No comprenden nada. O lo que es peor: lo entienden todo, y por eso vuelven a la caverna
NotMid 23/08/2023
OPINIÓN
DAVID LEMA
En la adaptación al fútbol español del mito de la caverna de Platón, Luis Rubiales es pura alegoría del conocimiento. Los prisioneros que viven en el mundo sensible -¡sensible!- son desde periodistas deportivos de éxito y de besos con lengua hasta trabajadores federativos muy modernos de orgías en Salobreña, y todos acuerdan que el conocimiento universal es el que va apareciendo en la pared de su cueva y que perciben a través de las sombras que forman los grandes huevos de Rubiales, que se los agarra testosterónico desde la cima de un palco de autoridades, y cuya forma testicular se proyecta esbelta y enérgica gracias a la luz de un fuego que arde a lo lejos desde un plano superior.
[-¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
-Igual que nosotros -dije. (La República, Platón)].
A estas alturas del mito, es posible que los prisioneros hayan descubierto que la cueva tiene una salida, así que se despojan de las cadenas que los retenían y se van arrastrando hasta la entrada, guiados por un alboroto que se ha montado fuera. ¿Por qué? Porque un hombre ha dado un piquito a una mujer. ¿Qué será un piquito? Se dan cuenta de que la luz les molesta en los ojos. Toman conciencia de que quizá están subiendo demasiado rápido. Debaten que es sumamente probable que los habitantes del exterior sean gilipollas, idiotas, tontos del culo y estúpidos, porque Rubiales dixit. En un descanso del ascenso, se topan con un ex prisionero, jurista de profesión, que les explica que un piquito así podría llevar a la Fiscalía a actuar de oficio o a la Federación a activar algún protocolo. Inaceptable: la única sabiduría es la que emana de la dimensión antropológica del alfa, el resto es basura de doxa.
Salen. Alguien les cuenta lo ocurrido. Y lo de Jenni Hermoso, que no quiere calmar el ruido de su piquito de mutuo acuerdo. Le explican a la jugadora que lo mejor es cooperar, por el bien de la comunidad, de su comunidad. Se lo explican también a su familia. Nada hay de lo que avergonzarse: es su jefe, pero también su amigo. ¡Y ya han preparado el terreno con unas disculpas inventadas! Entre los de fuera, acostumbrados a la sensibilidad del sol desde hace más tiempo que los prisioneros, piden una dimisión; que quién aguanta al macarra en su cargo, se preguntan. «¿¡Macarra?!», qué falta de respeto, piensan los prisioneros, «con todo lo que ha hecho por nosotros». No comprenden nada. O lo que es peor: lo entienden todo, y por eso vuelven a la caverna.