El volcán es la representación del principio de los tiempos, cuando aún no había en el mundo ni dios ni amo.
NotMid 01/11/2021
OPINIÓN
ANTONIO LUCAS
Bajo los cañonazos del volcán de La Palma, cualquier ser humano aprecia que llegar hasta aquí como especie es un ejercicio de resistencia cruzado con unas rachas de fortuna. Los habitantes de la isla llevan más de un mes asistiendo al tremendo espectáculo de ver parte de su vida sepultada por los sucesivos vómitos de lava mientras el llanto y la desesperación se mezcla con la carbonilla que entra por la nariz. El volcán es la representación del principio de los tiempos, cuando aún no había en el mundo ni dios ni amo. Entonces sólo existía el desafío del agua, el fuego, el aire y la tierra. Los cuatro elementos cuya violencia combinada dio paso al planeta que conocemos.
La gente de La Palma permanece en pie sobre un suelo que ha desplegado dos o tres cataclismos de fuego y rocas incandescentes en un mismo siglo. Para vivir de esta manera es necesario estar muy seguro de que la existencia es una circunstancia pasajera y no hay surco humano capaz de permanecer allí donde la potencia de un volcán desata el fuego del infierno. El espectáculo es un reclamo de cazadores de instantes para las redes sociales.
En el Puente de Todos los Santos los hoteles se llenarán hasta la bandera. Una vez compadecidos de los palmeros hay quienes entienden que ya es hora de disfrutar también de la fiesta: 100 millones de metros cúbicos de piroclastos y lava escupidos desde la panza de la tierra es mejor que el placebo de un parque de atracciones. El rugido del volcán cruza la isla de lado a lado y es parte del show. Al final no iba despistada la ministra que en los primeros días de erupción anticipó que el turismo se haría sitio en un palco para gozar mejor del cataclismo. La profecía casi le cuesta la cartera. Parece que tenía razón.