“Todos los babélicos usaron la lengua propia para atacar al adversario: como si el español fuera patrimonio de la derecha”
NotMid 20/09/2023
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Cuatro cajas de pinganillos recibían a los plumillas a la entrada de la tribuna de prensa del Congreso. De buena mañana y por el conducto oficial habíamos sido informados del inicio de una nueva era, pero han sido tantas las eras abiertas por el sanchismo que cuesta distinguir la rutina de la excepcionalidad. Por cierto que el fundador de la new age no comparecía en su escaño -a diferencia de Nerón, rara vez se queda a contemplar el resplandor de sus incendios-, lo cual aguó el golpe de efecto premeditado por Vox para el momento en que Francina Armengol rechazara las protestas reglamentistas y diera curso al pleno plurilingüe. Como si el reglamento importara a estas alturas, doña Cuca.
El caso es que en el instante acordado los de Abascal se levantaron y fueron desfilando hacia la salida, no sin antes depositar el pinganillo en el escaño vacío de Sánchez hasta formar un montón. La imagen era eficaz: una montaña de pinganillos inertes, una metáfora de la discordia engendrada por la sórdida alianza del PSOE con los separatistas. Eso ha sido el sanchismo desde 2018. Y ahora será peor, aunque también más divertido. El reto para el cronista contemporáneo será discernir a diario la tragedia de la farsa.
Un diputado del PSOE subió a la tribuna a detallar, en gallego y castellano, las razones jurídicas y morales por las que su partido acepta ahora lo que Meritxell Batet rechazó el año pasado. Entre esas razones no incluyó la única veraz, aunque no sea moral ni jurídica. La verdadera razón, en dos palabras, es Carles Puigdemont. Perpetraba el triste peón socialista su voluntarioso papel en la mascarada hilvanando balbuceos como que la uniformidad no es cohesión (que se lo digan al padre de Canet), que los símbolos importan (menos la rojigualda) y que el PP está en contra del gallego (¡el PP de Feijóo!). Este hombre se llamaba Besteiro, y que lo perdone don Julián.
Luego subió a chamullar en vernáculo la portavoz de Yolanda, que es como ella pero más cursi. Invocó a los bardos celtas -como corresponde a una cámara tribal-, animó a retomar la historia desde 1931, vendió el plurilingüismo impuesto por el chantaje de un fugado como «una medida de sentido común» -Sumar arracima como poco 15 sentidos comunes- y propuso extender el modelo de la inmersión hasta la meseta y más allá. Y después Berlín, cantaría Cohen. Pero de Europa llegaban nones al esforzado cabildeo de Albares, ministro de Exteriores de Cataluña en el exilio, que decidió primar la demanda de oficialidad del catalán antes que las del gallego y el euskera, en la convicción de que Arnaldo y Aitor viajan en un sidecar soldado irremediablemente al PSOE. Tiene razón: los vascos ya no son lo que eran.
El pleno siguió cuesta abajo y ya no remontó. No lo hará hasta 2027, cuando el palacio de la carrera de San Jerónimo ya solo represente a Castilla, capital Madrid, con un poco de fortuna. ¿Quién recuerda a Camba, Unamuno o Pla frente a estos basiliscos identitarios que mascullan chantajes, delatan traumas y profieren fobias desde la sede de una soberanía antaño única, en el centro de una democracia antaño liberal? Lo cierto es que todos los babélicos usaron la lengua propia para atacar al adversario: como si el español fuera patrimonio de la derecha. Tenía que pasar, tras años de lucrativa hispanofobia. Era cuestión de tiempo que la lengua hablada por Franco fuera tenida por franquista. Por más que Lorca la hablara también.
La sosias de Yolanda afirmó que «las lenguas no compiten entre sí». Que se lo digan al que oposita a funcionario autonómico en una convocatoria cribada por el requisito lingüístico. Se quejó también de que reivindicar el castellano por su utilidad es demasiado «funcional». Y concluyó su altar a la madre tierra con estos sillares berroqueños: «Los avances territoriales van de la mano de los avances sociales». No, mujer. Es justo al revés. El progreso llegó a Europa cuando los derechos del hombre dejaron de ser una gracia feudal otorgada en nombre de Dios o de la Historia y fueron reconocidos como atributo de ciudadanos iguales dentro de una nación compartida. Pero qué más da. Vuestra superstición ha vencido. Habrá que hacer una nación de Getafe, según se comprometió Camba. Ya solo nos falta gritar: «¡M-30, inde-pen-dencia!».
El caso de Rufián es delicado, porque sin ser Lincoln resulta mejor orador en castellano que en catalán. Sus chistes ininteligibles caían en un pozo de silencio desmoralizador. Dijo una verdad: que el catalán no es de los independentistas. Y una media verdad: que el castellano no está amenazado en Cataluña. No dejará de hablarse, cierto, pero no será porque la Generalitat no lo intente. Lo relevó en la tribuna la señora de Bildu, momento en que desconectó medio hemiciclo, que solo se volvió a conectar cuando la amiga de ‘Ternera’ recuperó el castellano para denunciar la asimilación a España de los vascos. Ahí pudimos oír no ya a Unamuno sino al cráneo de Elcano repicando contra la tapa del ataúd en su tumba de Guetaria.
Luego subió un señor del PNV, inevitablemente llamado Joseba, que no usó el castellano ni un segundo. Era su forma de decirle a la de EH Bildu que ellos son más vascos que Dios (y leyes viejas). Es decir, su forma de transparentar la debilidad demoscópica que quita el sueño a los de Ortuzar y les lleva a sobreactuar una y otra vez su rechazo a Feijóo.
Pero entonces tomó la palabra Borja Sémper y quiso sorprender. Y sorprendió tanto que Rufián terminó poniéndole de ejemplo y Cayetana absteniéndose de aplaudirle. Los de Vox directamente abandonaron otra vez el pleno: don Santiago va a ahorrarse el gimnasio este año. Todo porque el portavoz del PP encadenó varias parrafadas en euskera con las que pretendía impugnar la caricatura que identifica a su partido con el centralismo. Pero usar el euskera para justificar el uso cordial y no político del euskera resulta demasiado sutil para cómo está el informe Pisa. Hoy no era el día ni el lugar, Borja. Y menos después de que los sucesivos ventrílocuos del Frankenstein se ciscaran durante una hora en el castellanocentrismo opresor y festejaran otra victoria de etapa en su camino de balcanización. Si el PSOE tira al suelo la bandera del español, el PP debe correr a levantarla y a limpiarla. Si los nacionalistas ricos se permiten humillar a los andaluces y a los manchegos por su lengua de bestias mientras reclaman nuevos privilegios, alguien tiene que defender la igualdad. Entiendo que en vísperas de la investidura de Feijóo no se quiera activar aún el modo oposición. Pero va siendo hora de despertar. Y de mirar al monstruo de frente.