De Madrid iba a viajar como un fuego la patria, la libertad, por toda España
NotMid 02/05/2022
OPINIÓN
JUAN CLAUDIO DE RAMÓN
¿Qué pensar del Dos de mayo, lector? ¿Una buena bronca para una mala causa? Solía opinar yo eso. A veces reincido. Pesaba en mí el afrancesamiento: bajo la égida napoleónica podrían hacerse las necesarias reformas. Mejor buen gobierno que autogobierno, me decía. Se optó por la carcundia. La espoleta que detonó el levantamiento (¡qué nos los llevan!) me daba vergüenza ajena.
Con los años me he ido poniendo del lado del insurrecto pueblo de Madrid. Una década de crisis política española me hizo entender que, por más que nos apene a los sibaritas, no hay patriotismo constitucional sin patriotismo nacional. La libertad necesita raíces y de prestado no sirve. Tasar más cabalmente la historia ayuda a virar el juicio: en España había oscurantismo, pero también Ilustración. Poco a poco las reformas se hacían, sin necesidad de guillotina en la Puerta del Sol. El Jovellanos que, viejo y cansado, renuncia en Jadraque a ser ministro de José I y marcha a Aranjuez a cumplir con su deber de representar a Asturias en la Junta Central, tenía razón.
La invasión napoleónica nos sacó brutalmente de órbita y es quizá la desgracia matriz de las que siguieron las dos centurias venideras. Por lo demás, bajemos a Francia un poco del pedestal: como ha recordado Ignacio Molina, es el país de la revolución, pero también el de la contrarrevolución. Que se lo pregunten a Riego.
Poco queda en mí ya del petimetre que prefería La libertad guiando al pueblo de Delacroix a La carga de los mamelucos de Goya. Hay una dignidad infinitamente mayor en el lienzo del Prado que en el del Louvre. Diré más: por las mismas fechas en que el pueblo de Madrid medía las costillas a los franceses, Fichte, padre del nacionalismo alemán, dictaba sus Discursos a la Nación Alemana. Ni un papel cayó al suelo en un Berlín igualmente ocupado por las bayonetas de Napoleón. Fichte hablaba a una nación que no existía. El contraste con España es grande: la tarde del motín madrileño, un austero y enérgico bando de dos alcaldes de Móstoles hace prender una revuelta que, como en un circuito eléctrico, se extiende por todo el territorio.
El carácter popular de nuestra Guerra de Independencia no se explica sin una previa conciencia de comunidad, dato difícil de encajar por los pregoneros en boga de lo plurinacional. Pero si existía la nación, faltaba la patria: la libertad. De Madrid iba a viajar como un fuego por toda España, con espléndida y liberal parada en Cádiz. Así que un respeto para Malasaña y su hija. Porque todos somos hijos suyos.
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