Las malas relaciones entre Von der Leyen, Michel y Borrell generan una competencia insólita por hacer anuncios, declaraciones y viajes
NotMid 14/10/2022
EUROPA
El miércoles, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronunció unas palabras de saludo y bienvenida ante el cuerpo diplomático europeo, cientos de funcionarios de 27 nacionalidades desplegados por todo el planeta y reunidos, como cada año, para una conferencia en casa para intercambiar impresiones y recibir instrucciones. La presidenta hizo un repaso a sus viajes durante la legislatura y agradeció hasta en tres ocasiones el “trabajo sin descanso y excelente” de sus enviados. La intervención, típica de la presidenta, muy plana, sin mojarse en nada, llama sin embargo poderosamente la atención por un hecho: en la víspera, el alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, había estado en ese mismo atril, pero había hecho justo lo contrario, abroncando a sus diplomáticos con una dureza y un nivel de crítica absolutamente inusual, imposible en la encorsetada logística comunitaria.
Las palabras de Borrell dieron la vuelta al mundo y sacudieron Bruselas en pocas horas. “No les voy a echar flores a todos diciendo que son estupendos, trabajan muy bien y estamos muy felices porque somos una gran familia. Este es un momento para hablar entre nosotros sobre lo que lo hacemos, lo que no hacemos suficientemente bien y por qué no siempre estoy contento con la forma en que trabajan mis delegaciones”, arrancó el español.
La intervención de Borrell fue una de las mejores hasta la fecha, por cómo lo dijo, por lo que dijo y a quién se lo dijo. Infinitamente más profundo que el de su jefa, sin excusas, hablando de los desafíos globales, el papel de la UE, las debilidades, los errores. No hizo, como Von der Leyen, una lectura superficial, sino que fue al fondo en todos los aspectos, apelando a “romper tabús” y dejar atrás prácticas que quizás valían hace 20 años, pero son inservibles en un mundo como el actual. Y eso no gustó a una buena parte del bien pagado, anquilosado, conformista y conservador mundillo comunitario. “Tenemos que ser más rápidos y arriesgarnos. Necesito que informen rápido, en tiempo real sobre lo que está pasando en sus países. A veces me entero mejor de lo que está pasando en algún lugar leyendo los periódicos que leyendo sus informes, que llegan demasiado tarde (…) No quiero ‘culpar y avergonzar’ pero necesito que sean más reactivos, las 24 horas del día. Estamos viviendo una crisis, hay que estar en modo crisis. Expliquen lo que está sucediendo más rápido, inmediatamente. Aunque no tengan la información completa de las primeras horas, demuestren que están ahí. Teniendo a todos ustedes debería ser la persona mejor informada del mundo, al menos tanto como cualquier ministro de Exteriores. Soy el ‘ministro de Asuntos Exteriores de Europa’. Compórtense como lo haría si fuera una embajada: envíen un telegrama, un cable, un correo, rápidamente. Rápido, por favor”, les espetó y reprochó.
El discurso fue puro Borrell. Genuino, sin moldes, directo, certero, a veces contradictorio y completamente imprevisible, entrando de lleno en la geopolítica, las alianzas, las debilidades. Diciendo que estamos mal acostumbrados y no podemos seguir viviendo como si el mundo fuera un jardín y no una jungla. La contraposición de su intervención y la de su jefa no sólo habla de las personalidades de ambos, sino de uno de los grandes problemas en Bruselas: la competición entre altos cargos, las pésimas relaciones personales, la redundancia de puestos, los problemas de competencias y los egos y ambiciones. Von der Leyen pronunció su discurso, complaciente y lleno de tópicos, sabiendo lo que había hecho Borrell en la víspera, a conciencia, para mandar un mensaje claro y transmitiendo a sus subalternos que no comparte lo dicho por el alto representante y abogando por el continuismo de siempre.
No es una sorpresa. Von der Leyen y Borrell no se llevan bien. No se entienden, no se respetan y chocan constantemente. Ella, tirando de rango, impone salir a hacer todos los anuncios importantes (de Exteriores o de cualquier tema) aunque no tenga sentido logístico, de competencias o de agendas. Y disfrutó cuando antes de la guerra el español fue muy criticado por un viaje a Moscú. Von der Leyen, en un momento dulce tras unos inicios dubitativos, se ha convertido en el referente fuera de nuestras fronteras, pero dentro hay más dudas. Ella quiere gestionar, coordinar, esperar a ver qué dice el Consejo. Liderazgo de márketing, sin pisar callos, siempre pendiente de Berlín y París, lo que le valió un rapapolvo durísimo la semana pasada en Praga por parte de Mario Draghi o el primer ministro polaco. Borrell, al final ya de su carrera, está por encima de casi todo. Se salta los protocolos, las instrucciones, los consensos. Insiste una y otra vez en “hacer más política”, en ir más allá. Dice casi siempre lo que le pasa por la cabeza, sin miedo a ofender a amigos o enemigos. A menudo no hablando por la Comisión o por los 27 sino sólo en su nombre y en lo que le gustaría que fuese, más que en lo que en realidad es.
Hace unas semanas, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, convocó a varios corresponsales para una entrevista en la que atacó con inusitada claridad a Von der Leyen, responsabilizándola de la lentitud en la respuesta a la crisis energética para ponerla en la picota. Como represalia por lo mal que quedó él ante la opinión pública con la escena del sofá y Erdogan en Turquía o la envidia por el papel principal que ha logrado la alemana tras la pandemia y con la gestión de la crisis ucraniana. Con escasas competencias fuera de las Cumbres, Michel ha recorrido medio planeta intentando ser mediador de conflictos, tratando de convertirse en el rostro exterior de la UE, pero ha quedado claramente en un segundo plano y busca recuperar el terreno explotando las debilidades de los demás.
Michel y Borrell, que durante un tiempo consideraron hacer una pinza contra la alemana, tampoco se acaban de entender, pero se han enfrentado menos. Los dos presidentes llevan meses en una competencia permanente, poniéndose verdes por detrás y escenificando sus diferencias cada vez que puede. Pelean por ser la imagen de Europa en eventos internacionales, viajes, cumbres. Por ser los primeros en anunciar algo, tapan a sus subalternos, bloquean a los comisarios. Prefieren que nadie diga a nada si no pueden ser ellos. Fuerzan peripecias increíbles para salir en la foto con líderes globales e inundan las redes de fotos hablando por teléfono todo el tiempo.
Esa competencia entre responsables está forzando a las instituciones en cuestiones de protocolo y de agenda y generando dudas sobre cuál es la postura de la Unión, quién la representa de verdad y cuáles son los análisis y diagnósticos internos. Haciendo que se anuncien tres veces la misma medida para eclipsar la agenda de los demás y ocupar titulares. Intentando hacer pasar como ideas de la Unión ocurrencias propias. O provoca que suban el nivel de las declaraciones contradiciéndose una y otra vez y pillando a pie cambiado a diplomáticos y ministros. “Cuando lanza amenazas nucleares, Putin dice que no va de farol. Bueno, sin duda no puede permitirse ese lujo, pero tiene que quedar claro que quienes apoyamos a Ucrania, la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN, tampoco vamos de farol. Cualquier ataque nuclear contra Ucrania provocaría una respuesta, no nuclear, pero sí una respuesta tan poderosa desde el punto de vista militar que el ejército ruso sería aniquilado. Putin no debería lanzar órdagos”, dijo Borrell este jueves ante estudiantes de diplomacia yendo más allá que cualquier otra figura comunitaria.
Pablo Suanzes