijo- y la razón gramatical (y registral) contenida en la tercera persona del verbo ser. Pero esta no es la cuestión ahora. La cuestión, tratándose además del premio llamado Fronteras del Conocimiento, es cómo precisaría Singer que un animal es sintiente y un enfermo humano recién nacido no lo es; y qué nivel de conciencia, capaz de distinguir entre una buena vida y una vida desgraciada, atribuiría a cada uno. Cabe esperar, desde luego, que nuestro filósofo no zanjara la conversación apartándose de la objetividad sobre sintiente y conciencia. Es decir, que no basara sus decisiones morales sobre el humano recién nacido en lo que una vida humana pueda dar y rebajara para el animal no humano las exigencias. Dicho a la puttanesca: Singer debería respetar el derecho de un ser humano a vivir como un animal.
(Triple) El vario investigador David Rozado ha publicado en Substack un estudio escalofriante. Meses antes lo había hecho en la Fundación Disenso, vinculada a Vox. Esta es la conclusión: «España prácticamente triplica en número de menciones de palabras que significan prejuicio de género [sexista, machista, misógino y sus respectivos sustantivos] a los países que la siguen en el ranking de mayor frecuencia de uso de este tipo de palabras (Francia, Reino Unido, Brasil, Australia, Chile y Argentina)». No debo ocultar a los lectores mi responsabilidad personal en el gap. La conclusión parece bien fundamentada, aunque no he analizado con detalle las tripas que el investigador ha hecho públicas en un repositorio anexo.
El estudio, que se basa en técnicas computacionales aplicadas a 98 millones de artículos de 124 medios en 36 países, incentiva muchos análisis. Por ejemplo: la coherencia entre la vida de las mujeres en Irán y la frecuencia insignificante con que las palabras prejuiciosas aparecen en sus medios, permite calibrar nítidamente la incoherencia española entre la vida de sus mujeres y la masiva denuncia verbal de sexismo. También tiene interés saber cuándo empezó España a circular por la vía desaforada: fue a partir de 2004, coincidiendo con la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, adán. Luego están las causas, naturalmente. El inicio de la inflación ya aventura la causa institucional. Durante años una miríada de organismos se han dedicado a la producción de bullshit sexista hasta el punto de que la tarea ha representado, probablemente, su actividad principal. Pero nada de ello habría sido posible sin la colaboración entregada y febril de los periodistas. El momento en que el periodismo acepta escribir con las palabras de los diversos gremios técnicos o ideológicos, despreciando las palabras de todos, filtradas por el sutil consenso social, es el de su primera derrota, que revela otra aún más profunda: la aceptación acrítica de las narrativas segregadas por los gremios. Y por último: esa proporción triplicada que hace a España líder del bullshit sexista describe la corrupción de unas élites políticas que invierten el dinero público en la creación de un ecosistema palabrero desvinculado de lo real, pero imprescindible para el mantenimiento del negocio criminal que gestionan.
(Ganado el 11 de marzo, a las 13:49, sin que ceda mi irritación por cómo estoy pagando a tocateta la mejora de la vida sexual de Pam, y ya vislumbrando muy próximo el día en que saquen a Josep Pla proclamando que los hombres en verdad engañan y que lo que les gusta son el vino dulce, la música de Verdi y las mujeres gordas).