Lo único que se trae Sánchez de Rabat es un cúmulo de buenas palabras y la disposición para seguir negociando y avanzando en asuntos como la inmigración.
NotMid 09/04/2022
EDITORIAL
No ha conseguido Pedro Sánchez que cale la propaganda de que su viaje a Marruecos ha sido «un hito diplomático histórico». Cabía darle al presidente un mínimo margen de confianza a la espera del resultado de su encuentro con el rey alauí por si en la trastienda de la diplomacia existían claves desconocidas tanto por la clase política como por la opinión pública. Sin embargo, el resultado del encuentro no puede ser más decepcionante. Y es que si algo queda claro en el comunicado conjunto hispanomarroquí es que el único asunto en el que ha existido concreción es en lo relativo al Sáhara Occidental, con la entrega en bandeja de plata de Sánchez de la baza que desde hacía tanto tiempo ansiaba Rabat.
Igual que ya hizo el inquilino de La Moncloa en la sonrojante carta que le envío al monarca alauí, ahora se ratifica en que su plan de autonomía para la ex colonia española es «la base más seria, realista y creíble para resolver este diferendo». Tanto le da a nuestro presidente que de este modo España pierda la posición de neutralidad activa que ha mantenido desde hace 45 años como nos corresponde por nuestra responsabilidad como antigua potencia administradora. Como tampoco le ha importado romper el consenso en una política de Estado clave como es la internacional, en la que el concurso del Gobierno con las principales fuerzas parlamentarias se antoja imprescindible.
Pero es que a cambio de semejante gesto de entreguismo y pleitesía a Mohamed VI, lo único que se trae Sánchez de Rabat es un cúmulo de buenas palabras y la disposición para seguir negociando y avanzando en asuntos como la inmigración, así como el preacuerdo para una «reapertura gradual» con los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla y el restablecimiento «de manera ordenada» de la circulación de personas y mercancías. Eso es todo. Ni que decir tiene que el rey alauí no se ha comprometido en absoluto, como cabía exigirle, a empezar a respetar de una vez la integridad territorial española, enterrando sus desestabilizadoras reivindicaciones sin fundamento histórico alguno sobre nuestras dos ciudades autónomas.
La realidad es que nuestras relaciones con el siempre incómodo vecino del sur siguen siendo hoy peores que las que existían antes de la grave crisis que provocó la infinita torpeza del sanchismo de permitir la entrada a España de modo irregular al líder del Polisario, Brahim Ghali. Y para hacerse perdonar por el autoritario soberano alauí, Sánchez lleva meses de rodillas, entregándole primero la cabeza de la ministra de Exteriores, y respaldándole ahora en sus pretensiones saharauis en contra de la misma legalidad internacional. Rabat está aprovechando al máximo la debilidad sanchista, que ha quedado todavía más en evidencia con el rechazo del Parlamento al volantazo con la antigua colonia. Y, por si fuera poco, mientras aguardamos los pasos que tenga a bien dar Mohamed VI, está en suspenso nuestra relación con Argelia, que nos va a castigar de lo lindo con un tarifazo en el gas que nos suministra.
ElMundo