La enorme carga migratoria que sufre Canarias afecta sobre todo a El Hierro. Hablan sus hosteleros, golpeados por la imagen que se proyecta: “Hasta hace dos años y medio no vi el primer cayuco. Ahora vienen hasta 3 y 4 al día”
NotMid 02/11/2023
ESPAÑA
Hace seis años que Javier Iglesias dejó Asturias para instalarse en la turística isla de El Hierro, donde hoy regenta varios apartamentos en alquiler y dos bares restaurantes, Mar de Las Calmas y El Rincón. Los locales están ubicados en el puerto de La Restinga, por lo que son estratégicos miradores con vistas a la oleada migratoria sin precedentes que vive Canarias en 2023, a punto de convertirse en el año con más desembarcos en la las islas, alcanzando el récord histórico de la llamada crisis de los cayucos de 2006: 31.768 llegadas. En los 10 primeros meses del año, Canarias supera los 30.000 inmigrantes rescatados [más de 30.700 a 31 de octubre, según recuento de Europa Press, en espera de datos oficiales], cifra que ha puesto al límite sobre todo a la más pequeña de sus islas. Sólo en las tres primeras semana de octubre, frente a los negocios de Javier han arribado 6.450 personas, más de la mitad de los 11.400 habitantes de El Hierro.
El hostelero, de 32 años, describe muy gráficamente la envergadura del inesperado fenómeno. «Te cuento que llevo aquí seis años y que hasta hace dos años y medio no vi llegar el primer cayuco. Venían 159 y un muerto. Me emocioné, me impresionó mucho. Recuerdo el revuelo en el pueblo, todo el mundo levantándose de las mesas del bar conforme entraba el cayuco, que era enorme, cosa que ahora no pasa. A los cocineros, que están dentro y no ven el puerto, ya ni se les avisa, estamos habituadísimos, la gente sigue comiendo tan tranquila. Tras aquel primer cayuco, empezaron a venir uno cada dos o tres meses. En este año no sé si van 80 cayucos, hay días que recibimos tres y cuatro. Es raro no mirar al puerto y ver un montón de africanos con mantas rojas».
Juan Ferrada trabaja como camarero en uno de los bares de Javier, El Rincón. Tiene 23 años, es originario de Jerez de la Frontera (Cádiz) y se trasladó a El Hierro hace tres meses. No es que él no hubiera visto antes un cayuco sino que ni siquiera sabía lo que significaba la palabra «cayuco». Habla desde su casa en La Restinga, por cuya ventana divisa, en lo alto de la ladera, el radar instalado para detectar la llegada de embarcaciones.
Forma parte del centenar de voluntarios con que Cruz Roja cuenta en El Hierro, organizados a través de un grupo de whatsapp. «Te escriben: ‘Buenas noches, cayuco en La Restinga o cayuco a x millas, ¿quién está disponible?’. Y si puedes, dices ‘voy’». La mayoría de los voluntarios tienen que desplazarse desde la capital de la isla, Valverde, a 50 minutos en coche del puerto, por lo que Juan es siempre de los primeros en acudir. Llegó a El Hierro el 8 de agosto y el 18 ya estaba asistiendo junto a su pareja, también voluntario, a su primer cayuco. «Llegaron en muy malas condiciones, fue muy impactante, un shock. Los teníamos que cargar hasta la pared del puerto porque no podían ni andar ni tenerse en pie. Venían muy mojados y les tuvimos que quitar la ropa y vestir, ponerles los calzoncillos, los calcetines, todo. Los tapamos con una manta para quitarles la hipotermia y les dimos una botella de agua, que era de lo único que había en la salvamar Adhara [la embarcación de Salvamento Martítimo que los escoltó] hasta que llegó Cruz Roja», cuenta.
Juan estudió francés en el colegio, idioma oficial de Senegal -de allí provienen el 90% de los llegados, quienes huyen de la inestabilidad política que sufre el país-, por lo que su ayuda también es muy útil en el proceso de filiación. Los voluntarios se sientan en mesas y los inmigrantes van pasando uno a uno. «Se les pregunta su nombre y apellido, el nombre de la madre y del padre, la edad, la nacionalidad, de dónde salió la embarcación y cuántos días han estado navegando. Si hay mujeres, si están embarazadas. Si viene un menor, si está acompañado o no», explica el joven.
A esta tarea se dedicó durante horas el pasado 21 de octubre, día récord con un millar de inmigrantes arribados a El Hierro en cinco cayucos, entre ellos uno con 320 personas, el más numeroso de la historia de la ruta canaria desde que se inició en 1994. «Tenía dos plantas. Llevaba unas traviesas de madera de lado a lado, unos sentados abajo y otros arriba, en dos alturas. Si en una guagua [autobús] caben 70 personas, imagínate como era el cayuco, como cinco guagas», describe Javier, el hostelero, la impresionante embarcación.
