NotMid 08/01/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPAÑA
(Definición) Parece que hay un proyecto de ley sobre los periodistas y sus secretos, según leo en El País. Y esta definición en su artículo 2: «Se entiende por ‘periodista’ los y las profesionales que se dedican a comunicar información veraz a la ciudadanía por cualquier medio de comunicación, cuya principal misión sea hacer realidad el derecho a la información que tiene la sociedad». Sin embargo, lo primero que define al periodista es la obligación de no escribir nunca con semejante grosería gramatical.
(Harry y Pablo) El Guardian publica un adelanto de las memorias del principito Harry. Spare, se titulan. En la sombra, traduce al español la editorial Penguin. Con Spare y Harry, y nuestra densa tradición taurina, yo habría preferido El sobrero. La peripecia del principito y su esposa Meghan es larga y hace falta una gran especialización para dar cuenta. A mí me basta este párrafo de Camilla Tominey en el Telegraph, comentando lo que se sabe hasta ahora del libro: «En el mundo según Harry y Meghan, no solo ellos tienen siempre la razón, sino que también son agraviados a manos de un agresor ‘malvado’, ya sea la monarquía, los medios de comunicación o sus propios parientes reales. En Sussexville [Harry es duque de Sussex], todo es siempre culpa de los demás».
Por imperativo laboral, y cuando estaba tan entretenido con los retales de Spare, tuve que interrumpirme y leer la enésima entrevista que Pablo Iglesias ha concedido a un ignoto medio digital. Como tantas veces, fue una interrupción francamente creativa. Las similitudes entre los dos sobreros son extraordinarias. Y la principal: la culpa siempre es de los demás. Harry cuenta que fue su hermano William el que le obligó a disfrazarse de nazi. E Iglesias hijo no se responsabiliza ni de la coleta. Pobre chaval. Dice que anhelaba cortársela para estar más cómodo y más guapo, pero que los compañeros se lo prohibían. ¡Cómo te vas a cortar el pelo, Sansón! Lo que impresiona en la entrevista, sacrificialmente hablando, es su dedicación a la política.
Todo lo hizo por los españoles, pero a regañadientes: forzando su verdadera vocación. Se ha sabido ahora que su vocación es la de locutor: persona que tiene por oficio hablar por radio o por televisión. Desde el lumpen mediático, Iglesias hijo lanza sus órdagos y chantajea a la familia, léase la improbable Yolanda Díaz. Como Harry. Aunque con una ventaja respecto al principito: la información privilegiada que recibe de parte de su esposa, aún anclada en el Consejo de Ministras. Cabe imaginar la hipótesis realmente turbadora de que Meghan tuviera plaza en Buckingham: pues este es el privilegio que gestiona el sobrero principal de la política española.
La aparición de Iglesias hijo en la política dejó pasmada a mi generación. Diré mil veces que nadie como El supo describir esa emoción amarga: «Me recuerda a mí cuando era gilipollas». Pero hay una diferencia de una gran brutalidad práctica. Nosotros éramos gilipollas sin más, e Iglesias llegó a vicepresidente del Gobierno. Nadie como nosotros podía comprender lo que eso significaba. Y los que menos, una pléyade de politólogos al borde de la cuarentena que empezaron a tomarse científicamente en serio a Iglesias con el candente objetivo de tomarse en serio a sí mismos. No solo a Iglesias: aún más en serio se tomaban al Suma Cero, el gafitas incapaz de entender lo más elemental de la teoría de juegos, después de doctorarse en mamarrachadas ches.
La principal aportación de Iglesias ha sido el envilecimiento de la política. Su carrera arrancó hacia 2013 llamando orgullosa y festivamente terrorista a su padre -frapero, concretamente-. Ahora la base de su propósito es que el Partido Popular y Vox obtengan una mayoría de gobierno en las próximas elecciones. Por supuesto ya no se trata del cuanto peor, mejor de Chernyshevsky y Lenin, sino del prime time.
Un presunto príncipe y un revolucionario presunto: fakes. Dos fracasados, dos desterrados: Megxit, Madxit. Los dos, colonos muy apreciados en sus colonias: California y Caracas. Dos mimados: pueriles, lloricas, victimistas. Dos niños de su tiempo jugando al yo-yo. Segundones, de William y de ez. Dos hercúleos representantes del tiro por la culata: Felipe VI y Charles III los cuidan como si fueran de su propia sangre. Los dos vienen a completar la obra de los papis, de fraPi y mamiDi. Y lo principal, y lo principal: ¡dos rojos!
(Ópera sacra) Marco Bellocchio narra el asesinato de Aldo Moro en Exterior noche. Bellocchio prueba el método Sorrentino y logra esquivar los habituales problemas de los hechos basados en ficciones. El método consiste en hacer de cada suceso una ópera. Aún no hay nadie que crea verosímil una ópera. La recurrencia al género le permite orillar, además, las complicadas derivaciones del asesinato. Es un ejemplo el tratamiento de la figura de Giulio Andreotti. Hay una vasta literatura, novelerías en buena parte, sobre la responsabilidad indirecta de Andreotti en el asesinato. Bellocchio lo resuelve con una serie de primeros planos herméticos del entonces jefe de gobierno para que el espectador proyecte sobre él lo que sabe, lo que fantasea y lo que ignora. Así todos felices y por el método rápido.
La ópera permite un cierto exorcismo de las hipótesis en torno del asesinato. Es un insoportable lugar común que a Moro lo asesinaron todos: Andreotti, Enrico Berlinguer, los americanos e incluso las Brigadas Rojas. Bellocchio no renuncia a dar algún lametón al caramelo, pero al menos no se lo traga. Sus mejores momentos los alcanza a partir del libro de Leonardo Sciascia sobre las cartas que el desdichado escribió desde su encierro. Pero su aportación es casi inane respecto al asunto clave: la pugna entre la razón del hombre y la razón de Estado. Este asunto lo resume bastante bien el tango: Sus ojos se cerraron/Y el mundo sigue andando. A más de cuarenta años vista, y dado que el mundo ha seguido su curso, el juicio contemporáneo es tajante: el único resultado de la muerte de Moro fue la muerte de Moro.
De modo que Moro debió vivir y el Estado ceder. Estas falacias son comodísimas, porque parten de la mentirosa y pueril evidencia de que el mundo habría seguido su mismo curso con Moro vivo y libre. Al mismo tiempo recalan en una verdad inexpugnable: las muertes y los dramas que pudieran haber causado la cesión del Estado no pasan de potenciales; pero la destrucción de aquel ser, único como todos, llamado Aldo Moro es una verdad granítica, inamovible.
Hay otra verdad granítica. Después de matarle, las Brigadas Rojas empezaron su liquidación. Como la empezó Eta, asesinando a Miguel Ángel Blanco.
(Así es) Dijo Benedicto XVI: «Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo sino el cristiano». Desde luego. Por eso fue nuestro Papa. A nosotros también nos llenan de estupor los cristianos.
(Ganado el 7 de enero, a las 13:29, 50 lpm, 35º)