¿Durará el sanchismo efectivamente los mil días anunciados? Veamos. Esta legislatura cancerosa solo puede morir de tres maneras: adelanto electoral, moción de censura o desmoronamiento
NotMid 22/10/2024
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Los últimos partes de guerra desde el búnker de Moncloa insisten en la voluntad de resistencia de su inquilino atrincherado. La semana pasada prometió un régimen que aún dure mil días, y esta promesa es la única que formula con intención de cumplimiento. Si Pedro promete solucionar el caos ferroviario, la falta de médicos de atención primaria, la equidad presupuestaria, la precariedad laboral o el acceso de los jóvenes a la vivienda, todos comprendemos que está difundiendo bulos, porque la onomatopeya propia del espécimen sanchista es la patraña: los perros ladran, los elefantes barritan, las gallinas cacarean, las hienas himplan, Pedro miente. La única verdad que puede salir de la boca presidencial es un solemne o desesperado propósito de perpetuación.
¿Significa eso que el sanchismo durará efectivamente los mil días anunciados? Veamos. Esta legislatura cancerosa solo puede morir de tres maneras. La primera postula un adelanto electoral, para lo cual Pedro necesita entrever una posibilidad de reeditar los números vitales de su monstruito, y él mejor que nadie sabe que su horizonte judicial ya no le va a permitir el atisbo de esa ventana de oportunidad.
Otra opción es la moción de censura: sin duda ofrecería el cierre narrativo perfecto, un corolario lógico a la absurda fábula de nuestro aventurero de sí mismo; pero para eso el PNV o Puigdemont deben tasar correctamente el daño reputacional de seguir remolcando el fardo: solo apoyarán una censura si calculan que pierden menos dejando caer a su rehén que agotando los talones de una chequera ya exhausta.
La tercera muerte es la más teatral, la más lenta y la más probable: es la hipótesis del gran derrumbe, del desmoronamiento psíquico, de la cascada de imputaciones y procesamientos en el núcleo mismo del poder. Esta clase de finales suele acompañarse de una entretenida sucesión de deserciones, delaciones, filtraciones, traiciones y recolocaciones para el día después que convierten los periódicos en festines y terminan de agrietar las paredes de cualquier búnker.
A cuantos nos dedicamos al periodismo político nos reclaman a diario una actualización del cuadro clínico. La gente pone cara de ansiedad mientras nos pregunta cuánto va a durar esto, como si verdaderamente la agonía fuera suya y no del Gobierno. Yo suelo replicar que no tengo prisa. Las caídas de Zapatero y Rajoy ocurrieron quizá demasiado rápido. De esta no queremos perdernos nada. Y ya dicen los ingleses que la mejor forma de arreglar algo que va rematadamente mal es esperar a que se estropee del todo.