El camino es ya ineludible: avanzar en una defensa europea digna de tal nombre. Está en juego nuestra seguridad
NotMid 13/02/2025
EDITORIAL
El acuerdo alcanzado ayer entre Donald Trump y Vladimir Putin para comenzar a negociar el fin de la guerra en Ucrania es un movimiento que entraña riesgos enormes e inciertos. El pacto rompe las reglas más básicas del multilateralismo con las que el mundo se rige desde la II Guerra Mundial, e interpela sin contemplaciones a Europa: desde esta hora decisiva no hay tiempo que perder en la articulación de una defensa común con una fuerza militar europea, autónoma respecto a Estados Unidos.
La guerra de Ucrania nunca ha sido un conflicto que ataña al espacio postsoviético, como parecen pretender Trump y Putin. Esta es una guerra que apunta directamente a los pilares de la construcción europea, donde está en juego su propia arquitectura de seguridad y la supervivencia de un modelo de vida y un sistema político basados en los valores del humanismo liberal. De lo poco que ha trascendido sobre el contenido del acuerdo, EEUU ha advertido que Ucrania tendrá que hacer concesiones territoriales a Rusia. «Es poco realista» que Kiev recupere sus fronteras anteriores a 2014, ha declarado el secretario de Defensa. De efectuarse de este modo, se convalidaría el derecho de conquista por primera vez desde 1945, lo que pone a Europa entera en peligro. El precedente cambiaría por sí solo las reglas del orden mundial.
Las formas en que se ha fraguado este movimiento y sus primeras líneas maestras evidencian el desprecio al multilateralismo de ambos aliados; su creencia en que el tablero se puede mover a su antojo y sin consecuencias. Son características propias de una actitud autoritaria, inherente a Putin, que ayer volvió a mostrar su cara represora al ordenar la detención del periodista de EL MUNDO Alberto Rojas.
Por su parte, Trump supera sus propios límites. El presidente de la primera potencia del mundo libre ha negociado en una llamada telefónica con el invasor el planteamiento de una supuesta «paz» sin ni siquiera contar con Volodimir Zelenski, a quien comunicó sus pasos con posterioridad. El pueblo ucraniano lleva años luchando por su libertad y ahora se encuentra en un callejón con una salida desconocida, y como un absoluto convidado de piedra. Zelenski se ve obligado a jugar con cartas marcadas. «Nadie desea más la paz que Ucrania. (…) Como dijo Trump, hagámoslo», afirmó ayer.
La equiparación entre agresor y víctima hace pensar que la paz justa que merece Kiev no llegará si depende del mandatario republicano. El mismo desprecio ha recibido Europa, arrinconada ante la estrategia de EEUU. No es exagerado concluir que Trump ha traicionado a la UE tras tres años en los que el diálogo y el entendimiento entre Bruselas y Washington habían sido fundamentales para la defensa de Kiev.
Esta rehabilitación de Putin por parte de Trump contempla más concesiones: un primer encuentro en Arabia Saudí, visitas de Estado entre ambos, impedir que Ucrania se adhiera a la OTAN y la promesa de que las tropas de EEUU no defenderán la seguridad de Ucrania: la tarea recaería exclusivamente en Europa. Se abre así un escenario que no por previsible deja de ser insólito. No obstante, si algo ha demostrado el proyecto comunitario a lo largo de su existencia es su fortaleza en las crisis. En un contexto de gran debilidad geoestratégica de los Veintisiete, y ante la amenaza expansionista de Putin, el camino es ya ineludible: avanzar en una defensa europea digna de tal nombre. Está en juego nuestra seguridad.