Chuck Klosterman revisa la década de Nirvana, Tarantino y la generación X y concluye: “Lo que de verdad se echa de menos es que hubiera unas expectativas tan bajas sobre todo. La vida era más sencilla”
NotMid 12/02/2023
Estilo de vida
Jerry tuvo 73 novias durante las nueve temporadas de Seinfeld, George tuvo 47 y Elaine tuvo 29 novios. La mayoría solo duraron un capítulo y la pareja que más tiempo aguantó acabó muerta a causa de lamer el pegamento de los sobres baratuchos que George había elegido para enviar las invitaciones de boda, boda que había intentado retrasar por todos los medios. Queda claro que comprometerse no era algo importante en los años 90.
La ironía sí era importante. “Aquí estamos, entretenednos”, cantaba Kurt Cobain en uno de los versos más punzantes de Smells like teen spirit de Nirvana, la canción con la que empezaron los 90. Porque los 90 no empezaron con la caída del Muro de Berlín, como se suele decir, sino con la furia cáustica de Nevermind, en 1991. Y con la discusión sobre dejar propina de Reservoir Dogs, en 1992. Eso es lo que defiende Chuck Klosterman en Los noventa (Península), un libro que quizá llevaba 25 años esperando a escribir para poder hacerlo desde la distancia emocional. Una cualidad muy noventera también.
“Cuando la gente dice que siente nostalgia de aquella época cita la música o las películas, pero en realidad yo creo que siente nostalgia de que hubiera unas expectativas tan bajas sobre todo“, dice este reputado analista cultural de EEUU desde su casa, la cámara del ordenador enfocando su pelo despeinado y su sudadera con capucha y, al fondo, una aspiradora sin recoger.
“Durante aquellos años, al menos en EEUU, era aceptado sin problemas no sentir ningún interés por lo que le pasaba al resto de la sociedad”, continúa Klosterman. “No había ninguna presión moral por ser activo políticamente ni tenías que sentirte culpable por pasar de todo y aislarte en tu burbuja. Había un nivel de ansiedad menor, sobre todo por la ausencia de demandas de otras personas, en concreto a través de las redes sociales, que aún no existían”, concluye.
Ni redes sociales, ni internet en general. En los 90, la inestable conexión del rúter no permitía más que gestionar una cuenta de correo electrónico y consultar alguna web rudimentaria de vez en cuando. ¿Móviles? Reinaban Motorola, Nokia y Alcatel: aún quedaba una década para los smartphones.
Así que ahora que el agobio es considerado un signo de estatus elevado y el narcisismo es la droga más barata, cuando la aprobación en redes sociales provoca más ansiedad que la amenaza de una guerra nuclear y se intuye que la meritocracia es un fraude, ahora que, ya lo saben, nuestra atención es la mercancía más preciada y los algoritmos dictaminan la construcción de la realidad, es interesante recordar muchos de los valores que se popularizaron en EEUU en aquella muy lejana época de hace 30 años.
Veamos. No agobiarse se consideraba algo positivo. No esforzarse era guay; ni siquiera esforzarse en gustar a los demás era guay, como vendría a demostrar la estética grunge o el heroin chic. Ser ambicioso parecía algo sucio y el ensimismamiento era preferible al narcisismo. Se ridiculizaba ferozmente el éxito convencional al estilo años 80. El jodido postureo apestaba (fue entonces cuando empezamos a decir jodido, por cierto). Para evitar la mercantilización y los clichés, los discos y las películas empezaron a formularse al revés de como se había hecho hasta ese momento, todo era alternativo, todo intentaba parecer diferente, la industria cultural independiente se expandía rápidamente. Nadie juzgaba moralmente a los demás y no se cuestionaba el humor políticamente incorrecto. El escepticismo cabalgaba desbocado en paralelo a la apatía y la desafección (y de ahí al cinismo solo hay un paso), de modo que las teorías conspirativas se tomaban a cachondeo. La autenticidad y la integridad importaban más que ninguna otra cosa.
Así que, mucha risa con los 90 y la generación X, aquellos holgazanes lloricas, pesimistas y autocomplacientes de entre los que probablemente no saldrá ningún presidente de EEUU, pero su filosofía podría aplicarse como bálsamo de algunos de los grandes problemas de las sociedades actuales. Era una generación sin privilegios en un mundo híperprivilegiado y la ironía fue su respuesta.
