El control de esta cámara facilitará enormemente la formación de un gabinete por parte de Donald Trump
NotMid 06/11/2024
USA en español
Los estadounidenses no sólo concluyen hoy el proceso de votación que va a decidir al jefe del Estado y del Gobierno de su país. También eligen miles de cargos locales y deciden cientos de referendos. Y, entre todas las elecciones, hay dos que tienen especial significado no solo para el país, sino también para el resto del mundo: las del Congreso, que está compuesto por dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes.
Tras conseguir los republicanos escaños en Ohio y Virginia Occidental, los demócratas han perdido el control del Senado. Tal y como se esperaba, el ex gobernador de Virginia occidental, Jim Justice, ha ocupado el escaño que dejaba vacante el independiente -hasta el año pasado demócrata- Joe Manchin. La pérdida no es ninguna sorpresa, como tampoco lo es que Justice se haya impuesto de una manera arrolladora en uno de los estados más trumpistas de Estados Unidos. Un Senado republicano facilitaría enormemente la formación de un gabinete por parte de Donald Trump.
El Senado tiene algo más de relevancia institucional, ya que confirma los nombramientos propuestos por el presidente para el gabinete o los jueces federales, y también debe ratificar los tratados internacionales (algo que ahora mismo es imposible que haga debido al fraccionalismo de la política de Estados Unidos). La cámara está dividida a la mitad, con 52 republicanos y 48 demócratas. En estos casos, el vicepresidente, que es también presidente del Senado, tiene un voto de calidad para deshacer el desempate. En sus cuatro años en ese cargo, Kamala Harris ha tenido siempre un Senado dividido por la mitad. Por consiguiente, ha batido el récord de la historia del país para deshacer desempates.

Así, pues, el control del Senado es de crítica importancia para el futuro presidente. Su gabinete depende de quién tenga la mayoría en él. Lo mismo cabe decir de sus nombramientos para el Supremo, que, con su prohibición del aborto, ha movilizado el voto de las mujeres demócratas hasta extremos nunca vistos. Finalmente, la posibilidad de acuerdos con Irán o con Rusia respecto de Ucrania deberían ser aprobados por esa cámara.
Cada Estado tiene dos senadores, con independencia de su población. Así, cada senador por California representa a 22 millones de personas; cada senador por Wyoming 240.000. Pero todos tienen el mismo voto. Dado que los demócratas tienden a tener mayor presencia en los estados con más población, su desventaja es evidente.
A ellos se suma el peculiar calendario del renovación de los senadores. Cada dos años un tercio de ellos deben ser reelegidos. En esta ocasión, es el turno de 33 senadores. De ellos, 22 son demócratas y solo 11 republicanos. Por consiguiente, es más probable que los primeros pierdan algún escaño.
De hecho, un puesto, ya lo tienen perdido, el de Joe Manchin, un curiosísimo animal político, que había logrado sobrevivir casi tres décadas como demócrata, primero e independiente, después, en uno de los estados más trumpistas de Estados Unidos, West Virginia. Manchin se retira, más que nada para que no le echen, y su puesto será ocupado por un republicano.
En severo peligro se encuentran también otros senadores demócratas de estados republicanos, ahora reconvertidos al trumpismo más estricto. El caso más obvio es el de John Tester, de Montana, que ha aguantado 12 años en un Estado en el que la única duda en estos comicios es si Donald Trump va a conseguir más del 80 % de los votos, rompiendo así el récord histórico de Ronald Reagan. Sherrod Brown, en Ohio, podría, tal vez, seguir la misma suerte que Tester. además, hay otros tres escaños demócratas del Senado -en Wisconsin, Pensilvania, y Michigan- que podrían pasar a ser republicanos.
Frente a esa ofensiva, el Partido Demócrata tiene poco con lo que contratacar. Paradójicamente, el senador republicano más vulnerable es, también, el que más sale en televisión, el que en 2016 presentó una batalla más en encarnizada a Donald Trump antes de transformarse en el mayor trumpista del Planeta Tierra, y una institución en uno de los estados republicanos por excelencia, Texas: Ted Cruz. Él ha ganado por Texas, derrotando al representante estadounidense Colin Allred y al último intento de los demócratas de poner fin a décadas de dominio republicano en el pujante estado.
Para los demócratas, la posibilidad de derrotar a Cruz sería un éxito moral de primera magnitud, debido a la capacidad del político texano —aunque nacido en Canadá— de exasperar a sus rivales. Si los republicanos lograran la mayoría en el Senado, muchos de ellos también celebrarían, aunque en secreto la liquidación de Cruz, cuyo verdadero nombre es un muy cubano Eduardo, que oculta bajo el anglosajón Ted. La razón es la personalidad de Cruz, que le hace desagradable incluso para un nido de 100 víboras como es el Senado de Estados Unidos.
Tal y como dijo su colega Lindsey Graham —otro converso al trumpismo, del que abjuró hasta que Donald Trump se convirtió en presidente— “si alguien asesinara a Ted Cruz en el Senado a plena vista de todos y el jurado estuviera compuesto solo de senadores, sería declarado inocente”. Ese es el sano, espíritu colegiado y de respeto a los compañeros de partido imperante en lo que los estadounidenses llaman pomposamente “la más noble cámara deliberativa del mundo”.
La situación en la Cámara de Representantes tampoco está clara. En este momento los republicanos tienen una mayoría mínima. Las encuestas apuntan a que serán capaces de conservarla, pero, de nuevo, todo dependerá de dos docenas de distritos en los que los ganadores van a ser, probablemente decididos por unos pocos cientos de votos.
La Cámara tiene también sus propias peculiaridades. El peso de Trump es mucho más fuerte en ella que en el Senado, lo que, sin embargo, hace que el Partido Republicano se comporte en muchas ocasiones como dos o tres formaciones políticas diferentes en estado de guerra civil permanente. No parece que esa situación vaya a cambiar gane Trump o Harris o mantenga o no los republicanos su mayoría.
Agencias