Con buques chatarra propiedad de sociedades pantalla Moscú logra vender hidrocarburos sorteando las sanciones
NotMid 28/12/2024
MUNDO
Cuando el 12 de abril de 1981 el primer transbordador espacial estadounidense, el Columbia, realizó su vuelo inaugural, los estadounidenses se encontraron un pesquero soviético faenando exactamente en el área en la que los dos motores propulsores y el tanque de combustible que los abastecía cayeron al agua. No les sorprendió lo más mínimo. En aquella época de temor perpetuo a la guerra atómica, los pesqueros de la URSS aparecían siempre siguiendo a las flotillas que acompañaban a los portaviones nucleares estadounidenses, o haciendo como que faenaban alrededor de las grandes bases navales de ese país.
Casi medio siglo después, la Rusia de Putin ha copiado esa página del libro de instrucciones geoestratégicas soviético, pero lo ha llevado al extremo, más por necesidad que por verdadero convencimiento. El resultado es que Rusia depende, cada día más, de una Armada de más de un millar de barcos mercantes que oficialmente no tienen nada que ver con ese país para exportar petróleo, eludiendo así las sanciones que los países democráticos le han impuesto por la invasión de Ucrania. A ellos se suman los barcos mercantes de su propia Marina de Guerra, que se están convirtiendo en un instrumento clave de Moscú para proyectar su poder militar lejos de sus fronteras ante el desastre sin paliativos de sus barcos de guerra.
Estas Navidades, estos mercantes que hacen funciones políticas o incluso militares se han convertido en noticia en Europa. Primero, el barco de la Armada rusa Ursa Major (Osa Mayor) se hundió a unos 90 kilómetros de Cartagena después de haber sufrido tres explosiones en lo que ha sido calificado como un “atentado terrorista” por la empresa propietaria de la nave, Oborongositika, que está controlada por el Ministerio de Defensa de ese país. Oficialmente, el Ursa Major se dirigía hacia el puerto ruso de Vladivostok, en el Océano Pacífico, con varias escotillas para un nuevo rompehielos atómico -un tipo de barco clave en la lucha por el control del Ártico- que está siendo construido en esa ciudad.
El servicio de espionaje de Ucrania (GRU) -al que algunos ven como el causante del hundimiento- y algunos analistas estadounidenses dudan de que el Ursa Major fuera a Vladivostok. Con sus dos enormes grúas, capaces de mover 800 toneladas, fabricadas por la empresa germano-suiza Liebherr, el barco podría haber sido muy útil en las actuales tareas de evacuación de las bases rusas de Tartus y Jmeimin, en Siria, que Moscú está abandonando tras la caída del régimen de Asad. Esas grúas también parecen de gran utilidad en el puerto de Bengasi (Libia), al que Moscú podría estar transfiriendo parte del material que se ha llevado de Tartus.
Moscú necesita desesperadamente una base aérea en Oriente Próximo o el Norte de África para sostener la presencia de sus mercenarios en ese continente y, de manera muy especial, a las dictaduras militares de Níger, Mali y Burkina Faso, cuya alianza con el Gobierno de Putin ha reforzado el ya de por sí considerable peso de Rusia en el mercado mundial del uranio. Otro barco similar al Ursa Major, el Sparta, parece haber tenido problemas mecánicos frente a las costas de Portugal en los últimos días. Según Ucrania, se dirige a Tartus; según Rusia, a Port Said, en Egipto.
Dependencia de Moscú de barcos mercantes
Los ejemplos de estos dos barcos ponen de manifiesto la dependencia de Rusia de los barcos mercantes, en especial después de que la flota de navíos de desembarco de la clase Rapucha haya sido diezmada en la guerra de Ucrania. El hecho de que la Marina de Guerra rusa haya sido derrotada en toda línea por un país como Ucrania, que realmente no tiene una Armada digna de tal nombre, pone sobre el tapete el serio problema que tiene Moscú para proyectar su influencia fuera de los países con los que tiene frontera. Rusia siempre fue un imperio terrestre, al contrario que Gran Bretaña o Estados Unidos. Pero ahora esa situación se ha ido al extremo.
Sin embargo, Moscú necesita barcos aunque solo sea para sobrevivir económicamente. Y ahí es donde entra la flota fantasma o flota en la sombra, formada a raíz de las sanciones económicas impuestas por la invasión de Ucrania. Hace ya un año contaba con nada menos que 1.200 barcos mercantes dedicados a la exportación de petróleo y sus derivados por los resquicios -a veces, intencionados- que las democracias que apoyan Kiev han dejado a Rusia, según datos de la empresa de análisis del comercio de materias primas Vortexa, que ya detectó hace dos años el uso por esos buques-tanque de las aguas de Ceuta para transferir petróleo a barcos chinos. Desde esta semana, además, esa flota en la sombra parece estar llevando a cabo también sabotajes contra Occidente.