“Fue una época más sencilla para los jóvenes”, dice Klosterman. “No había ninguna percepción de que la sociedad fuera frágil, algo que sí es frecuente ahora”. La tensión actual provocada por la polarización política contrasta con las elecciones que ganó Bill Clinton en 1996, recuerda el autor, en las que solo participaron el 49% de los votantes: el porcentaje más bajo en toda la historia del país. Básicamente, a la gente le resbalaba todo. “Aunque muchas personas sentían que la vida era decepcionante en general, la economía iba bien; de hecho fue un periodo muy largo de expansión constante y de estabilidad. Y no había la sensación de amenazas o peligros que se instalaría tras el 11-S”, dice citando el final simbólico de la década: los atentados terroristas de 2001 en los que murieron casi 3.000 personas.
Como no podía ser de otro modo, los millennials fueron una reacción a la generación X: el sistema de valores cambió de arriba abajo mientras la banda ancha se expandía cada minuto. Ahora la generación Z son los hijos de la generación X, aunque ya da igual lo que hayan aprendido de sus padres: el suelo que pisan 30 años después es el de un planeta completamente nuevo. “La diferencia entre la vida actual y la de 1995 es muchísimo mayor que entre 1995 y 1965”, piensa Klosterman, padre de un chico de nueve años y de una niña de siete. “¿Qué podrían aprender ellos de la generación X? Ni idea. En realidad, para ellos nos hemos vuelto absolutamente anticuados muy rápidamente. No es que alguien así ya no les pueda parecer popular, es que una persona así ya no es ni siquiera verosímil”.

Los escépticos 90 fueron el rompeolas de muchas cosas. Sobre todo, fueron la última frontera sin internet, tal como lo conocemos hoy. Pero en aquellos años también murieron el control unidireccional de la televisión, el cine de autor en sala grande, los videoclubs y, sobre todo, el rock como eje de la cultura juvenil.
Porque el rock, dice Klosterman, llegó a su última frontera con Nirvana y murió con el suicidio de Kurt Cobain en 1994, aunque tardamos una década y media en darnos cuenta, dice. “El rock dejó de ser una fantasía juvenil con aquella generación y ya no volverá a ser la fuerza propulsora de la cultura adolescente. Ha salido del centro de la sociedad y nunca volverá a estar en esa posición. Fue reemplazado por la cultura online“, opina tajantemente. El rock había alcanzado un nivel de conciencia de sí mismo tan alto que su significado se derrumbó desde dentro, cree el autor.
“Ahora el rock es como el jazz: sus aficionados pueden ir a un concierto en cualquier ciudad grande de EEUU o Europa, pueden escucharlo en la radio o en una tienda, pero nadie diría que el jazz sirve para comprender el mundo actual”, continúa. “Hubo un largo periodo en el que el rock sí era el medio para comprender lo que los jóvenes querían. Eso nunca volverá a suceder”, dice. E insiste: “El rock siempre existirá, pero nunca volverá a ser tan importante”.
Los 90: Nirvana y Pearl Jam, Quentin Tarantino y Tim Burton, Oasis y Blur, los Simpson de Matt Groening, Jerry Seinfeld, Leonardo DiCaprio, David Foster Wallace, Keanu Reeves en ‘Matrix’, ‘Friends’, Eminem, Michael Jordan, Mike Tyson… Si no ven el problema es que siguen en los años 90.
Klosterman asume su parte de culpa: ya sabe que la mayor parte de los personajes sobre los que escribe en el libro son hombres. En una larga respuesta dice que, por supuesto, sí que hubo mujeres importantes en la música, el cine o la literatura, pero, argumenta, no tuvieron la misma relevancia. “No creo que fuera una descripción precisa del espíritu de aquel periodo decir que Hole y Sofia Coppola fueron más importantes para la cultura que Nirvana y Tarantino. No estaría justificado”. Opiniones al margen, está claro que el canon cultural estaba monopolizado por hombres.
Sea una época cultural genial o ridícula, tenga la receta para solucionar algunos de los males actuales o haya quedado como una rara anomalía posmoderna, todos estaremos de acuerdo en una cosa con Klosterman: “Fueron el punto de inflexión entre la forma en que la vida solía ser antes y la forma en que la vida es ahora”, afirma en referencia a la revolución tecnológica. Y concluye: “En el futuro, los 90 serán entendidos como una especie de olvidable período intermedio”.
Así que, en resumen, la gran contribución de la generación X a la humanidad quizá sea simplemente haber conocido ambos mundos: ser partícipes de la vida antes y después de internet. Pero como dijo George Constanza cuando le comunicaron la muerte de su prometida: “Bien, bueno… ¿vamos a tomar un café?”.
Agencias