Nadie como Óscar Puente para encarnar la tonalidad moral y estética del sanchismo, ese engorilamiento progresivo de la política española
NotMid 27/09/2023
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Cuando Óscar Puente se levantó para ocupar la tribuna de oradores todo el mundo se sorprendió de que supiera caminar erguido. Su intervención gorilesca escapa a las capacidades intelectuales de un humilde cronista de letras: pertenece al dominio zoológico de Jane Goodall, y Jane Goodall no había venido. ¿Cómo se le ocurrió a Pedro Sánchez enviarlo en su nombre a responder a Feijóo? ¿Cómo podría no haberlo hecho? Nadie como Puente para encarnar la tonalidad moral y estética del sanchismo, ese engorilamiento progresivo de la política española que está a cuatro plenos de retroceder del pinganillo al hacha de sílex. Nadie como Puente -Zanja de soltero- para canalizar el odio al centroderecha, que es el único hilo que cose los tejidos de un Frankenstein más ortopédico que nunca.
La bancada popular -dispuesta ya en ruidosa formación de combate detrás de su líder- se unió en un solo grito para llamar cobarde al presidente en funciones, pero Sánchez no se inhibía por cobardía sino por miedo, que no es lo mismo. Quería despreciar a Feijóo, pero además temía incurrir en alguna frase que desairara a su casero, que es y será don Carles Puigdemont. Por eso el candidato a la investidura no tardó en nombrar el gran tabú que la bancada socialista se niega a oír al tiempo que lo abraza en la intimidad de su secuestro: am-nis-tí-a. Es decir, la impugnación del Estado de derecho -del Rey al último policía apedreado en Laietana- y el blindaje del privilegio de una casta delincuencial que terminó de okupar Ferraz un 23 de julio y ahora exige un rescate millonario en dinero y dignidad. Nuestro dinero y nuestra dignidad.
Tenía Feijóo ante sí un reto difícil. Dominar a lo largo de varias horas los ritmos y los tonos de una tribuna que suele intimidar a los debutantes. Hacerlo además bajo la certeza de una derrota aritmética. Y trascender la mera representación partidista para reclamarse heredero del espíritu de una Transición en la que el PSOE algo tuvo que ver, aunque los que tuvieron que ver en ella hoy deben ser borrados de la memoria socialista según las aplaudidas tesis de la primatología pucelana. Qué imagen para un darwinista. De Felipe a Pedro. De Peces-Barba a Puente. “Cénit del desprestigio del PSOE”, acertó a definir Feijóo, que evitó cuerpear con el entrañable licántropo al que los nacidos en democracia deberemos siempre la recreación más vívida de lo que fueron los años 30 en esa Cámara. A su lado Luis Rubiales fue separado al nacer de Cary Grant. Compadecí a los alfabetizados de su bancada a los que les costó aplaudir, que yo lo vi, aunque acabaron haciéndolo. Pedro es capaz de revisar las cámaras.
Feijóo interpretó bien el discurso, pero disfrutó de verdad en las réplicas. Se metió en el papel y se descubrió cómodo en el uso de la palabra, quizá espoleado por el clamor de la calle del domingo y desde luego arropado por su armada territorial (Ayuso se agarraba a la barandilla como queriendo arrancarla y arrojársela a Sánchez). En la tribuna de invitados atraía las miradas Eva Cárdenas, y no solo por su elegancia sino por su enigmática sonrisa, sostenida incluso cuando arreciaba el matonismo gubernamental. ¿Sabe ella algo sobre la resistencia de su pareja que el resto desconocemos? Si la semana se presentaba crucial para acreditar la capacidad parlamentaria y el liderazgo político de Feijóo, puede decirse que su etapa autonómica ha quedado definitivamente relevada por su proyección nacional. De lo diverso a lo común, de lo fiscal a lo identitario, no dejó de sonar a presidente. En los molinetes de ingenio gallego entrevimos al Rajoy de las tardes divertidas, y en los muletazos al morlaco de Valladolid se le vio gozar de la faena pese a saber que la puerta grande sigue tapiada para él.
Abascal decidió invertir buena parte de su tiempo en pasar facturas atrasadas al PP. Esto pasa por colocar el papelito que llevas preparado aunque te toque a suceder a Puente en la tribuna. Estoy bastante seguro de que los votantes de Vox no deseaban ver a su paladín lamerse las heridas por los agravios de la última campaña sino verlo arremeter como el Cid contra la izquierda. Su tono resultó más melancólico que agresivo. Pero hay que entender a don Santiago: Puente no había dejado nada de violencia para los demás.
El candidato ha despejado la incógnita de su solidez como alternativa: el contraste entre su talante y el del buzo fecal de Pucela fue clamoroso por cortesía de Sánchez, refugiado groseramente en su móvil cada vez que hablaba Feijóo. Si el presidente se comporta así no puede extrañar el culto al aspaviento de Yolanda Díaz, la única diputada que en vez de un escaño monta un toro mecánico (con vocación de cohete). Quién reconvendrá a Irene Montero, que mascaba chicle mientras Feijóo actualizaba el número de violadores beneficiados por su ley. Y quién le dirá a la presidenta del Congreso que debiera esforzarse por parecerse un día a una presidenta del Congreso.
La duda que queda es esta: si se puede vencer a la evolución más cainita del sanchismo tirando por elevación. Si los años pasados y los que comienzan no acabarán de embrutecer al público hasta el punto de gustarse en la pocilga. Hasta el punto de no añorar al político que cumplía sus promesas. Hasta el punto de olvidar la dulzura de la edad de la concordia.