El nuevo presidente de la Cámara ha vendido su alma a sus enemigos políticos, que ahora podrán echarle cuando quieran
NotMid 08/01/2023
USA en español
Kevin McCarthy ha conseguido ser nombrado presidente de la Cámara de Representantes del Congreso de EEUU. A cambio del cargo, ha renunciado al poder del cargo. Y lo ha entregado a sus rivales políticos que, además, se reservan el derecho a echarle cuando quieran. Más que un acuerdo político, parece una versión de Fausto en el siglo XXI. McCarthy ha vendido su alma política a su enemigo.
Era la única solución para romper con la oposición de una parte del caucus de la Libertad, el grupo más populista del Partido Republicano, sin el cual no hubiera podido lograr los votos necesarios. Ha necesitado 15 votaciones para conseguirlo, algo que no se producía desde hacía 163 años. Ha logrado el cargo al que lleva aspirando desde hace casi una década, pero las concesiones que ha hecho son espectaculares. La Cámara de Representantes estará gobernada por un grupúsculo populista que es una minoría incluso dentro de su propio partido.
La primera concesión de McCarthy es la autorización de que cualquier miembro de la Cámara pueda presentar individualmente una moción de censura contra él que, además, deberá ser votada. La segunda, la entrega a los miembros del caucus de la Libertad, que solo suponen el 24% de la bancada republicana y el 13% del total de la Cámara, de posiciones clave en los Comités y Subcomités en los que se decide la agenda política, algo clave en un sistema en el que los plenos tienen una importancia mucho menor que en un sistema parlamentario, como el de España por ejemplo.
El tercer punto es el endurecimiento de los requisitos para debatir y aprobar leyes que suban los impuestos y aumenten el gasto, incluyendo el Medicaid y el Medicare, los programas de asistencia sanitaria público-privada para las personas de ingresos bajos y para los ancianos. El cuarto, hacer más difícil la elevación del techo de la deuda pública de Estados Unidos, lo que trae a la memoria las épicas batallas de 2011, cuando los republicanos de la Cámara, también controlados por su facción más populista, estuvieron a punto de forzar una suspensión de pagos de EEUU – lo que hubiera colapsado la economía mundial – por su obstinación en rechazar el aumento del techo de la deuda y brindar, así, una victoria al presidente democrata Barack Obama.
Otro punto de la lista de concesiones que McCarthy ha entregado al caucus de la Libertad es una vieja aspiración de los republicanos populistas: la búsqueda de un presupuesto con déficit cero, algo en sí mismo llamativo, porque los dos únicos presidentes que en el último medio siglo han logrado superávit son demócratas: Jimmy Carter y Bill Clinton, cuyos excedentes fueron rápidamente liquidados por los republicanos Ronald Reagan y George W. Bush.
Y, finalmente, están cuestiones más cercanas a la política del día a día. Por ejemplo, abrir una Comisión de investigación sobre el Covid-19 que ataque a los defensores de los confinamientos (salvo a los que colaboraron con Donald Trump) y, en especial, al máximo responsable de la lucha contra la enfermedad en la Casa Blanca y ‘bestia negra’ de los republicanos: Anthony Fauci. Habrá, sin lugar a dudas, investigaciones sobre el hijo del presidente, Hunter Biden y sobre la retirada de Afganistán en 2021. Y, finalmente, la ayuda a Ucrania quedará en serio peligro.
DOS AÑOS DE CAOS EN LA CÁMARA
Todo eso augura dos años de caos en la Cámara y un calvario para McCarthy. Su mandato estará sometido constantemente a la fiscalización del ala más radical republicana. Con personajes como ‘las estrellas’ de esa facción Matt Gaetz y Laurent Boebert, más deseosos de salir en televisión que de gobernar, o de Paul Gosar, que en noviembre defendió la creación de un país independiente dentro de Estados Unidos en el que solo puedan vivir los ciudadanos blancos, no es fácil negociar.
La comunicación entre los republicanos de la Cámara y los del Senado, que parecen abiertos a negociar con Biden en diversos puntos de la política del Estado, quedará totalmente rota. E incluso los moderados republicanos de la Cámara se sienten ya traicionados, después de haber visto cómo McCarthy, para lograr la presidencia, renunciaba todo su poder y lo entregaba a los populistas. Claro que las cosas siempre pueden complicarse más. Si McCarthy cayera en estos dos años de legislatura, su sucesor podría ser Steve Scalise, mucho más cercano a los populistas.
Nada refleja mejor esa situación que el hecho de que el debate para elegir a McCarthy estuviera a punto de acabar a bofetada limpia cuando el representante republicano, Mike Rogers, partidario de McCarthy, tuvo que ser agarrado -y por la cabeza, para hacerlo más espectacular- por su colega Richard Hudson, cuando se aprestaba a, aparentemente, pegar a Matt Gaetz, que acababa de impedir, por décimocuarta vez, que McCarthy fuera elegido.
El incidente entre Rogers y Gaetz fue casi el punto final del drama de la elección de McCarthy. Hubo otra votación, la decimoquinta. Y allí, por fin, McCarthy salió elegido presidente de la Cámara de Representantes. Hacía 164 años que no hacían falta tantas votaciones para elegir a ese cargo, que tiene una tremenda influencia institucional – es el segundo en la línea de sucesión del presidente, tras el vicepresidente – y que, además, controla toda la actividad en la Cámara de Representantes incluyendo cosas tan minúsculas como la autorización de fumar en determinadas estancias del edificio dado que, en un caso de lo que en España se calificaría de ‘casta’, la prohibición de consumir tabaco en todos los edificios del Estado federal de EEUU no se aplica en el Capitolio, donde está el Congreso. A partir de ahora, será, probablemente, el caucus de la Libertad quién decida dónde se fuma y dónde no.
Agencias