Quizá el mejor servicio que Madrid puede hacer hoy al país del que es capital sea este: encarnar la energía, la vitalidad y las innumerables posibilidades que aún le quedan a nuestro régimen constitucional
NotMid 02/01/2024
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ ALMEIDA
OPINIÓN
Madrid comienza 2024 con una gran noticia: por segundo año consecutivo, la capital de España cumple con la directiva europea de calidad del aire. Tras estar bajo la lupa de la UE durante demasiados años, nuestra ciudad es hoy un ejemplo a seguir en todo el continente. Ninguna de las grandes capitales europeas con las que Madrid se mide cara a cara -París, Berlín, Roma…- cumplió con los límites establecidos por Europa y, a buen seguro, los ayuntamientos de alguna de ellas mirarán de reojo las 200 medidas de actuación global para hacer frente a las emisiones que conforman la columna vertebral de nuestra estrategia Madrid 360, medidas que están detrás de este éxito cosechado por nuestra ciudad.
En efecto, Madrid tiene otro aire: durante 2023 no ha sido necesario activar ni una sola vez el protocolo para episodios de contaminación -la última vez fue en diciembre de 2021- y, además, el que acaba de concluir ha sido el año en que hemos logrado los registros de dióxido de nitrógeno más bajos de nuestra historia.
Estos datos, elocuentes en sí mismos, adquieren todo significado cuando se repara en el hecho de que se producen por segundo año consecutivo. No se trata, por tanto, de un hecho aislado ni de una alineación fortuita de circunstancias favorables sino de la constatación del acierto de una estrategia cabal, diseñada con realismo y ejecutada con decisión a lo largo ya de cuatro años, una estrategia que ya ha dado estos frutos y que, con toda seguridad, seguirá dándolos en el futuro.
En este punto crucial de la calidad del aire -crucial, en primer lugar, para la salud de los madrileños, pero clave asimismo en lo relacionado con el respeto al medio ambiente- se confirma también el menguante recorrido que tienen ciertos relatos que el sector progresista de la oposición madrileña repite con tenacidad. De hecho, de este tema, caballo de batalla tradicional en las críticas a nuestro equipo de gobierno, los dos principales partidos de la oposición parecen haberse olvidado casi por completo. Se trata sin duda de un episodio de amnesia perfectamente comprensible a la luz de las cifras a las que hacía referencia anteriormente, cifras que demuestran que las soluciones a los retos de las grandes urbes modernas hay que hallarlas en políticas de gestión serias y basadas en el análisis de la realidad; no en recetas ideológicas asumidas acríticamente como mantras; recetas que, además (como sucede por ejemplo en lo relacionado con el precio de los alquileres) han demostrado un fracaso sin paliativos en capitales europeas análogas a Madrid.
Considero que en la raíz del éxito de Madrid 360 está en la idea de considerar Madrid como un todo orgánico en sus 21 distritos y en nuestra decisión de transcender el viejo reduccionismo progresista según el cual todo se arregla restringiendo. Hacía falta ir más allá y aplicar políticas integrales en las fuentes reales de emisión, así como en el transporte público y en la gestión de residuos. Este es el cambio de filosofía, el golpe de timón que se imprimió a la acción que venía desarrollando el Ayuntamiento hasta que en 2019 los madrileños dieron su confianza por primera vez a nuestro equipo de gobierno.
Sin embargo, por muy acertados que fueran los planteamientos de partida, nada hubiera podido materializarse de no mediar el esfuerzo realizado por los madrileños a la hora de cumplir con las medidas, esfuerzo que quisiera agradecer y encomiar con toda sinceridad desde estas líneas porque, en verdad, es lo que lo explica todo. Está claro que esta respuesta por parte de los ciudadanos demuestra que existe una percepción cada vez más generalizada de que este tipo de medidas conducen, a la postre, a una ciudad con más calidad de vida y más calidad del aire.
