La compra de la red social supone implicaciones geoestratégicas y retos de carácter ético
NotMid 27/04/2022
EDITORIAL
La compra de la red social Twitter por parte de Elon Musk trasciende la mera categoría de operación financiera y podría suponer una revolución. Twitter no es un negocio más; es una de las plataformas de comunicación más determinantes del mundo, cuya única frontera es la capacidad del usuario para conectarse a internet. Su potencialidad para influir en la opinión de millones de personas es tan desmesurada que esta transacción va acompañada de importantes implicaciones geoestratégicas y de grandes retos de carácter ético. Aplaudimos, por ello, que el supermillonario haya anunciado como uno de sus próximos objetivos la eliminación de los bots y la autentificación de los usuarios, propósito que marcaría un elogiable hito en la historia de las redes, si bien está por ver que sea posible.
Pero la primera consideración es la incuestionable motivación económica de la compra. Musk es el hombre más rico del planeta, y adquiriendo Twitter no parece que aspire únicamente a dar rienda suelta a su filantropía. Sería deseable, sin embargo, que a su lícito objetivo de monetizar esta red lo acompañe un impecable ajuste a las normativas estatales y supranacionales. Concretamente, la UE acierta al recordar que las transformaciones que planea Musk para la red social informativamente más influyente del mundo han de cumplir con la legislación comunitaria sin fisuras.
La red capitaneada ahora por el multimillonario le permitirá ver incrementada de manera excepcional su capacidad para marcar la agenda de temas mundiales de conversación. Lo ideal sería alcanzar un consenso con las leyes democráticas de los Estados para neutralizar cualquier tentación caprichosa de los administradores de la red para impulsar o frenar determinados intereses ideológicos o de otro tipo. Algo que viene pasando en Twitter hace tiempo: se cancelan cuentas con arreglo a criterios demasiado brumosos o sectarios.
La intención de Musk de acabar con las cuentas automatizadas maliciosas (bots) y de garantizar que detrás de cada perfil exista una identidad física real -autentificación de todos los usuarios- supondría un paso de gigante para que Twitter deje de ser la versión cibernética del salvaje Oeste, donde impera la ley del más agresivo o del mejor mentiroso. No hay lugar para la neutralidad: Musk ha de asumir el reto de devolver el prestigio a una red que demasiadas veces acaba siendo el soporte de comportamientos delictivos al amparo de una malentendida libertad de expresión.
ElMundo