Guerra, tecnología, energía y demografía. Esas son las dimensiones sobre las que a lo largo de la historia se ha construido el poder de Estados e imperios. Y en todos ellos la UE arroja indicadores crítico
NotMid 21/04/2024
OPINIÓN
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
Atrapada entre Vladimir Putin, Xi Jinping y la sombra de un Donald Trump renacido, la Unión Europea (UE) vive su hora más crítica. Termina el mandato de la Comisión Europea y llama a sus ciudadanos a las urnas rodeada por un anillo de fuego. La UE tiene dos guerras en su vecindad: una, la de Gaza, la ha perdido a la vista de todo el mundo. La otra, la de Ucrania, está a punto de perderla. Mientras, en el horizonte asoma un más que posible segundo mandato de Trump, que someterá a la UE a una tensión extrema en el plano comercial y de seguridad. Esa será la tercera derrota de la UE porque, previsiblemente, los estados miembros se dividirán entre aquellos que querrán confrontar a Trump y aquellos que querrán acomodarse. Y en el trasfondo, la China de Xi Jinping va construyendo su propia versión del orden multilateral cultivando al G-20, los BRICS y otros países de África y América Latina, a la vez que vuelca sobre Europa una producción industrial para la cual no tiene mercado doméstico, poniendo en riesgos industrias críticas para nuestra transición energética como los vehículos eléctricos, los paneles solares, los aerogeneradores o los electrolizadores.
En el conflicto palestino-israelí, la UE está dividida internamente, lo que la debilita diplomáticamente y la hace irrelevante. Esas divisiones, que llevaron a sus miembros a votar en tres sentidos (a favor, en contra y abstenerse) en la resolución de la Asamblea General Naciones de las Unidas que pedía a Israel un alto el fuego, significan que carece de palancas. Ni puede forzar a Israel a parar su ofensiva, ni puede ofrecer a los palestinos nada tangible, ni puede coaligarse con los países árabes para forzar un proceso de paz, ni tampoco puede presionar al régimen iraní para que las milicias que Teherán apoya en el Líbano, Siria, Irak o Yemen dejen de desestabilizar la región. Esas divisiones debilitan globalmente a la UE, porque el mundo no occidental ve la impotencia europea como una confirmación de su hipocresía y doble vara de medir, pues lo que se le exige a Rusia no se le exige a Israel. Que la única baza que le queda a los europeos sea el reconocimiento del Estado palestino no es sino otra prueba de su debilidad. Una debilidad que podría agravarse aún más si ese reconocimiento solo quedara en un paso retórico que no acarreara severas consecuencias para Israel. Porque, a renglón seguido de ese reconocimiento, debería seguir una política de dureza con Israel como Estado ocupante, incluyendo la imposición de sanciones comerciales, embargos de armas y denuncias de sus líderes ante la Corte Penal Internacional, cosa que sabemos que la UE no hará.
No emparejar la retórica con las acciones es también el patrón recurrente en la política europea hacia Ucrania. Hay que suponer que los líderes europeos creen sus propias declaraciones sobre la gravedad de lo que significaría para el futuro de Europa una derrota de Ucrania a manos de Rusia. Para los ucranianos, supondría, además de una masacre, la supresión de su identidad nacional y el borrado de cualquier aspiración de ingresar en la UE y vivir en una democracia. Para la UE, significaría entrar en una dinámica de tensión bélica que convertiría en ridículo el objetivo de gastar el 2% de nuestro PIB en defensa. Esa cifra, pensada para tiempos de paz, y a la que 12 de los 32 miembros de la OTAN no han sido capaces de llegar ni siquiera tras dos años de guerra en Ucrania, seguramente, tendría que situarse en el 4%, como ocurriera durante la Guerra Fría, forzando la vuelta del servicio militar obligatorio en muchos países.
Tras el fracaso de la invasión rusa de febrero de 2022 a la hora de cumplir su objetivo de capturar Kiev, y la exitosa contraofensiva de septiembre de ese año, los líderes europeos se permitieron pensar que, gracias a la combinación de ayuda militar, apoyo económico y sanciones a Moscú, estaban en condiciones de derrotar a Rusia. Ese optimismo, marcado por la decisión de Finlandia y Suecia de sumarse a la OTAN, ocultó que el fracaso ruso se debió sobre todo a sus propios fallos de inteligencia: convencido de que Ucrania no se resistiría, Moscú planeó la ocupación de un país que se desmoronaría, no la conquista militar de un país que se resistiría ferozmente. Putin se equivocó, pero ha aprendido de su error, aplicándose con la determinación que las dictaduras poseen, y de la que las democracias carecen, a lograr la victoria militar. Y para ello, el Kremlin ha puesto en marcha una economía de guerra, duplicado su presupuesto de defensa, llamado a filas a cientos de miles de soldados, establecido alianzas estratégicas con socios clave, como China, para recabar los suministros que le niegan las sanciones y puesto en marcha una maquinaria global de influencia diplomática y de desinformación. Exactamente todo lo que la UE no está haciendo.
Ucrania lleva un año reclamando proyectiles de artillería para repeler los ataques rusos y defensas antimisiles para guarecer sus ciudades e infraestructuras energéticas. Pese a las promesas europeas, no ha recibido suficientes suministros de nada de ello. Como consecuencia, los ucranianos están en su peor momento, anímico y militar. Temen un desbordamiento del frente que no puedan taponar, pero también que EEUU y la UE tiren la toalla, y les obliguen a negociar con Moscú desde la debilidad. Se muestran abatidos al ver que los recursos que decimos no poder suministrarles tienen disponibilidad inmediata e ilimitada cuando se trata de defender los cielos de Israel, que tampoco es miembro de la OTAN. Los europeos pasamos mucho tiempo discutiendo qué pasará si Trump ganara, si cortara la ayuda a Ucrania y obligara a Kiev a entregar todo el Donbas a Putin. Pero la realidad es, primero, que no nos estamos preparando para ello y, segundo, que la avanzadilla de Trump ya ha llegado en forma del bloqueo mantenido durante meses y solo levantado ayer por los republicanos en la Cámara de Representantes, tras liberar 60.000 millones de ayuda militar crucial para Ucrania.
La debilidad de la UE no es coyuntural. Como ha señalado Enrico Letta en su reciente informe al Consejo Europeo, la UE está en declive económico y demográfico. Sufre un déficit crónico de integración económica que le está haciendo perder competitividad y capacidad de innovación frente a EEUU y China. Crece menos de lo que debiera y, por tanto, carece de recursos para, a la vez, elevar su gasto en defensa, invertir masivamente en tecnología y financiar la descarbonización de su economía mediante energías limpias. Guerra, tecnología, energía y demografía. Esas son las dimensiones sobre las que a lo largo de la historia se ha construido el poder de Estados e imperios. Y en todos ellos la UE arroja indicadores críticos. Como ha señalado el politólogo Ivan Krastev, la UE ha despertado geopolíticamente, sí, pero una cosa es despertarse y otra encontrar las fuerzas para salir de la cama.