El espaldarazo recibido por los madrileños en las municipales de mayo -por primera vez una sola formación política fue la más votada en todos los distritos de la capital- constituyó, en efecto, un aval transversal a las políticas implementadas por el Ayuntamiento durante el primer mandato, pero, entre ellas, considero que fue decisiva la manera de abordar el problema de la contaminación sin perjudicar la actividad económica de la ciudad.
En definitiva, este resultado constató que los madrileños aprueban un modelo de ciudad, una visión para Madrid, que permea toda la acción del Ayuntamiento y que ya es icónica de una manera de hacer política reconocible no solo para los madrileños, sino, en general, para todos los españoles. Sobre este modelo y sobre el papel simbólico que la ciudad lleva ejerciendo desde hace tiempo, pero de manera especial en los últimos años, me gustaría reflexionar brevemente a continuación.
Nuestra nación, que tiene en Madrid su corazón administrativo, su motor económico y su principal escaparate internacional, vive un momento de creciente tensión política en el que se están traspasando líneas que se habían respetado tácitamente durante las décadas transcurridas desde que la Transición alumbró nuestro actual régimen constitucional. Prácticamente cada quincena contemplamos como un nuevo consenso se derrumba, una nueva arbitrariedad se materializa de manera que la anterior desaparece del foco público como si hubiera sido asumida por todos como inevitable.
Paralelamente a este proceso, observamos como el tono de la contienda política se vuelve cada vez más más grosero e histriónico -más histérico, incluso- al tiempo que se producen episodios completamente inadmisibles. Sobre este particular no hablo solo de lo que se capta en los medios de comunicación sino de lo que he contemplado con mis propios ojos ya que dos de estos episodios, particularmente bochornosos los dos, han tenido lugar precisamente en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid.
Paradójicamente, esta inquietante situación -evidente a todo el que no se beneficia de ella- coincide con un momento, estoy convencido de ello, plagado de oportunidades para el conjunto de España y de innegable eclosión para su capital. En efecto, Madrid despierta más admiración que nunca en todas las personas que nos visitan desde fuera de nuestras fronteras, algo que tengo ocasión de comprobar en los numerosos contactos que como alcalde mantengo habitualmente con embajadores, personalidades públicas y empresarios extranjeros interesados en invertir en esta ciudad, punto de entrada a España para muchos de ellos.
Que estas dos situaciones -el deterioro del debate público y nuestro momento de eclosión lleno de oportunidades- se estén dando al mismo tiempo nos señala que probablemente nos encontremos en un punto crítico, en un cruce de caminos en el que tenemos la posibilidad tomar la senda de la unión, la sensatez, la seriedad y la generosidad de pensar en lo que nos une; o la senda que profundiza en el sectarismo, la arbitrariedad y la separación mediante muros entre “buenos” y “malos”.
Esta es la encrucijada.
El primer camino conduce al desarrollo de nuestra sociedad, a la grandeza de nuestra nación y a la prosperidad de los españoles. También conocemos a donde conduce el segundo camino. La historia de España en el primer tercio del siglo XX es elocuente al respecto.
Ante esta disyuntiva, Madrid tiene claro qué camino hay que seguir. Madrid lleva caminando ese camino desde hace tiempo. Madrid es, de hecho, el icono más elocuente de los frutos que se pueden encontrar a lo largo de ese camino, que no es otro que el que toda España emprendió en 1978, el que nos ha hecho llegar a donde nos encontramos, el que no podemos permitirnos abandonar.
Y quizá el mejor servicio que Madrid puede hacer hoy al país del que es capital sea este: encarnar la energía, la vitalidad y las innumerables posibilidades que aún le quedan a nuestro régimen constitucional; ofrecer un ejemplo elocuente de todo lo que aún nos queda por conquistar si perseveramos en el camino emprendido.
Porque en el arranque de este 2024, en esta encrucijada, no es una receta nueva e incierta lo que necesitamos, sino coger la que ya ha demostrado su eficacia y darle nueva vida, darle otro aire, darle un aire nuevo.
José Luis Martínez-Almeida es alcalde de Madrid