Jeremy Desilva explica en ‘Paso a paso’ la insólita decisión de los homínidos de andar de pie y su impacto en nuestró éxito como especie
NotMid 16/12/2024
Ciencia y Tecnología
Los cazafósiles contarían después que todo empezó con una buena pelea a bolazo limpio, o más bien sucio, con estiércol seco de elefante. Para evitar los proyectiles de caca de paquidermo de los bromistas rivales, dos de los paleontólogos en liza se parapetaron en un barranco. Y en aquella improvisada trinchera hicieron un gran descubrimiento: justo allí, sobre fango volcánico endurecido, había huellas de animales de hace 3,66 millones de años. Entre ellas, cinco de un misterioso bípedo que andaba tan recto como un modelo de pasarela. ¿Las dejó un homínino? ¿Un oso? ¿Qué?
Aquel magnífico ejemplo de serendipia tuvo lugar en Laetoli (Tanzania) en 1976 y el azar siguió haciendo de las suyas, porque ese mismo año nació quien más tarde resolvería el enigma de las pisadas. Ese no es otro que Jeremy Desilva, el paleoantropólogo norteamericano que ahora publica en España Paso a paso. Cómo caminar erguidos nos hizo humanos (Capitán Swing). Un fascinante ensayo donde profundiza en los orígenes de nuestra especie para explicar cómo nuestra peculiar y algo desgarbada forma de movernos nos convirtió en la especie dominante del planeta.
“Andar sobre dos piernas sentó las bases de todo lo que viene más tarde en la evolución humana, desde nuestro gran cerebro a nuestras habilidades tecnológicas, el lenguaje o el pensamiento simbólico. Caminar de esa manera fue el cambio clave, la primera pieza del dominó”, explica Desilva para centrar el tema desde su despacho de la Universidad de Dartmouth. Y el profesor lo dice de pie, tal y como se aprecia en la pantalla cuando se conecta. Vamos, pura coherencia bípeda.
Sus conclusiones son fruto de incontables investigaciones, muchas realizadas sobre el terreno en África. Y precisamente uno de esos viajes le llevó a Laetoli, el escenario de la batalla campal con boñiga de elefante de nuestro arranque, para estudiar las desconcertantes pisadas descubiertas por sus colegas. Otro grupo de huellas cercano ya había sido catalogado como de ‘Australopithecus afarensis’, pero las encontradas en primer lugar durante la escatológica refriega todavía se atribuían a un lejano pariente del oso Yogui. Desilva sacó los billetes y voló a Tanzania para demostrar lo contrario.
“Fue emocionante ir al yacimiento, un lugar famosísimo para cualquiera que estudie nuestra forma de andar”, recuerda sobre aquella visita. “Viajamos allí con la intención de redescubrir las supuestas huellas del oso, pero con pocas esperanzas porque creíamos que habrían desaparecido por efecto de la lluvia. Volver a encontrarlas después de tanto tiempo nos emocionó”.
-¿Y a qué conclusiones llegaron?
-Parecían de homínino, pero había algo raro en ellas. Eran distintas a las otras pisadas encontradas en la zona. Quizá eran de un niño o de alguien con una peculiar forma de andar. Finalmente, tras volver una y otra vez sobre los datos, concluimos que la hipótesis con más sentido implicaba que fueran huellas de algún antepasado humano. Debió de haber dos tipos de ancestros desplazándose en el mismo paisaje hace 3,5 millones de años, pero cada uno a su manera. Me emociona tener evidencias, en forma de pisadas, que confirman la coexistencia de diferentes formas de andar en el pasado.
¿Le parecen al lector tiempos remotos? Pues prepárese para ver girar hacia atrás la aguja del reloj el equivalente a casi 7 millones de años, el doble que antes. De esa época es Tumai, el ‘Sahelanthropus tchadensis’ al que Desilva asigna el papel de pionero: “Tenemos un fémur fosilizado que indica que se movía a pie sobre el suelo. El ‘Danuvius’ también parecía hacerlo en los árboles, que es donde pudo evolucionar la bipedación, pero no computa como verdadera marcha erguida si no se realiza en tierra”.
Ser bípedos nos hace excepcionalmente lentos y vulnerables provocándonos todo tipo de lesiones. En términos evolutivos deberíamos haber sido devorados y, sin embargo, sobrevivimosJeremy Desilva
Pero… esperen. Stop, alto ahí: ¿Qué es eso de que todos esos miembros de nuestro linaje ya caminaban derechitos hace la tira de años? ¿No nos había mostrado el célebre dibujo de La marcha del progreso que nuestros parientes más lejanos iban encorvados? En tazas, pegatinas y camisetas, la secuencia siempre empieza con una silueta parecida a la mona Chita y termina, según la versión, en un hombretón de porte principesco, Homer Simpson comiendo un plátano o Darth Vader con su sable láser. Pues va a ser que los huesos cuentan otra historia.
