El presidente ruso trató de concitar sin éxito el apoyo directo de su homólogo chino, que por primera vez deslizó las preocupaciones que hay en Pekín por una guerra que le incomoda
NotMid 17/09/2022
OPINIÓN
El hallazgo de una nueva fosa común en la ciudad liberada de Izium, tras las carnicerías de Bucha y Mariúpol, actualiza el dramático recuerdo de la naturaleza criminal que encarna el régimen de Putin y su proyecto imperialista. La estampa de unos 450 cadáveres de hombres y mujeres, civiles en su mayoría, con cuerdas atadas al cuello y a las muñecas, en avanzado estado de putrefacción, nos devuelve a las peores imágenes del siglo XX, un tiempo atravesado por el fanatismo ideológico que vuelve a tomar tierra en Moscú. “Rusia deja un rastro de muerte a su paso, el mundo debe exigir a Rusia que asuma su responsabilidad por esta guerra”, ha sentenciado Zelenski, avalando la imprescindible labor de documentación de crímenes de guerra de los que ojalá pronto tenga que responder el tirano ruso ante la Corte Penal Internacional.
El avance de la contraofensiva ucraniana redescubre así el horror que dejó a su paso la invasión rusa, y debe servir de acicate para que las comunidades democráticas del mundo libre redoblen sus esfuerzos -no es hora de flaquear, como ha señalado Josep Borrell– para hacer posible la victoria de la causa de la libertad y la democracia, pese al coste económico que empieza a hacerse sentir entre los ciudadanos europeos. Hay algo mucho más caro que la seguridad, y es la inseguridad.
Pero no solo Occidente es interpelado por descubrimientos trágicos como el de Izium o por el progreso de las tropas ucranianas. La reunión de autócratas que se celebra en Samarcanda ha sido escenario de tensiones que hasta ahora no habían trascendido. Acudían países asiáticos que se constituyen de facto en un contrapoder oriental al modelo democrático occidental, con China, Rusia e India a la cabeza, además de Turquía, Irán y las repúblicas de Turkmenistán, Kirguistán y Uzbekistán. Todos ellos forman un grupo que representa al 44% de la población mundial y al 30% del PIB global, de modo que no cabe desdeñar su poder.
Sin embargo, en esa cita Putin trató de concitar sin éxito el apoyo directo de su homólogo chino, que por primera vez deslizó las preocupaciones que hay en Pekín por una guerra que le incomoda por dos razones geopolíticas claves: ha despertado a la OTAN y ha logrado alinear a casi toda Europa con su gran rival, Estados Unidos. Por no hablar de las razones comerciales. Narendra Modi, por su parte, líder de un socio estratégico de EEUU como es la India, no se privó de enviar un calculado mensaje a Putin, afirmando que “no es momento para una guerra”. El turco Erdogan, cuyo país es miembro de la OTAN aunque a menudo practica un doble juego, instó a Putin acabar con la contienda “tan pronto como sea posible”. No se puede decir, por tanto, que el responsable del enorme desequilibrio geopolítico que ha supuesto la invasión de Ucrania vaya a salir reforzado diplomáticamente de la cita.
En un mundo globalizado resulta ocioso destacar la dimensión internacional de la guerra que se libra en Ucrania. Estamos, sí, ante una guerra mundial. Porque no solo se libra en el terreno militar: lo que se está dirimiendo es la hegemonía de los valores democráticos o su derrota a manos de la alternativa autoritaria.