En Moscú crece el temor a que se copie parte del abanico de represiones bielorrusas en cuanto despeje su escenario tras las elecciones de marzo
NotMid 26/01/2024
MUNDO
Si te vas del país, te dejan sin pasaporte; y si no lo necesitas, se apropian de lo que dejes atrás. Si te quedas, puedes acabar en la cárcel o como poco sin trabajo. Si no temes por ti, irán a por tu familia… Tres años y medio después de las fracasadas revueltas de Bielorrusia, el régimen de Alexander Lukashenko está apretando las tuercas para, en lugar de matar, no dejar vivir. En Moscú crece el temor a que Vladimir Putin copie parte de ese abanico de represiones en cuanto despeje su escenario electoral tras las elecciones de marzo.
La Duma Estatal de Rusia prepara una ley que permite la confiscación de propiedades de aquellos condenados por una serie de delitos, incluida la difusión de “información deliberadamente falsa” sobre el ejército ruso. Es decir, a quien denuncie cualquier cosa sobre la guerra que difiera de la versión gubernamental.
La medida también se aplicará a los culpables de “descrédito” de las fuerzas armadas, de pedir sanciones contra Rusia o de incitar a actividades extremistas (como por ejemplo oponerse al régimen). El Kremlin parece preparar una represión más personal, decretando definitivamente una ‘cacería de ciudadanos’. Un escenario que ya se ha ensayado en los últimos dos años en Bielorrusia.
En Minsk y otras ciudades, las protestas del verano de 2020 desataron represiones más duras que las que había vivido Rusia hasta ese momento. Estos meses, mientras el mundo miraba a la guerra de Ucrania y después a la ofensiva militar de Israel en Gaza, las represiones de Lukashenko se han ido incrementando. Fue precisamente coincidiendo con el verano caliente bielorruso cuando Moscú presuntamente llevó a cabo la intoxicación del líder disidente ruso Alexei Navalny, que desembocaría en su detención en 2021. En 2022, llegaría la guerra y la prohibición de todo tipo de crítica al Gobierno en Rusia.
“Bielorrusia inició el proceso primero, así que tiene sentido que los rusos miren a Minsk si quieren saber cómo se degradará el régimen de Putin”, explica a EL MUNDO Artyom Shraibman, politólogo bielorruso. Al fin y al cabo “Putin lleva muchos años siguiendo este camino junto a Lukashenko”. En algunas esferas ha sido el régimen ruso el que “ya se ha vuelto más estricto y está por delante del bielorruso, por ejemplo, en la presión sobre las personas LGBT“. Pero Shraibman cree que “en algunas de las prácticas, por ejemplo la presión sobre la diáspora, o privar a los opositores de su ciudadanía y cosas por el estilo, tal vez Putin copie a Lukashenko”.
El pasado año 2023 fue un mal año para el exilio bielorruso. Las misiones diplomáticas bielorrusas han dejado de expedir nuevos pasaportes a los ciudadanos bielorrusos que residen en el extranjero y ya no renovarán documentos personales caducados. Los ciudadanos bielorrusos que viven en el extranjero deberán regresar a Bielorrusia para poder obtener sus nuevos pasaportes, pero algunos que decidieron marcharse por temor a represalias temen ahora ser detenidos. Las nuevas regulaciones también dificultarán que los bielorrusos que residen fuera del país vendan bienes inmuebles u otros activos.
Recientemente, la escritora Svetlana Alexievich, premio Nobel que se vio obligada a abandonar Bielorrusia, ha sido amenazada con perder su apartamento en Minsk. Los presentadores de la televisión estatal bielorrusa dijeron en directo que ese piso sería ideal para un policía antidisturbios y su familia. Lukashenko “está amenazando con vengarse de todos los que participaron en la revolución en aquel entonces”, denunció Alexievich en una entrevista con Die Zeit. Alexievich fue miembro del Consejo de Coordinación de la oposición bielorrusa, formado en agosto de 2020 tras el pucherazo en las elecciones presidenciales, y las reuniones se organizaron en su casa.
MIEDO AL CONTAGIO REPRESOR
Miles de rusos que decidieron marcharse, bien con el inicio de la guerra o en octubre de 2022 por miedo a la movilización, temen que Rusia replique estas prácticas de su vecino. El régimen ruso ya ha dado señales; el presidente del Parlamento, Viacheslav Volodin, un estrecho aliado de Putin, sugirió en 2022 confiscar las propiedades de los rusos que han abandonado el país y que “insultan” al Estado y a sus fuerzas armadas desde el extranjero. Eso es precisamente lo que va a hacer posible la nueva ley que se prepara estos días. Volodin ha hablado repetidamente sobre los rusos que se fueron, llamándolos “traidores” y diciendo que han de “pensarlo bien” o podrían perder la oportunidad de regresar a Rusia.
En octubre, Volodin dijo que los rusos que “desean la victoria del asesino régimen nazi de Kiev” deberían ser enviados a la región de Magadán, conocida por sus campos de prisioneros. El portavoz de Putin, Dimitri Peskov, añadió que “para aquellos rusos que se han convertido en enemigos, probablemente no haya lugar en nuestra patria”. El escenario bielorruso asoma ahora en Rusia.
