El Gobierno seguirá degradando una institución tras otra hasta que las urnas permitan a los españoles rescatarlas de Sánchez
NotMid 11/05/2022
EDITORIAL
El camino de servidumbre por el que se arrastra y nos arrastra Sánchez, rehén de las exigencias separatistas, conoció este martes otro hito en su historia particular de la infamia. La destitución –Margarita Robles diría “sustitución”- de la jefa de los servicios de inteligencia para satisfacer el apetito de revancha de los enemigos del Estado es la historia de una cadena de despropósitos en donde la incompetencia rivaliza con la traición.
Todo empezó cuando el entorno académico de Puigdemont, que está a la espera de conocer su destino judicial cuando los tribunales europeos se pronuncien definitivamente sobre la euroorden, colaboró en la elaboración de un informe ayuno de rigor para Citizen Lab, luego utilizado por un periodista de dudosa trayectoria para publicar un reportaje groseramente sesgado en The New Yorker, donde se denunciaba un presunto espionaje a los independentistas catalanes con el software Pegasus. El separatismo corrió entonces a poner el grito en el cielo, en una calculada ceremonia de sobreactuación que obligó a Pere Aragonès a interpretar su ruptura con Sánchez para no perder el favor electoral del secesionismo frente a Junts.
Sánchez envió a su ministro bombero a Cataluña para intentar apagar el fuego del modo que sabe: cediendo al chantaje. Bolaños prometió a los separatistas desclasificar documentos y meter a los antisistema en la comisión de secretos oficiales. Para ello Meritxell Batet retorció las reglas del Congreso y dinamitó el penúltimo consenso entre PSOE y PP con tal de sentar a Bildu, ERC o la CUP en esa comisión, donde la directora del CNI probó el amparo judicial de sus actuaciones. Pero daba igual: ya había sido condenada. No solo por los enemigos del Estado, sino por el Gobierno.
Pero como ni así el separatismo -envalentonado por el éxito de su chantaje- relajaba la presión, Moncloa ideó un giro de guion por el que anunciaba públicamente que los móviles de Sánchez y Robles habían sido espiados. Se trataba de extender el victimismo al Ejecutivo, caso único en el mundo: un presidente confiesa su debilidad para hacerse perdonar la vigilancia que él autorizó. El mismo Gobierno que consideró a los vigilados una amenaza para la seguridad nacional los eligió días después como socios preferentes. Habían sido objeto de espionaje por buenas razones: su plan golpista de autodeterminación, sus contactos con el Kremlin, su responsabilidad en la violencia urbana desatada por el Tsunami Democràtic.
Tales razones fueron invocadas por Robles desde su escaño, en un alarde de dignidad institucional que le ha durado pocos días. Porque este martes, en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, aquella dignidad se fue por el sumidero del cálculo egoísta y la torpeza expresiva. Robles accedía a entregar la cabeza inocente de Paz Esteban (la protección de los móviles gubernamentales no era competencia suya sino de Presidencia) a cambio de callar, aplaudir, enhebrar eufemismos cantinflescos para tapar el bochorno del sacrificio de Esteban -de la que dijo: “Tiene que aguantar estoicamente imputaciones que no se corresponden con la realidad”- y sobre todo colocar en su lugar a su mano derecha. De este modo, Robles pierde toda autoridad moral, renuncia al papel de leal servidora del Estado que siempre reivindicaba y se pliega a una caciquil maniobra para la conservación del sillón de su jefe y del suyo propio, al precio de descabezar y desprestigiar al CNI en vísperas de una decisiva cumbre de la OTAN. La situación de Robles es hoy efectivamente insostenible, pero no por las razones que aducen Podemos y los separatistas sino por haberse traicionado a sí misma. Y ni así logrará la piedad de ERC ni el respeto perdido del constitucionalismo: su posición en el Gobierno ha dejado de tener sentido para unos y para otros.
Así funciona el sanchismo. Seguirá degradando una institución tras otra hasta que las urnas permitan a los españoles rescatarlas de Sánchez.
ElMundo