El fracaso es tan grande que Vox aparece como un partido de inclinación nihilista y gamberra que no cree en sí mismo, que no se respeta ni respeta la reputación de las instituciones ni se ve por tanto con capacidad de gobernar
NotMid 19/03/2023
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
El Congreso de los Diputados de España votará este miércoles si un nonagenario que llevaba 34 años retirado de la política es la persona adecuada para presidir la cuarta economía del euro. Si Ramón Tamames es coherente con sus obras más recientes y con las ocurrencias que ha venido repitiendo en las sucesivas e incontables entrevistas a las que se ha ofrecido para colmar su vanidad en este mes y medio de entrega a la fama felizmente recobrada, será la primera vez que un candidato propuesto por un partido de la derecha nacional defienda en las Cortes que España es una «nación de naciones» o que la Hacienda Pública del Estado debería fragmentarse para privilegiar a los ciudadanos que residen en Cataluña, que así se quedan más tranquilos.
Tamames no hablará de eso en su agotador y aburrido discurso, publicitado por adelantado con la probable intención de desactivar el impacto que provocaron los titulares que le dio a Jorge Bustos, pero en sus réplicas será imprevisible. Que sea Vox quien presente en la moción de censura al ex comunista, que también dice sentir «estima» por Pedro Sánchez, es un síntoma del desnortamiento que padece la formación que arrancó una campaña en Covadonga y emergió del descontento con la debilidad de la «derechita cobarde» frente al separatismo.
Vox lleva meses buscando su sitio y cometiendo errores que evidencian un problema de falta de claridad estratégica y de calidad de los cuadros dirigentes. Entre el indiscutible éxito en Castilla y León y la frustración de sus expectativas en Andalucía ocurrieron dos cosas: la inesperada y abrupta crisis inflacionaria provocada por el estallido de la guerra, que moderó el latido de la emoción ciudadana; y el ascenso de Alberto Núñez Feijóo, que sirvió al PP para reencontrase a sí mismo y al centro y la derecha para observarlo como una alternativa creíble al sanchismo, algo que nunca vio en Pablo Casado.
El partido no supo leer ese cambio y la campaña de las andaluzas penalizó el discurso de confrontación arriscada de Vox contra el PP. La prioridad para el ciudadano en el centro y la derecha es derrotar el modelo de sociedad y de diseño institucional y territorial que representan Sánchez y sus aliados; en ese contexto, Vox puede ser el complemento vigilante que sectores más apasionados detecten como necesario para evitar que al PP lo devoren determinados complejos, pero ya no puede permitirse aparecer como un obstáculo irredento.
Desde entonces, Vox ha vivido su primera crisis orgánica con el destierro de Macarena Olona, perdiendo a uno de sus mejores activos políticos y lanzando, en cambio, a una posible adversaria muy popular entre sus bases electorales; se ha enfrentado a la líder más valorada del antisanchismo, Isabel Díaz Ayuso, al rechazar sus Presupuestos en Madrid, exponiéndose como la piedra que le impide desarrollar sus proyectos de sociedad y economía abiertas por culpa del esencialismo ideológico de Rocío Monasterio; y ha resucitado su vocación confesional más reaccionaria e inconsistente con la propuesta antiabortista de Juan Ignacio García-Gallardo, listo para echarle un salvavidas en uno de sus momentos de agonía al Gobierno de coalición. Así, el partido ha ido diluyendo una de sus fortalezas: la capacidad de intimidación.
Hasta ahora, Vox había mantenido, sin embargo, la fidelidad en las expectativas de voto. La encuesta de marzo de Sigma Dos muestra, en cambio, un inusual batacazo de 1,3 puntos en un solo mes y que casi un 30% de sus seguidores considera que el partido será el principal perjudicado por la moción de censura, cifras anteriores a que el show de Tamames se desatase y suficientemente críticas para sugerir un inédito desgaste de su liderazgo. La crisis de nervios manifestada durante la semana, concretada en los intolerables ataques a la prensa -especialmente repulsivo fue el de su responsable nacional de prensa a nuestro redactor Álvaro Carvajal-, refuerza esa impresión de una erosión en la confianza.
Cuando se pregunta al aire quién manda en Vox, como si pudiera hacerlo alguien diferente a quien aglutina en su persona todo el caudal político de la formación, en realidad, se alude a su falta de transparencia, pero es difícil dudar que quien manda es Santiago Abascal. Los responsables del resultado que tenga esta operación extravagante son, por lo tanto, él mismo y el círculo de poder que le haya aconsejado entregar el protagonismo de esta iniciativa, que por su naturaleza sólo puede ejercer el liderazgo, a alguien que escapa por completo de su control.
La idea habría consistido en aprovechar la atmósfera sentimental que causó el arrollamiento autoritario de Sánchez en diciembre, con su asalto a la separación de poderes, para recuperar protagonismo y pujanza. Resguardar al líder de la derrota segura en una moción inviable con un candidato parapeto que tuviera suficiente consenso entre su cuerpo social para comprometer así al PP, que es siempre el verdadero objetivo, y poner en evidencia la inacción de Feijóo. Pero pasaron los meses sin que nadie aceptara y, como para Vox cualquier paso atrás es un síntoma de debilidad, ya de manera extemporánea a alguien a quien Abascal tendrá que identificar le pareció que era buena la sugerencia que les hacía Fernando Sánchez Dragó de proponer al excéntrico Tamames, vieja gloria y autoridad moral e intelectual de la Transición.
El fracaso, antes incluso de celebrada la moción, es tan grande que Vox aparece como un partido de inclinación nihilista y gamberra que no cree en sí mismo, que no se respeta ni respeta la reputación de las instituciones ni se ve por tanto con capacidad de gobernar. Abascal queda así expuesto: su discurso, y no el de Tamames, será el realmente importante, del que depende que los ciudadanos entiendan qué quiere ser Vox y salvar (o empeorar) la situación de riesgo en la que él mismo se ha puesto. Él es el que se la juega.
Sánchez utilizará la circunstancia para exhibir triunfalismo y cargar contra Feijóo. Yolanda Díaz anticipará la puesta de largo de Sumar. Sin excesos, porque la batalla con Podemos es imprevisible y está en campo abierto. Para el PP, el trance parece más sencillo de lo que habría esperado. Pero hay algo que hoy le recuerda Iván Espinosa de los Monteros en su entrevista con Iñaki Ellakuría -«¿qué sabemos del PP?»- que le conviene no olvidar: que la fuerza de Vox surgió de la falta de definición del proyecto político del PP para España y de su desconexión hacia los elementos simbólicos y emocionales del centroderecha.