La hiperparentalidad convierte a los adolescentes en personas más inseguras, con menos competencias sociales y emocionales
NotMid 14/08/2022
OPINIÓN
Saben bien todos los padres que no hay manuales que valgan para educar a los hijos ni recetas infalibles que sirvan para todos. Pero asistimos en sociedades como la nuestra a un tiempo en el que la crianza se caracteriza por lo que pedagogos definen como de exceso de hiperprotección a los menores. La percepción social de que nos deslizamos hacia un mundo plagado de incertidumbres hace que los progenitores vivan en permanente estado de sobreempatización y que no se permitan relajarse, lo que comporta consecuencias como que sus hijos crezcan demasiado frágiles e hipersensibles y que no sepan superar el fracaso, algo a lo que todos nos debemos enfrentar en innumerables ocasiones a lo largo de nuestra vida, tanto en terrenos como el laboral como en el universo afectivo.
Expertos consultados subrayan que un fenómeno como el de la pandemia, que en nuestro país afrontamos con medidas tan duras como los confinamientos bajo estado de alarma, ha contribuido a que los padres estén todavía más encima de sus hijos, volviéndose más controladores. Y, aunque se trata de reacciones instintivas realizadas con la mejor intención, la hiperparentalidad convierte por ejemplo a los adolescentes en personas más inseguras, con poca iniciativa y con menos competencias sociales y emocionales de las que deben empezar a desarrollar a edades en las que es fundamental el paulatino avance en la autonomía individual y en la independencia competencial.
Pocas responsabilidades hay más complejas como la de la crianza. Pero la obsesión controladora -consecuencia también de lo difícil que resulta gestionar la paternidad en una sociedad cada vez más conectada en la que los menores pasan de media cinco horas al día ante distintas pantallas- debe trocarse por una dedicación a los hijos mucho más enfocada a percibir sus necesidades reales, lo que exige lógicamente mucho tiempo.
El gran reto es conjugar control y permisividad de un modo que consiga empujar a los hijos a razonar independientemente y a desarrollar herramientas de autonomía afectiva para el momento de abrirse a un mundo que es cualquier cosa menos una burbuja vital de confort. Y, en todo caso, en lo que coinciden los especialistas es en que no se puede educar a los adolescentes sin que sepan ni poner el lavavajillas o coger el metro, o que necesiten que sus progenitores les acompañen a hacer la matrícula de la universidad, algo impensable en generaciones anteriores.