NotMid 21/02/2024
OPINIÓN
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
El batacazo gallego no frena el golpe de Sánchez y sus cómplices contra el régimen constitucional español, sino que lo acelera. Ayer, el partido de la ETA ofreció un pacto de Gobierno al PNV tras las elecciones vascas, que no veo más difícil que ver a Mbappé en el Madrid. También ayer, el Parlamento de Cataluña votó una ley de desconexión tan ilegal como las de 2017, otorgándose la facultad de declarar la independencia, es decir, de facilitar la convivencia que proclama Sánchez. Y, con pocas horas de antelación, el presidente anunció una visita por sorpresa a Marruecos hoy mismo, no sabemos si para recuperarse a orillas de una pipa de kif del bofetón de Galicia, para rehacerse tras el penúltimo desafío de Puigdemont o para aprenderse bien las condiciones de su apoyo al Gobierno PNV-Bildu, no vaya a pasar como con la Ley de Amnistía, que estaba hecha hace una semana, quedaba resuelta hace media y sigue prorrogando su presentación. Lo urgente en Sánchez suele acabar igual: con retraso y sin explicaciones.
Los optimistas sobre el futuro del PSOE, que son cada vez menos, pero alguno queda, creían que, tras el resbalón gallego, el muy previsible tropezón vasco, el harto probable castañazo en las europeas y el verosímil debilitamiento del PSC, que ya no recogerá el voto útil de los separatistas, Sánchez, aunque incapaz de echar el freno, levantaría el pie del acelerador. Pues no. Salvo que prepare otra marcha verde del bracete de Mohamed sobre Ceuta y Melilla, lo que hace es largarse al desierto más cercano para que su talento, sólo superado por su valor, se contemple en el espejo vacío. Porque lo mismo que Zapatero, otro gran triunfador en Galicia, no producía sombra cuando andaba por la playa, porque el sol se retiraba ante su brillo, Sánchez se mira en el espejo y no ve a nadie. ¿Drácula, Belcebú? A saber.
Si hubiera leído lo que escriben para él, evocaría el Adelfos de Manuel Machado: «Soy de la raza mora, vieja amiga del sol» (…) «no ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud». Y bajo las estrellas, picando un dátil: «Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben! / Que todo como un aura se venga hacia mí». Y terminaría: «Mi voluntad se ha muerto una noche de luna / en que era muy hermoso no pensar ni querer… / De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna. / ¡El beso generoso que no he de devolver!»