“En cierto modo, la ilustración me gusta porque las imágenes potentes nos ayudan a entender ideas complejas como la evolución”, concede Desilva antes de pasar a desmontarla. “Ni evolucionamos a un ritmo continuo ni linealmente, es decir, sabemos por los fósiles que hubo muchos tipos de primitivos humanos coexistiendo en determinadas etapas. El tercer problema, aunque en esto mi gremio está dividido, es el punto inicial: ¿Cómo se representa? Suele ser un chimpancé sobre sus nudillos. Pero los chimpancés viven hoy en día y no son nuestros ancestros, sino nuestros primos”.
-¿Cómo sería entonces nuestro común tátara-tátara-tatarabuelo?
–No creo que como un chimpancé. Iba ya mucho más erguido y caminaba sobre dos piernas en los árboles, como hacen a veces los orangutanes. La mitad de mis colegas no lo ve así, pero la otra mitad, entre los que yo me encuentro, opinamos que es la mejor explicación de cómo empezamos a andar. Hace mucho tiempo pero no en el suelo, sino en las ramas.
Para este experto en la morfología del tobillo y pie humanos, todas las respuestas están en los fósiles. En los que se han encontrado y en los que permanecen ocultos. Por eso, esgrime humildad: “Quizá encontremos huesos fosilizados que demuestren que todo empezó en la marcha sobre nudillos. En ese caso, como científico estaré encantado de rendirme a la evidencia y diré: ‘Me he equivocado'”.
Su reputación, que permanece intacta, le ha servido de salvoconducto para entrar en las cámaras acorazadas donde se guardan los tesoros petrificados más importantes. Por sus enguantadas manos han pasado los restos de famosos ‘Australopithecus’ y no duda al recordar los que más le marcaron: “Uno es Lucy. En cierto modo, estar con ella, haber sostenido sus huesos, fue como conocer a una celebridad. Me impresionó, equivaldría a conocer a Taylor Swift o una figura del deporte”.
Pero todavía le impactó más la ‘Niña de Dikika’: “La descubrió mi colega Zeray Alemseged y me invitaron a estudiar su pie en Etiopía. Sabemos que murió con solo dos años y medio, justo la edad de mi hijo por entonces. Eso hizo que mientras trabajaba con aquellos huesos no pudiera dejar de pensar en la tragedia que debió vivir su familia al perderla. Trabajar con fósiles es un privilegio, pero cuando son de niños resulta duro por la conexión emocional que se crea”.
Por cierto, lo nuestro es raro. “Somos el único mamífero que solo camina sobre dos piernas. Hay otros que lo hacen ocasionalmente, como los gorilas o los osos. Pero solo nosotros somos exclusivamente bípedos, lo que resulta extraño. Por eso me interesé como científico en el tema”, apunta Desilva sobre nuestros atípicos andares.
Ahora sabemos que nuestro experimento evolutivo salió bien. Tenemos coches, pianos y ordenadores que lo demuestran. Manipulamos todo tipo de cosas, así que buena jugada. Pero ¿por qué apostaron nuestros parientes del pasado por una forma de moverse que les convertía en presa fácil? Ya se imaginan que un ‘Sahelanthropus’ inerme como Tumai, moviéndose a paso de tortuga, haría relamerse a cualquier leopardo. De hecho, numerosos cráneos con marcas pétreas de colmillo demuestran que eramos la golosina del Mioceno tardío.
– ¿Por qué dimos ese el arriesgado paso si no tenía sentido hacerlo?
– Todavía es un misterio. Sospecho que descubriremos que no hay una sola explicación, sino que un conjunto de factores provocó que diferentes poblaciones de simios que caminaban ocasionalmente sobre dos piernas empezaran a hacerlo más frecuentemente. Unos dicen que para transportar comida, otros que para ahorrar energía y algunos que para otear el entorno. Y otro grupo afirma que es una combinación de todo. Es complicado, pero intentaremos responderlo según encontremos más fósiles.
¿Y lo que nos contó Kubrick en 2001: una odisea del espacio? Pues tampoco cuela: “Su teatralización se basaba en la violencia. Presupone que todo empezó para liberar las manos y usar armas con las que matar animales o rivales. Es la tesis del simio asesino y partió de los huesos rotos que encontró Raymond Dart en la cueva de Makapansgat, según él destrozados por otros hombres arcaicos. Lo que pasa es que después se demostró que lo hicieron las hienas. De todas formas, pese a la malinterpretación, me encanta la película”.
