NotMid 14/11/2022
OPINIÓN
REBECA YANKE
Se llamaba Beatriz, me conoció en un momento terrible de mi vida y me acompañó durante una década en mis miedos y miserias. Un lustro después de aquel momento se atrevió a preguntarme si era yo la que escribía de tanto en tanto en EL MUNDO. Como sus compañeros, cerraba la puerta entre unos y otros y nunca me pareció que estuviera metiéndome prisa. Cuando la cosa se ponía chunga fuera de su despacho y se iniciaban discusiones sobre horarios y citas, solía salir y decir algo, siempre con firmeza, siempre vehemente, nunca desagradable o maleducada No era especialmente simpática pero sí amable y, al cabo de los años, acabé definiéndola, en mis adentros, como una mujer lúcida y justa. De profesión, médico. Imposible pedirle más.
Ahora resulta, atendiendo a los datos publicados ayer, que los que un día decidieron ser médicos y se esforzaron durante mucho tiempo para conseguirlo no quieren ser lo que, de toda la vida, se ha conocido como médico de familia. Debe ser porque se nos ha ido olvidando también en qué consiste una familia, y no me refiero a que haya padres gays o sólo un progenitor o se esté ocupando de unos niños uno de sus tíos. Estos son debates de hace muchas décadas. Me refiero a lo que se respira en una mesa de comedor, grande o pequeña, junto a la cocina o en otra habitación, cuando quienes se reconocen como familia se juntan. ¿Hablan? ¿Toman el zumo mirando el móvil o se fijan en los demás? ¿Se acercan la jarra de leche, se sonríen quizá?
El problema también es ése, que no solemos fijarnos ni en los demás, ni en nada. Si acaso en el jefe, a ver por dónde le da el aire, y sin abusar. Y que los profesionales de la medicina no quieran atender al niño y a la abuela, la luxación, la fístula y esa tos mal curada que lleva meses dando guerra es sólo un síntoma más de nuestro desparrame moral. La información, naturalmente, explicaba que nadie quiere ser médico anónimo en un centro de salud recóndito porque la Medicina Primaria apenas dispone de gasto sanitario, comparada con Urgencias, por ejemplo. Así que doy por hecho que nos hemos olvidado ya del concepto de familia y también del de vocación.
Perdí a Beatriz tras mi última mudanza, la semana aquella de Filomena de enero de 2021, cuando nos preguntábamos qué más podía pasarnos. Y luego llegó una guerra y se puso el escenario apocalíptico. ¿De qué se estarán quejando ahora mismo los médicos ucranianos? El problema también es ése: que esto no es un escenario sino la vida. «Esto es la vida» lo dijo un poeta pero ahora no recuerdo su nombre. Lo contó de otro modo la también la Premio Nobel polaca Wislawa Szymborska en un poema en el que, primero, nos recordaba que «la vida sigue su curso», que así ocurrió en Cannas y en Borodinó, en los llanos de Kosovo y en Guernica: «La realidad exige».