Hasta ahora, el Gobierno ruso no ha jugado esa baza. Muchos rusos, incluso los que huyeron de la movilización, han mantenido sus empleos trabajando a distancia sin interferencias de nadie. La ansiedad ciudadana de 2022 se mitigó con el paso de los meses, según Volodin, “más de la mitad de los rusos que se marcharon después de febrero de 2022 ya han regresado a Rusia”. Pero en estos meses el Gobierno ruso ha perfeccionado las herramientas administrativas para recrear lo que en Rusia ya llaman la ‘cárcel digital’.
Aunque Putin ha dicho que ahora no es necesaria un nuevo reclutamiento, si decretase uno sería casi imposible escapar: tras aparecer en la lista de llamados a filas una base de datos cerrará fronteras para esa persona, pero también detectará su presencia en ambulatorios y limitará trámites como renovar el carnet de conducir. Tras ser llamados al servicio militar, los afectados tendrán unas semanas para entregar su pasaporte.
RÉCORD DE PRESOS POLÍTICOS
A principios de mayo de 2023, entidades como Viasna, que vela por los derechos humanos, contabilizaron casi 1.500 presos políticos en Bielorrusia. Unos, por participar en manifestaciones no aprobadas, algo que puede implicar pena de cuatro años. Otros, simplemente por “fomentar el odio” o “desacreditar al país”, una categoría que se aplica a cualquier tipo de crítica, incluso en chats privados. “Los datos son elocuentes, en un país de nueve millones de habitantes, tres veces menos que Venezuela, y que tiene frontera con tres países de la UE (Letonia, Lituania y Polonia) hay seis veces más presos políticos” que en el régimen de Maduro, lamenta un diplomático europeo destinado en Bielorrusia.
Según el centro de derechos humanos Viasna, al menos 46.700 bielorrusos fueron arrestados y mantenidos en infectos centros de detención durante los últimos tres años. Pero es difícil saber cuántos presos políticos hay, porque muchas personas se muestran reacias a denunciar los arrestos de sus familiares por temor a empeorar su situación. Muchos juicios son a puerta cerrada, por lo que faltan detalles sobre las acusaciones y las condenas. Los presos no pueden pasar mensajes al exterior, porque las personas que los visitan y hacen de correo podrían ser represaliadas.
Otra vuelta de tuerca se ha visto en el caso de los medios de comunicación: igual que en Rusia, casi todos los medios no estatales han sido catalogados como extremistas. Ha pasado con los grandes y con los pequeños, los blogs y los grupos de Telegram de vecinos del barrio: en Bielorrusia estar suscrito a uno de ellos es delito.
También se lleva a cabo el llamado asesinato civil, la pérdida de empleo o clientela por “deslealtad”. En los ferrocarriles rusos, por ejemplo, los jefes reciben listas negras del KGB, el servicio de seguridad de Bielorrusia. Según el medio Zerkalo, no sólo despiden a los detenidos en las protestas, sino también a los participantes identificados. Varias personas han perdido incluso el piso en el que vivían. Algunas veces puedes acabar en la cárcel por dar una entrevista.
El experto militar Yegor Lebedok recibió una sentencia de cinco años de prisión por dos entrevistas que concedió a un medio de EEUU señalado como “extremista”. El bloguero Igor Losik fue sentenciado a 15 años por disentir, cuando su mujer contó su caso a una cadena polaca, ella fue condenada a dos años. Ambos tienen una hija que ha tenido que ser llevada con los abuelos.
Incluso donar dinero a fundaciones que están en la lista negra puede conllevar multas. Un año después de las protestas de 2020, cientos de ONG, incluidas algunas que no estaban involucradas en la oposición, fueron canceladas. Incluso entidades de ayuda a discapacitados fueron vetadas. La sociedad civil bielorrusa va quedándose en las raspas.
“NO PODEMOS HACERLO SOLOS”
Durante más de medio año, el mundo exterior no ha recibido ninguna información sobre el estado de salud de los presos políticos más famosos, como Maria Kolesnikova, Viktor Babaryka o Serguei Tijanovsky: “La estrategia de las autoridades bielorrusas es aislar a los presos políticos con la esperanza de que el mundo se olvide de ellos”, lamenta Alexandra Boguslawskaja, periodista bielorrusa que tuvo que dejar su país el año pasado. El mes pasado publicó un grito desesperado en The Moscow Times: Una Bielorrusia libre es posible. Pero no podemos hacerlo solos.
El colofón de toda esta silenciosa ola de represión es la pena de muerte, que sigue existiendo en Bielorrusia. Desde que empezó la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, las autoridades bielorrusas decidieron ampliar el conjunto de delitos que pueden recibir la pena capital, haciéndolo aplicable a “intentos de ataques terroristas”. En 2023 la “traición al Estado” también pasó a ser castigada con la ejecución, aunque hasta donde se sabe el régimen de Lukashenko no ha matado a nadie en nombre del delito de traición, un escenario que en todo caso se mantiene como amenaza.
Asomándose a 2024, el humorista bielorruso Slava Komissarenko ve que tenía razón cuando contó su famoso chiste sobre cómo Minsk va a la vanguardia en represiones respecto a Moscú: “Es como si nuestros dos países estuvieran viendo el mismo programa de televisión, pero vosotros [los rusos] sólo estáis en la tercera temporada, mientras que nosotros vamos ya por la quinta. Y a veces miramos y decimos: ‘Preparaos, ¡está a punto de ponerse muy interesante!'”
Agencias