Entender por qué nos hicimos bípedos es un rompecabezas. ¿Qué podía salir mal? Casi todo, como recuerda Desilva: “Nos hace excepcionalmente lentos. No es solo que no podamos escapar de un león, es que además no podríamos perseguir ni a un conejo. Además, nos hace vulnerables provocándonos todo tipo de lesiones y, si nos lastimamos un pie, no tenemos otras tres patas como una cebra. En términos evolutivos deberíamos haber sido devorados y, sin embargo, sobrevivimos”.
Puestos a encontrarle una explicación, Desilva tiene clara su apuesta. ¿Qué as escondíamos en nuestra peluda manga? Según él, la camaradería: “Volvamos de nuevo a los fósiles… ¿Qué nos dicen? Que muchos de aquellos individuos se rompieron el fémur o el tobillo, lesiones severas que tardan semanas en cicatrizar. Y lo increíble es que esos huesos consiguieron sanar hace millones de años, cuando ni siquiera se había domesticado el fuego. Eso demuestra que se cuidaban los unos a los otros. Había cohesión, compasión, cooperación, empatía, generosidad y altruismo”.
– Otros bípedos como el avestruz eran rápidos, así que no tuvieron que inventarse ventajas nuevas a partir de una debilidad. Y si avanzamos un poco más en su argumento, de cuidarnos entre nosotros vendría el lenguaje y todo lo demás. Entiendo que por ahí van los tiros…
-Creo que es exactamente eso, tal y como dices todas nuestras vulnerabilidades, nuestras debilidades, derivaron en las fortalezas que asociamos ahora con el ser humano.
Con una elipsis a lo Kubrick, saltamos al presente. Ya sabe, esa época donde los Homo sapiens preferimos coger el coche o el sofá a darnos una caminata. De movernos mucho a movernos poco… o nada. Y encima, pagando el precio de tener que luchar contra la gravedad. El castigo por levantar nuestra cocorota hacia el firmamento nos llegó en forma de lumbagos, artrosis, esguinces, etc. Por desgracia para usted, pero por suerte para los fabricantes de antiinflamatorios, la lista de lesiones asociadas al tema es larga.
Y eso por no hablar de las penalidades que entraña para una madre bípeda traer otra criaturita al mundo, un efecto secundario del tetris que tuvo que hacer la naturaleza con los huesos pélvicos de las mujeres para posibilitar el parto. Lo sufren ellas y, desde otra perspectiva, los bebés. “Navegar por el canal de parto probablemente constituye la mayor maniobra gimnástica que la mayoría de nosotros haremos en la vida”, dice Desilva en el libro citando a Karen Rosenberg.
¿Tiene futuro andar pese a todos estos peajes? Según la evolución, sí. Y según los médicos, también. “Ya tenemos pistas de lo que sucede cuando la humanidad ha dejado de moverse. Por ejemplo, más enfermedades cardiovasculares y diabetes“, responde Desilva cuando se le pregunta por el moderno sedentarismo.
¿La solución? Dice que lo suyo no son los libros de autoayuda, pero que aun así recomienda quemar suela de zapato: “Siempre buscamos la pastilla mágica de la salud y yo digo que es caminar, poner tu cuerpo en marcha. Sorprende que tengamos esta solución a mano y que en contra de eso estemos construyendo un mundo donde cada vez es más difícil andar. Las ciudades cada vez están más preparadas para los coches y menos para los peatones”.
¿Cuál será la huella más fascinante de la historia para alguien que lleva estudiando nuestro caminar desde hace años? Por facilitarle la respuesta, a Desilva le proponemos las siguientes opciones: A) Las dejadas por los ‘Australophitecus’ en Tanzania. B) Las de Neil Armstrong en la luna. C) Diga usted otra.
“La de Neil Armstrong, sin duda”, contesta de inmediato. “El hecho de que un antiguo simio bípedo evolucionara para convertirse en el astronauta que fue a la luna es alucinante, me hace enorgullecerme de ser humano. Tenemos un origen realmente humilde, solo éramos un primate que andaba erguido. Y contra todo pronóstico no solo logramos sobrevivir, sino ir al espacio. Ese sentido de la curiosidad que tenemos sobre el mundo y el universo culminó con esa pisada en la luna”.
De una huella en el suelo junto al estiércol de elefante a otra en el cielo junto a las estrellas. Para que luego digan algunos que erguirse no merece la pena. Ahí, en todo lo alto, les dejo a ustedes pensando en esta historia.
Agencias