Es lo que parece inferirse del apresamiento del petrolero Eagle S por la Armada de Finlandia el miércoles por haber presuntamente cortado el cable submarino de alta tensión Estlink por el que ese país envía electricidad a Estonia, y dos de telecomunicaciones, además de haber dañado otros dos. Según la publicación especializada londinense Lloyds List, el Eagle S es parte de la flota en la sombra que ha jugado un papel instrumental para que Rusia evada las sanciones y, también, el precio máximo de 60 dólares el barril por encima del cual el G-7 no permite que los barcos ni sus cargas sean asegurados.
El Eagle-S tiene todas las marcas de los barcos fantasma de Putin. Ha realizado la ruta entre Rusia e India, que es el país que compra casi la mitad del crudo ruso y ha evitado así que la economía de ese país se colapse por las sanciones; tiene un historial de accidentes, con dos, en Singapur y Chile, especialmente graves; ha cambiado de armador varias veces y en la actualidad pertenece a una empresa india, aunque lleva bandera de las Islas Cook; parece presentar problemas de seguridad; y, posiblemente, ya partió otro cable submarino en la misma región; es relativamente viejo; y no está claros su destino (según algunos documentos, es Egipto; según otros, Turquía).
En el caso de este navío, además, hay un elemento que incita a considerar su potencial culpabilidad: cuando las autoridades finlandesas le ordenaron que izara el ancla para acompañarlas a puerto, la tripulación sólo pudo mostrar la cadena, pero no el ancla. Eso subiere que ese instrumento habría sido arrastrado intencionadamente por el fondo del Mar Báltico, partiendo y dañando cuantos cables encontrara a su paso. La fecha tampoco parece una casualidad: cortar un cable de alta tensión en esas latitudes a finales de diciembre puede plantear problemas de calefacción de hogares o de mantenimiento de la actividad económica.
La flota fantasma ha existido desde siempre. En la última década, se ha especializado en servir a las exportaciones de petróleo de Irán y Venezuela, de modo que ambos países logren eludir las sanciones. Al contrario que el Gobierno de Trump, el de Biden apenas ha tomado decisiones contra este tipo de barcos, que son, en su inmensa mayoría, buques-tanque, lo que agrava el peligro medioambiental que suponen. Porque los barcos fantasma son a menudo chatarra flotante que incumplen las normas más básicas de seguridad, sin asegurar, o con una carga falsa asegurada para no desvelar que están violando las sanciones, que a menudo desactivan sus GPS para no ser detectados, con lo que el riesgo de colisión se dispara, y que siguen rutas peligrosas o fondean en áreas de riesgo para evitar las miradas indiscretas.
Frente a los casos de Irán y Venezuela, Rusia ha sido rapidísima a la hora de crear su flota fantasma. Sólo en los 11 meses posteriores a la invasión de Ucrania, el 20% de todos los petroleros del mundo -unos 400 barcos en total- pasaron a transportar petróleo ruso. La mayor parte de esos barcos cambiaron de bandera y de armador, pasando a a sociedades instrumentales de dueños desconocidos. El proceso se aceleró hace dos años, cuando el techo máximo de 60 dólares fue impuesto, y Moscú comprendió que todo el crudo que vendiera por barco iba a ser de rebajas o de extranjis. O las dos cosas.
La estrategia parece haber sido muy exitosa para Rusia. Según el think tank finlandés Centro para la Investigación en Energía y Aire Limpio (CREA), desde que el 24 de febrero Rusia invadió Ucrania, ha exportado petróleo y gas natural por valor de 728.276 millones de euros. Eso representa un descenso de menos de un tercio en las ventas al exterior rusas, lo que cuestiona la eficacia de las sanciones, sobre todo si se tiene en cuenta que en el caso del petróleo la caída ha sido de tan solo el 15%. La razón es, simplemente, la flota fantasma, que se especializa en el transporte de petróleo.
Inquietud occidental
El incidente del Eagle S añade un elemento de inquietud mayor al problema: los petroleros fantasma pueden estar realizando misiones de sabotaje. De hecho, la ruptura de cables submarinos, a través de los cuales van prácticamente todas las comunicaciones de internet y telefonía mundiales (a pesar de la fama de los satélites, internet viaja sobre todo por el mar) se ha convertido, desde la invasión de Ucrania, en algo casi rutinario en el Mar Báltico, del mismo modo que en Taiwan las conexiones con China son dañadas de manera regular.
Romper estos cables es relativamente sencillo. Como deja claro el ejemplo del Eagle S, hasta con que un barco arrastre su ancla por el fondo del mar para que cause daños que pueden tardar meses en ser subsanados. Los países occidentales se han encontrado con que no tienen métodos para defender estas infraestructuras, que en algunos países ni siquiera han sido consideradas como críticas. Hasta ahora, el mayor problema para los cables submarinos eran los tiburones tigre que los atacaban, y los cachalotes, que se enredaban en ellos incluso a 2.000 metros de profundidad y morían ahogados. La sustitución del cobre por la fibra óptica, inexplicablemente, hizo que las criaturas marinas dejaran de ocuparse de estas redes de comunicación que miden miles de kilómetros y que son tendidas por empresas tan diversas como compañías de internet, como Meta o Google, compañías eléctricas o telefónicas. Así que los cables ya no atraen a las ballenas ni a los tiburones, sino a algo más preocupante: la flota fantasma de Vladimir Putin.
Agencias