El artículo de Bennet encara rectamente graves asuntos de la relación entre el ejercicio del periodismo y el ejercicio de la democracia
NotMid 17/12/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
(Periodismo) El periodista James Bennet ha escrito un artículo importante en The Economist: Cuando el New York Times perdió el rumbo. Bennet era el responsable de Opinión del Times el miércoles de junio de 2020 en que el senador republicano Tom Cotton escribió un artículo defendiendo la necesidad de que el Ejército interviniera para reprimir las protestas por la muerte de George Floyd. El artículo provocó la protesta de cientos de redactores del Times. Y el comité sindical del periódico hizo público un comunicado en el que denunciaba que el artículo era -según la cita del propio Bennet- «una clara amenaza para la salud y la seguridad de los periodistas que representamos». Tres días después el editor del periódico, A.G. Sulzberger, pidió a su jefe de Opinión que dimitiera.
Descontada la prolijidad marca de la escuela anglo, el artículo encara rectamente graves asuntos de la relación entre el ejercicio del periodismo y el ejercicio de la democracia, y los analiza con acierto. El coraje, por ejemplo: «Mucho más que cuando yo me propuse ser periodista, hacer bien el trabajo exige hoy un tipo particular de valentía: no sólo la valentía de elegir una profesión temeraria y al borde del abismo; no sólo la valentía de caer y levantarse una y otra vez y aceptar una tecnología en evolución constante; sino también, en una época en la que la polarización y las redes sociales imponen con saña rígidas ortodoxias, la valentía moral e intelectual de tomar en serio al otro bando y de informar sobre verdades e ideas que el propio bando demoniza por temor a que perjudiquen su propia causa».
O esta sutil paráfrasis de la famosa sentencia de Arthur Miller sobre el periódico: «El Times es demasiado fácil de descartar para los conservadores y demasiado fácil de creer para los progresistas. La realidad es que se está convirtiendo en la publicación con la que la élite progresista de Estados Unidos habla consigo misma sobre unos Estados Unidos que en realidad no existen (…). Es igualmente difícil imaginar cómo la diversidad de Estados Unidos puede seguir siendo una fuente de fortaleza, en lugar de convertirse en un defecto fatal, si los estadounidenses tienen miedo o no están dispuestos a escucharse unos a otros».
Y por último el largo párrafo -condensado- que dibuja a tanto periodista realmente existente en Estados Unidos y en Europa: «A los periodistas iliberales les preocupan más los derechos de grupo que los derechos individuales, que consideran un baluarte de los privilegios de los hombres blancos. Han visto confirmadas sus sospechas sobre el juicio de sus conciudadanos con la elección de Trump, y no creen que se pueda confiar en que los lectores acepten ideas o hechos potencialmente peligrosos. No persiguen la justicia social como efecto indirecto de la búsqueda de la verdad; quieren conseguirla directamente. Para ellos, el término objetividad es sinónimo de ignorar a los pobres y débiles y de plegarse al poder. Para ser más valorados por sus compañeros y sus contactos -y tener influencia sobre sus jefes- necesitan muchos seguidores en las redes sociales. Eso significa que deben ser vistos en esas redes aplaudiendo los sentimientos correctos de las personas adecuadas. El periodista al uso solía ser un solitario, un inconformista o un inadaptado. Ahora el periodismo se está convirtiendo en un trabajo al que se unen recién llegados o, por tomar prestada la propia jerga de Twitter, los seguidores, un término que se burla de la esencia del papel del periodista. Esto es un poco paradójico. La nueva ideología de las redacciones parece idealista, pero se ha desarrollado a partir de raíces cínicas en el mundo académico: de la idea de que no existe la verdad objetiva; que sólo existe la narrativa y que, por tanto, quien controla la narrativa -quien consigue contar la versión de la historia que el público escucha- tiene la sartén por el mango. En otras palabras, lo que importa no es la verdad y las ideas en sí mismas, sino el poder de determinar ambas en la mente del público».
