La llegada de los distintos modelos de tanques que enviará Occidente pone en cuestión la capacidad de gestión de Kiev
NotMid 29/01/2023
MUNDO
En solo 11 meses, Vladimir Putin ha conseguido que la OTAN se comprometa a desplegar más de cien unidades de tres de sus cuatro modelos principales de tanques -el M1 estadounidense, el Leopard 2 alemán, y el Challenger 2 británico- a 700 kilómetros al sur de Moscú.
Es, acaso, el mejor ejemplo del fracaso absoluto de la invasión rusa de Ucrania. La operación militar destinada a decapitar el Gobierno de ese país, reconstruir gran parte del espacio soviético, y alejar a la OTAN y a la Unión Europea de las fronteras rusas puede acabar poniendo tanques estadounidenses M1 Abrams -veteranos de las Guerra del Golfo de 1991 y de Irak de 2003, pero en una versión mucho más moderna- a, por ejemplo, 747 kilómetros por carretera de la capital rusa. Porque ésa es, según Google Maps, la distancia que separa la segunda mayor ciudad de Ucrania, Járkiv, de Moscú. Más o menos, lo mismo que hay de Valladolid a Barcelona.
“Esta guerra es un desastre tal para Putin que sería irónico si no fuera porque es una tragedia tan gigantesca”, reflexiona Peter Flory, que fue secretario general asistente de la OTAN para Industria de Defensa durante las presidencias de George W. Bush y Barack Obama. Efectivamente. La gran ironía de la invasión rusa de Ucrania es que Vladimir Putin ha transformado involuntariamente a ese país en una ‘mini OTAN’ a las puertas de Moscú.
Pero la llegada de todo ese material, al que ahora se van a sumar tanques -14 Challenger 2, 31 Abrams y alrededor de unos 100 Leopard 2- también supone un potencial problema para Ucrania, que gira en torno a un ‘palabro’ que suena mejor en inglés que en español: ‘interoperabilidad’. Cada una de esas plataformas es, literalmente, ‘de su padre y de su madre’. Son modelos diferentes, con piezas de recambio diferentes, y, en algunos casos, hasta municiones diferentes (por ejemplo, los Leopard y los Abrams usan la misma munición, pero los Challenger no).
A su vez, esos carros de combate -a los que podría sumarse en el futuro el Leclerc francés- deberán comunicarse y coordinarse con tanques ucranianos de fabricación soviética como los T-55, T-72 y los T-80, que proceden tanto de los que heredó Kiev tras la desintegración de la URSS como de los que le han donado antiguos miembros del Pacto de Varsovia, como Polonia, Eslovenia, y República Checa, y que en algunos casos son irreconocibles tras haber sido modificados de arriba a abajo. Finalmente, todos ellos deberán integrarse en unidades con otros blindados, como los estadounidenses M2 ‘Bradley’, M1126 ‘Stryker‘, y M113, el sueco CV90, el alemán Marder, los ucranianos (y, también, de sus vecinos del ex bloque soviético) BMP-1 y BMP-2, protegidos por misiles antiaéreos suecos, británicos, estadounidenses y alemanes, además de los suyos propios y de los que les han dado los checos -de nuevo, heredados de la URSS y similares a los que usan, al otro lado del frente, los rusos-, acompañados de MRAP (camiones blindados) de Australia y Estados Unidos, y artillería de media docena de países. Su protección aérea será llevada a cabo por cazabombarderos de fabricación soviética que lanzarán bombas guiadas por GPS estadounidenses.
Eso ha generado el temor a que Ucrania acabe teniendo muchas de las mejores armas del mundo pero, al mismo tiempo, su equipo sea tan heterogéneo que mantenerlas operativas sea imposible. Kiev no solo no tiene experiencia en este tipo de sistemas, sino que tampoco puede producirlos ni tan siquiera repararlos. El mantenimiento de los obuses M777 estadounidenses, por ejemplo, se hace en Polonia.
Ese debate ha empañado la decisión de enviar tanques a Ucrania. El propio Gobierno de Joe Biden se encargó de atizarlo cuando declaró que los ‘Abrams’ eran demasiado complejos para los ucranianos, y citó incluso el detalle de que consumen combustible de avión, dejando de lado que, aunque eso es cierto, también pueden operar con fuel de otros carros de combate y que su munición y la de los Leopard alemanes es idéntica. Después, la decisión de Biden de enviar los 31 ‘Abrams’ esta semana creó aún más confusión. ¿Cómo es que de pronto se iban a mandar unos carros de combate que los ucranianos no iban a poder utilizar?
Para algunos expertos, esas dificultades se han exagerado. “Los ucranianos, como todos los soldados que luchan en una guerra, están aprendiendo a hacer todo tipo de ‘apaños’ entre diferentes plataformas, y se las están arreglando para hacer que funcionen, por muy heterogéneas que sean”, afirma un alto cargo de Operaciones Especiales de Estados Unidos con conocimiento directo de la situación en el frente. “Algunos de sus sistemas, como por ejemplo ciertos tipos de drones que están desarrollando, son tan buenos o mejores que los nuestros”, concluye esa persona.
Al final, todo se reduce a la frase “los aficionados discuten de estrategia; los profesionales discuten de logística”, que unos atribuyen a Napoleón, otros al historiador militar británico Sir Basil Liddell Hart (al que Jorge Luis Borges hizo protagonista indirecto de su famoso cuento ‘El jardín de senderos que se bifurcan’) y algunos al primer jefe del Estado Mayor de EEUU, el general Omar Bradley. Una cosa es tener las armas, y otra, mantenerlas. Eso requiere normalmente más personal que el que está en primera línea.
Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos tienen una expresión para ello, el ‘T3R’, es decir, el ‘ratio de diente-cola’ (‘tooth-to-tail ratio’). Dicho en otras palabras: cuántos soldados de combate de primera línea (‘diente’) hay por cada soldado de logística (‘cola’). Eso varía muchísimo en función del tipo de conflicto y, también, de la doctrina de cada Ejército. En Vietnam, el ‘ratio’ de EEUU era de 1:10, es decir, por cada soldado que estaba combatiendo había 10 en logística. En la Guerra del Golfo, el porcentaje cayó a 1:1,3. Pero en la ocupación de Irak, volvió a subir hasta 1:2,5. Eso significa que por cada soldado que combatía había 2,5 en tareas de logística. Y, aparte, estaban decenas de miles de ‘contratistas’ civiles -en algunos casos, pura y simplemente mercenarios- ayudando a las fuerzas de ocupación.
En el caso de Ucrania, su logística va a ser sometida a una carga enorme con los cientos de tanques y vehículos blindados que va a recibir en los próximos meses. El impacto puede poner a prueba incluso las infraestructuras físicas del país. Un ejemplo: los Leopard 2 que recibirá Kiev pesan 66 toneladas, mientras que los T-72 de fabricación soviética con que ya cuenta, solo pesan 42. Eso puede suponer un problema para las carreteras y hasta los puentes por los que circulan los carros occidentales.
“LA PRIMAVERA Y EL BARRO”
Y luego está la estación del año, un factor muy importante que a menudo se soslaya. “Personalmente, opino que acaso hubiera sido más efectivo que los tanques hubieran llegado ahora, en invierno, cuando el suelo está helado. Con el deshielo, el suelo de la región se reblandece en primavera y aparecen cantidades enormes de barro [la llamada ‘rasputitsa’]”, declara Flory.
Sin embargo, Londres quiere que los Challenger 2, con sus 63 toneladas de peso cada uno, lleguen a Ucrania a finales de marzo, en pleno deshielo. El caso de los Abrams ilustra la otra cara de la complejidad logística. EEUU va a enviar el modelo más moderno, el M1A2, pero sin el blindaje de uranio empobrecido que los protege, que EEUU considera secreto de Estado y cuya exportación está prohibida. Eso significa que los técnicos de la empresa que fabrica el tanque, General Dynamics, deberán cambiar parte de la coraza de las 31 unidades que van a ser entregadas a Ucrania y reemplazarla por otra de tungsteno, en un proceso que podría llevar varias semanas. Todo ello podría retrasar la llegada de los Abrams a Ucrania hasta bien entrado el verano.
La llegada de todos estos medios pesados también supone un desafío para la doctrina militar ucrania. Como explica Flory, “aunque la OTAN lleva ocho años entrenando a Ucrania, lo ha hecho en el uso de armas ligeras y defensivas”. Los mejores tanques del mundo no entran en esa categoría. Y los tanques sin apoyo de la infantería son blancos muy vulnerables, como aprendieron los israelíes en la Guerra del Yom Kipur en 1973 o los propios rusos en su frustrada toma de Kiev y Járkiv en febrero y marzo pasados. Adaptar las tácticas de Ucrania a todo el nuevo equipo es un desafío colosal, que ha desatado todo tipo de controversias. Aunque quienes parecen tomarlo con más tranquilidad son los propios veteranos de guerra.
Roger Pardo-Maurer, veterano de Irak y Afganistán, y ex secretario de Defensa Adjunto, coincide con las fuentes de Operaciones Especiales: “En el frente, la inventiva se dispara. En Afganistán, había soldados de Estados Unidos que usaban Kalashnikov rusos porque eran mucho más eficaces para las condiciones del país”. Durante la ocupación soviética de ese país, en la década de los ochenta, la inventiva de los guerrilleros anticomunistas de Ahmad Shah Masud en el Valle del Panshir llegó al extremo de transformar los helicópteros de transporte soviéticos derribados en autobuses para el transporte de tropas.
Sin embargo, una cosa es un fusil de asalto y otra un carro de combate, del mismo modo que una milicia de guerrilleros no es lo mismo que una brigada de 5.000 soldados formada por una docena de regimientos que necesitan estar en perfecta comunicación a pesar de que su material viene de una docena de países diferentes. La sofisticación del material limita la improvisación. Y Ucrania está empezando a recibir material muy sofisticado.
En todo caso, no parece que a los ucranianos les preocupe mucho eso. El Gobierno de Volodimir Zelenski ha aprovechado el acuerdo alcanzado esta semana para el envío de los Abrams y los Leopard – los Challenger habían sido comprometidos por Londres el día 15- para volver a pedir cazabombarderos occidentales, concretamente F-16, fabricados por General Dynamics, la misma compañía que fabrica los Abrams (y que es dueña de la española Santa Bárbara Sistemas, cuyos orígenes se remontan a 1540, cuando empezó a hacer cañones para la Armada española en Sevilla cuando Carlos V era emperador, y continuó en 1794, con la creación de la Fábrica de Cañones de Trubia, en Asturias). El Gobierno de Holanda ya se declaró la semana pasada dispuesto a ceder varios de sus F-16 a Kiev. La ‘mini-OTAN’ ucraniana parece, así, destinada a seguir creciendo, al menos mientras Vladimir Putin continúe la guerra.
Agencias