“El presidente argentino está convencido de que puede profundizar la relación económica en forma directa con las empresas españolas, sin la interferencia de La Moncloa. Y quizás tenga razón”
NotMid 20/06/2024
ESPAÑA
Es una trampa, y quedará claro a partir de este viernes, cuando Javier Milei visite nuevamente Madrid. Es una trampa la idea de que todos los países y todos los políticos son homologables, de que en todos los sitios sucede más o menos lo mismo y por lo tanto para todo valen las mismas categorías de análisis y el mismo accionar. En esa trampa está metido el gobierno de Pedro Sánchez en su relación con Argentina. Porque no, Milei no es homologable a nadie, aunque se parezca a Donald Trump, Jair Bolsonaro y Giorgia Meloni. Aunque se parezca, pero solo un poco, a Santiago Abascal y Marine Le Pen. O, en su versión previa a la presidencia, a Alvise Pérez.
Sánchez y su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, aplicaron en mayo los pasos lógicos en un modo de entender las relaciones internacionales que está muriendo, aquel tiempo en el que cada palabra se medía y pesaba, porque tenía consecuencias y había cosas que un jefe de Estado o de gobierno ni siquiera imaginaba decir. En ese viejo mundo tenía sentido enhebrar una sucesión de decisiones de creciente intensidad hasta llegar a la retirada del máximo representante diplomático. En este caso la embajadora en Buenos Aires, María Jesús Alonso.
Ese mundo ya no existe; alcanza con recordar a Trump amenazando en público a Europa con desentenderse de su defensa militar o a Bolsonaro burlándose del aspecto de la esposa de Macron.
Sí, las acusaciones y declaraciones de Milei superan lo admisible, incluso si se tiene en cuenta que el Gobierno español viene siendo asombrosamente insultante y descalificativo con el presidente de una nación hermana, al que calumnió llamándolo drogadicto. Pero ni Albares ni Sánchez entienden con quién se están metiendo. Porque el asunto seguirá, Milei volverá una y otra vez sobre la figura del presidente del Gobierno y su esposa, también sobre la de su hermano.
En la noche del martes, en una entrevista en Buenos Aires, Milei definió a Sánchez como “cobarde” y, a partir del asunto de Vito Quiles, como alguien que se vale “del aparato represor del Estado” para “avanzar sobre la libertad de expresión aplicando el modelo de Maduro“. ¿Próxima escala posible? La tarde de este viernes, cuando Isabel Díaz Ayuso entregue a Milei la “Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid”. O un par de horas después, esa misma noche en el Casino de Madrid, cuando reciba un premio del Instituto Juan de Mariana.
Milei siempre encontrará el modo de continuar su venganza contra Sánchez, al que no le perdona que apoyara al peronismo en las elecciones y no le enviara una felicitación tras su victoria.
A Milei le quedan tres años y medio de gobierno. ¿Hasta dónde puede llegar España con Argentina? No hay mucho más margen. ¿Cerrar la embajada ante una nueva andanada de ataques del inquilino de la Casa Rosada? ¿Cortar las relaciones diplomáticas para que la relación con Argentina discurra a través de un tercer país en la tierra con mayor cantidad de emigrantes españoles en el mundo?
El choque con Sánchez es, a esta altura, más redituable para Milei que para el jefe del Gobierno español: días atrás, Buenos Aires le hizo saber a Pekín que el presidente argentino quiere visitar a Xi Jinping, en teoría representante de esos “socialistas y comunistas que mataron a 150 millones de seres humanos”, frase que Milei utiliza una y otra vez. Claro, China no es España. Sería impensable que Milei insinuara que la esposa de Xi es corrupta. Lo que con China implicaría un cataclismo para Argentina, con España es un pasatiempo: Milei está convencido de que puede profundizar la relación económica en forma directa con las empresas españolas, sin la interferencia de La Moncloa. Y quizás tenga razón.
Milei va a seguir, y lo mejor que se le puede ocurrir a Albares es convencer a su jefe de que se haga el sordo. Milei va a seguir porque es político (aunque lo niegue) y presidente, pero sobre todo un autopercibido líder mesiánico de influencia mundial y en lucha contra “el socialismo” y el Estado, al que no quiere reformar, sino destruir. Ya lo dijo en estos días en la televisión argentina: “Donde voy soy sensación, de hecho soy el político más popular del mundo”.
Milei podrá ser el presidente de un país miembro del G-20 y de la tercera economía de América Latina, pero es también un hombre tomándose revancha de su vida. Maltratado en su infancia y juventud por su padre y su madre, semanas atrás, en un festivo mitin en el Luna Park de Buenos Aires, Milei saludó a ambos, sentados en primera fila, sin ahorrar ironías: “Vos y tus negocios…”, le dijo al padre, en una frase que solo la familia entenderá a fondo.
Milei, que hasta los 19 años se dedicó a despejar balones con la heterodoxia de un portero de baja estatura y audaz “locura” para cortar centros y volar de palo a palo, está acostumbrado a que lo bombardeen en soledad. Lo disfruta, siente que es su estado natural: antes eran balones, hoy son misiles de la política. Y los enfrenta desde una categoría soñada, la de ser uno de los líderes más conocidos del mundo.
El escritor peruano Jaime Bayly, entrevistador de gran impacto en América Latina, acaba de romper lazos con el jefe de Estado argentino, al que admiraba y apoyaba. “Es un engreído que va por el mundo reuniéndose con sus amigotes como si no fuera presidente”, dijo antes de advertir del peligro de que Milei se convierta “en un niño malcriado”.
Pelillos a la mar, diría Milei si hablase el español de España. “Me resbala”, diría en “argentino”.
Sánchez podrá cerrar los cinco consulados, la embajada, el Instituto Cervantes e incluso todos los bares de españoles en Buenos Aires. Bayly podrá apelar a su retórica más ingeniosa e hiriente, y así y todo Milei seguirá. No le teme a nada ni a nadie, es un hombre que se considera depositario de una misión casi religiosa. No le teme siquiera al pueblo al que gobierna, convencido de que sabe lo que los demás aún no saben, de que ve lo que otros aún no entienden. Basta con escuchar lo que respondió hace unas semanas, cuando un periodista le marcó que muchos argentinos no llegan a fin de mes, con sus salarios pulverizados por la inflación: “Si la gente no llegara a fin de mes se estaría muriendo en las calles, y eso es falso. ¡Si no llegaran a fin de mes ya se hubieran muerto!”
Agencias