Gorbachov logró destruir la URSS porque él no sólo era comunista, sino que nunca dejó de pensar en su fuero interno como lo hace un comunista
NotMid 05/09/2022
OPINIÓN
JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ
Ahora, cuando ha llegado el momento definitivo de su subida a los altares laicos en la versión occidental de la Historia, los hagiógrafos prefieren no recordarlo demasiado, pero Gorbachov felicitó en público a Putin, y entre muestras de entusiasmo, luego de la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso. Demasiado tarde, en cualquier caso. La gran paradoja del hombre que, solo tras seis años ocupando la cúspide del poder en la segunda potencia mundial, dejó un Estado en acelerado proceso de descomposición interna y por entero arruinado, amén de abocado a la definitiva insignificancia internacional, es que obró el desmantelamiento catastrófico del comunismo no porque fuese un anticomunista en la intimidad, sino por todo lo contrario.
Gorbachov logró destruir la URSS porque él no sólo era comunista, sino que nunca dejó de pensar en su fuero interno como lo hace un comunista. Y para un marxista-leninista, exactamente igual que les ocurre a los liberales, lo único que importa es la economía, ya que ella, según su muy errado entender, es la que siempre condiciona todo lo demás.
«George Bush y sus asesores de Seguridad Nacional contemplaron la final destrucción del Estado soviético a manos de los mismos soviéticos»
Y de ahí su trágica ceguera absoluta frente a las dos grandes fuerzas, ninguna de las dos relacionada para nada con la economía, que acabaron operando como implacables catalizadores del acelerado derrumbe del bloque soviético, a saber: la religión y el nacionalismo. A los norteamericanos, del mismo modo que les ocurre a sus muchos satélites intelectuales en Europa, todavía les sigue gustando fantasear con que fue Reagan quien derrotó al Imperio del Mal merced a su Guerra de las Galaxias, una intensificación de la carrera armamentística que habría llevado al colapso de la economía civil soviética por la necesidad imperiosa de desviar ingentes recursos hacia el presupuesto militar.
Pero a día de hoy aún no existe evidencia probatoria alguna de que tal cosa hubiera ocurrido. De hecho, son los propios archivos desclasificados de la Casa Blanca quienes lo desmienten. Una documentación oficial del Gobierno norteamericano, esa, de cuya lectura se desprende la absoluta extrañeza y atónita perplejidad con que George Bush y sus asesores de Seguridad Nacional contemplaron la final destrucción del Estado soviético a manos de los mismos soviéticos.
Gorbachov, que tenía en mente recuperar el viejo proyecto de un socialismo de mercado que habían defendido algunos bolcheviques de primera hora, en especial Bujarin, una tradición doctrinal heterodoxa que después inspiró las transformaciones que intentó poner en marcha Khrushchev antes de su defenestración, no dudó en aliarse y apoyar a los nacionalistas bálticos, todo con el único propósito de sumar fuerzas a fin de combatir la oposición a su proyecto descentralizador dentro del aparato del Partido. Así se gestó en su origen la independencia de Lituania, el germen primero de la disolución de la URSS. Poco antes, él mismo había provocado también el estallido de la mayor revuelta étnica de la historia de la Unión Soviética, tras sustituir a las autoridades autóctonas de Kazajistán por otro equipo de gobierno integrado por inmigrantes recientes de origen ruso.
«La economía planificada soviética era un renqueante entramado despilfarrador e ineficiente desde el principio mismo, desde 1917»
La cándida ignorancia de Gorbachov, un dirigente provincial carente de experiencia política de gobierno en los territorios soviéticos no rusos, a propósito de los distintos movimientos nacionalistas que pugnaban por la secesión, siempre resultó clamorosa. Para él, el nacionalismo, al que creía una arcaica rémora del pasado zarista, simplemente carecía de importancia. Tenía al Diablo delante de sus ojos y no supo reconocerlo. Porque la economía planificada soviética era un renqueante entramado despilfarrador e ineficiente desde el principio mismo, desde 1917. Pero podría haber seguido funcionando así durante mucho más tiempo.
Nada hacía inevitable su hundimiento cuando llegó Gorbachov al Kremlin. Por lo demás, el régimen soviético claro que era reformable. Y la prueba del nueve de eso se llama China. Sería bonito poder creer que el comunismo cayó ante la ansía de libertad de los pueblos. Pero tampoco cayó por eso. La razón, ya se ha dicho, fueron el nacionalismo y la fe, el Papa de Roma y las banderas de la tribu. Todo lo demás, como el mito del propio Gorbachov, es literatura.
Gallego practicante pese a residir desde la tierna edad de 5 años en Barcelona, ciudad donde se licenció en Económicas. Ha sido editor de El Correo Financiero además de colaborar en distintas etapas, entre otros medios de comunicación, en COPE, ABC, Es Radio, El Mundo y Libertad Digital.