MACROCAYUCOS
Decíamos que Juan filió a los inmigrantes de ese macrocayuco y de otro llegado casi a la par, que traía 212 personas: 532 en total de golpe en el puerto de La Restiga, de 670 habitantes. «Me llamó la atención uno que sabía español perfecto. Me contó que ya había venido antes en cayuco, se fue a Málaga y empezó a trabajar allí. Pero viajó a Senegal a ver a la familia y no le dejaron volver a España. Decía que el jefe le estaba esperando en Málaga para darle el trabajo, que se lo había prometido. Nos ayudó a traducir y a escribir bien los nombres. La Guardia Civil se lo llevó a la guaga para trasladarlo al centro de San Andres, donde duermen, y al día o a los dos días los llevan a Tenerife. Esa semana, como estaban llegando tantos, pusieron un ferry especial y los llevaron de noche», cuenta cómo se ha descongestionado la presión migratoria.
Juan nos envía varios fotografías y vídeos en los que ha documentado cómo reciben y asisten a los inmigrantes. Llama la atención una estampa en la que se ven varias hileras de los coloridos cayucos amarrados en el puerto. «Ahora habrá unos 15 o 16, y detrás de la lonja, donde está la cofradía de pescadores, hay otros 30-35», dice. La imagen da pie a abordar un asunto que preocupa bastante a los empresarios de la isla: el daño que está provocando esta oleada en el turismo, pilar fundamental de la economía herreña. «En invierno es cuando recibimos veleros con poder adquisitivo medio-alto, que son los que dejan dinero, pero ahora no tienen entrada porque no hay espacio, está ocupado por los cayucos. Esta semana vi cómo entraba un velero y el personal del puerto le decía que no había atraque», dice Javier, quien explica que la grúa que tritura los cayucos de madera no da abasto y que los otros, los de fibra, tienen que ser trasladados a Tenerife para su destrucción. Hace unos días, cuenta, tras informar la prensa de la situación, se hizo un intento de llevarlos a una playa. «Y la concejala de Turismo puso su coche para evitar que pudieran entrar allí, porque ¿cuánto tiempo iban dejarlos?», dice Javier.
El hostelero ha recibido este octubre dos cancelaciones en sus apartamentos. «Me preguntaron si los negros andaban por el pueblo y otro me llamó y me dijo: ‘Es que a mi mujer le da miedo’. Les puedo decir que según llegan se los llevan y que no hemos tenido ningún problema con ellos. Vienen pacíficamente, se bajan del cayuco, se sientan y esperan a que se los lleven las guaguas».
La misma situación describe Joseba Landaeta, de 27 años, quien regenta una empresa de buceo y también alquila apartamentos. «La gente me escribe, clientes, amigos, ‘mucho ánimo, fuerza, cómo debéis estar’. La gente cree que hay aquí 10.00 personas que han llegado en patera y están campando por La Restinga, con lo que hay cancelación de reservas e inseguridad en los negocios» dice. Añade que el desplazamiento a la isla de miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de Cruz Roja está encareciendo y limitando los billetes. «Se ven muchos policías cuando antes no había ninguno. Yo tengo algunos apartamentos alquilados fijos a policías. Tenía nueve hospedados y ahora vienen 23 que los van a cambiar semanalmente, y otros 13 de otro cuerpo», cuenta Joseba cómo se ha reforzado la isla. «Los policías comerán por ahí pero no son turistas, no vienen a gastar», lamenta.
Un tercer empresario, Gustavo de Ponte, dueño de un hotel de 11 habitaciones, uno de los siete con que cuenta la isla, repite el mismo discurso. «La gente llama y pregunta ‘¿eso debe de estar lleno de negros, no?’. A partir de hoy, tengo el hotel vacío durante 15 días y eso no me había pasado nunca».
En este círculo de afectados en la inmigración falta por mencionar a los de la salvamar Adhara, la única embarcación de Salvamento Marítimo dedicada al rescate en la isla. Cuenta con ocho tripulantes y trabajan en dos turnos: 15 días cuatro; 15 días los otros cuatro. «Tienen que estar 24 horas operativos. El 6 de octubre la Adhara realizó un servicio de 20 horas continuadas y al día siguiente volvió a salir. Están agotadísimos. Se necesitan refuerzos puntuales para estos picos de inmigración», reclama Marcos Díaz, delegado de CGT Mar y Puerto.
Agencias