La destrucción parcial del Puente de Crimea pulveriza la ‘doctrina de soberanía limitada’ que Moscú trazó sobre hasta dónde podía defenderse su víctima, Ucrania
NotMid 09/10/2022
MUNDO
Ucrania no sólo ha derribado parte de un puente ruso. Ha pulverizado las líneas rojas que Moscú trazó sobre su víctima, tratando de explicarle hasta dónde podía defenderse.
La doctrina de soberanía limitada impuesta a regímenes vecinos afecta incluso a la defensa propia. Ucrania no ha hecho caso de esa reliquia conceptual soviética. Moscú avisó de que podría contestar “con todo”, Kiev ha respondido demostrando que puede atacar en todas partes. Y volverá a hacerlo.
Parte del puente se reparará pronto. Su aureola de intocable, no. El Puente de Kerch, conocido como el Puente de Crimea, es la infraestructura más importante de Rusia en sus territorios ocupados. Es una obra civil fundamental construida tras la anexión de 2014 porque Crimea no tenía enlace por tierra con Rusia.
El golpe es psicológico. Putin rescató en 2014 su propia popularidad (dañada por la decepción de las clases medias por su vuelta al Kremlin en 2012) regalando a los rusos un ‘paraíso templado’ que ahora es el apéndice humeante de un campo de batalla. El Gobierno ruso dice que el transporte por carretera volverá pronto, alternando sentidos de la marcha en lo que queda en pie. Pero el daño está hecho: el puente no es seguro y no lo será. Ahora todos lo saben.
El gobernador de Sebastopol, Mijail Razvozhayev, ofreció el primer signo de desolación institucional: pedir que “no cunda el pánico” tras admitir el Kremlin que Crimea tiene combustible para coches para sólo 15 días. Sus paisanos a esas horas ya estaban haciendo cola en las gasolineras. Las autoridades de Crimea han dado más pronósticos: hay comida para dos meses.
ENCERRONA MILITAR
Se rascan la coronilla no sólo en el apartado de encuestas del Gobierno. También los generales en la sala de mapas: peligran los suministros y se complican futuros repliegues tácticos.
El Puente de Crimea es -era- un activo militar clave. Porque, aunque ahora Rusia presume de tener un corredor por tierra a través de sus nuevas conquistas de Jersón (que cierra Crimea por el norte) y Zaporiyia (que enlaza Jersón con Rusia por el este), lo cierto es que estos nuevos territorios no están ni mucho menos a salvo. Están en jaque, con las fuerzas rusas retrocediendo por ejemplo en Jerson. En caso de colapso del frente sur, con el Puente de Crimea los rusos tendrían un repliegue lento e incómodo hacia nuevas posiciones, saliendo hacia Rusia para después volver a Ucrania para asegurar Donbas, mientras que los ucranianos pueden oscilar entre un frente y el otro. Pero sin poder fiarse del Puente de Crimea, el repliegue es un atolladero hacia un callejón casi sin salida. A partir de noviembre no se puede navegar todos los días porque la meteorología no es amigable.
El ejército ruso ha sufrido críticas en casa por repliegues desastrosos como los de Jarkov o más organizados pero sonrojantes como los de Jersón. Pero si Crimea no se defiende bien, ya no será equipamiento militar lo que Moscú deje abandonado, sino sus propias tropas. Y los rusos señalarán a Putin por ello.
El shock que ha sufrido Rusia tras la movilización ha demostrado que los rusos están dispuestos a creer las mentiras de la televisión primero y a sufrir la incomodidad de las sanciones después. Pero con la vida de padres, hermanos, amigos y novios no pueden frivolizar. Mientras Putin marcaba sus líneas rojas a Ucrania, los rusos han empezado a marcarle las suyas.
El líder ruso empezó hace ocho años a anexionarse suelo ucraniano. Formalmente, como en Crimea; o través de caudillos vestidos de camuflaje, como en Donbas. Rusia es un país que mima sus capitales y desatiende su periferia. Tiene hambre de nuevos territorios, pero pereza para asfaltar las provincias que legalmente le pertenecen. Moscú ha invertido en Crimea el dinero que no tiene para sus provincias. Y la guerra está volatilizando los frutos de ese dispendio que, desde el principio, muchos rusos no entendieron.
ESCALADA DIFÍCIL
Crimea fue la conquista más fácil de Putin, parecía intocable. Este año ya se han divisado varías veces columnas de humo desde unos hoteles que primero perdieron a los turistas ucranianos y ahora pierden a los rusos.
Desde el Gobierno ruso se encajó el golpe con enojo. “La reacción del régimen de Kiev a la destrucción de la infraestructura civil atestigua su naturaleza terrorista”, dijo la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Maria Zajarova, ignorando siete meses de destrucción diaria de ciudades ucranianas en el marco de la Operación Militar Especial decretada por Putin en febrero.
“La inacción parece ser la peor estrategia para Putin”, cree Anton Barbashin, director de ‘Riddle’. Por un lado, puede detener la guerra y buscar la paz, apelando a los rusos que quieren que esto se detenga. La otra variante es intensificar aún más la lucha, buscando el apoyo de la minoría adicta a la línea dura, que está cada vez más descontenta.
La primera opción, la de buscar una salida, es improbable. Lo ha apostado todo a lo que uno de sus altavoces vociferantes con los que compartió escenario la noche de la anexión calificó de ‘guerra santa’.
Los ‘halcones’ que han jaleado a Putin reaccionaron diciendo que Rusia daría una respuesta adecuada, consciente y posiblemente asimétrica.
Putin tiene -cultiva- un rostro feroz, pero cuando Turquía derribó un caza ruso hace ocho años evitó el ojo por ojo y prohibió las importaciones de tomates turcos. Al conocer que su querido puente (que él mismo inauguró en 2018 tras encargar su construcción a un compañero de clase de judo de su juventud) había sido atacado, ha encargado una comisión de investigación.
El líder ruso tiene difícil contestar con contundencia a la destrucción de su infraestructura civil porque él lleva meses destruyendo la de Ucrania. Le quedan varias escaladas posibles: atacar centros de poder en Kiev, un golpe de efecto abriendo brecha en una nueva región o jugar la carta nuclear, aunque sea como amenaza.
Para la élite putinista, tanto Ucrania como los países occidentales asoman detrás del incidente. No están del todo equivocados: en febrero los ucranianos salvaron Kiev, pero los misiles que usan ahora para golpear lejos se los ha suministrado Occidente.
Los belicistas con altavoz en Rusia que creen -o más bien dicen creer- que Moscú debe atacar o al menos amenazar explícitamente a Occidente tienen ahora una línea roja a su favor. Pero no está ni mucho menos claro que los rusos -que estos años incluso evitaron veranear en Crimea en favor de destinos con más calidad- estén ahora dispuestos a morir volatilizados por reivindicar esa apartada península.
Xavier Colás