No es una novela de Don Winslow contando cómo el cártel de Sinaloa compraba a la Policía. Es el campeonato nacional del fútbol español
NotMid 18/02/2023
OPINIÓN
PEDRO SIMÓN
Imaginemos a uno de los dos grandes partidos políticos españoles pagando un sueldo mensual de 45.000 euros al vicepresidente de los jueces del CGPJ o del Supremo. Imaginemos a ese partido engrasando al magistrado durante años y años con siete millones de euros en total. Imaginemos que lo que quiere ese partido político (obviamente) es ganar las elecciones y mantenerse en el poder, que los tribunales no les toquen los cojones a los suyos. Imaginemos que ese vicepresidente hace su trabajo y habla con jueces amigos, tipos a los que conoce de la carrera judicial: toman un café, les come la oreja, les insinúa o les mete en el ajo, quién sabe lo que es capaz de hacer un hombre por 45.000 pavos al mes. Imaginemos que, como consecuencia de su intermediación bajo cuerda, ese partido político se tira (abracadabra) 746 días sin un solo problema en los juzgados: donde podría haber castigo hay vista gorda. Imaginemos que (llegado el momento del fin de la relación) ese vicepresidente de los jueces amenaza con tirar de la manta si deja de recibir su asignación.
No es una novela de Don Winslow contando cómo el cártel de Sinaloa compraba a la Policía. Es el campeonato nacional de Liga.
Ya dan lo mismo una versión mejorada del VAR, que seamos indulgentes con la operación de cataratas del linier o que la mayoría de los árbitros no se haya tomado jamás ni un descafeinado con Enríquez Negreira. Le hace más daño al colectivo arbitral el episodio del Barcelona destapado estos días que una barra brava de 500 padres durante un partido de benjamines.
El caso es que, hasta ahora, la figura del árbitro comprado era como la escena zoofílica de Ricky Martin y la mermelada. Algo que todo el mundo decía que existía, pero de lo que nadie tenía pruebas. Hasta que hemos descubierto que en nuestra manzana -como en las pelis de la Cosa Nostra- también teníamos un Negreira dentro.
Y el caso es que me caen bien los árbitros, tipos solitarios que aguantan el oprobio con templanza, que se equivocan como todos y que lo vuelven a intentar, los más solos del estadio. Gente que ni se defiende. O sí.
Lo escribió Enrique Ballester en Otro libro de fútbol: “Mateu debería haber hecho lo que me hicieron a mí, de chaval. Le dije a un árbitro ‘eres muy malo’ tres o cuatro veces, pero no me expulsó. Fue peor. Me contestó: ‘¿Y tú? Tú eres un fenómeno. Eres Maradona tú'”