La fe secular del nacionalismo es hoy, como fue ayer, una de las fuerzas más subestimadas de cuantas mueven las voluntades de los hombres
NotMid 05/01/2023
OPINIÓN
RAFA LATORRE
De 2022 habrá que recordar lo estupefactos que nos quedamos al ver a las tropas rusas atravesar muy convencionalmente la frontera de Ucrania y cómo la estupefacción fue mayor y mayor a medida que comprobábamos que la muy convencional guerra imperialista de Putin no se iba a detener en el Donbás y en Crimea, sino que pretendía conquistar Kiev.
Casi un siglo después se reprodujo a escala mundial el célebre error de lo que podríamos llamar la conjetura Angell. En 1910 el muy bienintencionado laborista británico Norman Angell escribió La gran ilusión. Para Isaiah Berlin se trata, quizás no a pesar de sus errores sino precisamente por ellos, de un libro admirable. El historiador económico de Berkeley James Bradford Delong dice que es el más triste de su biblioteca. Y ambos tendrán razón.
El seráfico Angell, valga la redundancia, juzgaba imposible que las grandes naciones se enfrentaran en un conflicto a gran escala, porque eso iría contra los intereses de todas ellas. Cuatro años después de que tratara de demostrarlo en La gran Ilusión, la Gran Guerra -no era entonces Primera porque no había Segunda- se encargó de refutarlo con la rotundidad inapelable de una orgía de sangre. La fe secular del nacionalismo es hoy como fue ayer una de las fuerzas más subestimadas de cuantas mueven las voluntades de los hombres. Puede que la motivación inicial sea la rapiña o el oportunismo o cualquier otra cosa, da igual, en cuanto esa fuerza se desata se va haciendo tan arrolladora que el empobrecimiento propio es una perspectiva perfectamente asumible.
Según la conjetura Angell los lazos comerciales amordazarían a los ejércitos, pero se ha demostrado una y mil veces que hay pulsiones más poderosas que el puro interés material. La enseñanza vale lo mismo para el nacionalismo expansionista que para el separador, dos ramas [dobladas] que salen del mismo tronco. Esta lección bien la debieran haber aprendido ya los españoles, que observaron cómo la supuesta insatisfacción por un supuesto maltrato fiscal iniciaba un proceso conscientemente empobrecedor y plagado de sacrificios. Desde Angell hasta hoy el mundo ha mejorado una barbaridad y, paradójicamente, eso contribuye a mantener viva la ilusión de esa conjetura tan ben trovata que siempre tendrá una fisura por la que, aunque se vaya haciendo más y más pequeña, se filtrará el mal.