Cualquiera detectará el eco de palabras como estas en la conversación pública española. Felipe González dijo hace un año: «En democracia la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad». Por no hablar de que relato o narrativa son las virutas principales de la fricción continua del presidente Sánchez con la verdad. El artículo de Bennet se ocupa extensamente del conocido impacto que la elección de Trump tuvo en la redacción del Times, un impacto que adquiere ahora un renovado sentido ante la posibilidad de que vuelva a ser candidato. Escribe Bennett: «’Uno de los grandes enigmas de 2016 sigue siendo un gran enigma’, dijo [Dean Baquet, el director del Times]. ‘¿Por qué millones y millones de estadounidenses votaron a un tipo que era un candidato tan inusual?’». Parecería que el destinatario local de las reflexiones de Bennet sobre Trump y el Times debería ser la prensa socialdemócrata. Pero no es así. Estas reflexiones interesan, sobre todo, a EL MUNDO y para comprenderlo solo es preciso poner el nombre de Pedro Sánchez donde Bennet pone el de Donald Trump. Al fin y al cabo El País para Sánchez es como la Fox para Trump, incluidos los vagidos editoriales por el nombramiento de un funcionario socialista para la agencia Efe… que ha osado sustituir a una veterana ex redactora del periódico.
La derrota electoral de Alberto Núñez Feijóo sorprendió absolutamente a sus votantes y a la dirección de este periódico donde me gano el jornal. Con todas las proporciones respetadas, el impacto fue comparable al que produjo la victoria de Trump en el Times. Los pronósticos estaban aparentemente bien fundamentados. Aunque tenían la debilidad de basarse en la imposibilidad de que un político de las hechuras de Sánchez continuara siendo presidente antes que en la capacidad de liderazgo de Feijóo. A las alturas del verano de 2023 ya se sabía mucho sobre Sánchez. Y sobre la principal de sus decisiones, que era la de pactar con los delincuentes nacionalistas catalanes porque esa era su única posibilidad de conservar el poder. Para pactar con los delincuentes era imprescindible rehabilitarlos política y moralmente, y por eso los indultos habían sido parte principal del programa. A la operación la envolvió bajo la pisoteada palabra convivencia, pero era difícil disimular bajo la pata de cordero la garra del águila. Por lo demás, Sánchez era sinónimo del desprecio a las instituciones, del caótico Gobierno que había sacado centenares de violadores a la calle y del sostenido liderazgo negativo de España en decenas de clasificaciones básicas, que incluyen la salud, la enseñanza o la independencia judicial. Por último, mentía sin tregua y sin inmutarse: si el eufemismo trumpiano eran los hechos alternativos, el de Sánchez eran los cambios de opinión, à la Keynes (supuestamente).
A lo largo de la anterior legislatura y en la campaña electoral posterior, el periódico cumplió escrupulosamente con su autoimpuesto deber moral de explicar a los lectores por qué Sánchez no debía ganar. No solo lo hizo en los artículos de opinión: en muchas ocasiones la información adoptó el método de una causa general contra Sánchez. Sin embargo, el periódico olvidó cumplir con una obligación importante: la de averiguar por qué millones de españoles habían votado a Sánchez y sobre todo por qué seguían dispuestos a votarlo. De haberlo hecho, no solo habría cumplido con el principal mandato del oficio. También habría sido más eficaz en su legítimo propósito de evitar que ese presidente siguiera siéndolo.
Cuando en noviembre de 2016 la redacción del Times comprobó que Trump había ganado, quedó sumida en la perplejidad. Al decir de Bennet, muchos de sus redactores -«asustados, enfadados»- consideraron al minuto siguiente que lo prioritario era organizar la resistencia. Este periódico, una vez sabido que millones de españoles van a seguir amnistiando a Sánchez, aún tiene tiempo de mirarse en el espejo deformado de la ex Vieja Dama Gris.
(Ganado el 16 de diciembre a las 12:09, insistiendo en que lo realmente importante del obstinado slim fit del presidente es averiguar a quién y por qué razones no le parece ridículo)